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En el viaje de Benedicto XVI a Aquileia y Venecia, su enseñanza puede sintetizarse así: santidad, Eucaristía y compromiso social
La vida cristiana no tiene nada de triste o aburrido, anodino o conformista, nada de ideológico ni utópico. En su visita a Aquileia y a Venecia, Benedicto XVI ha explicado el compromiso de la vida cristiana como un horizonte realista y generoso, una aventura fascinante e intensa, a contracorriente de las propuestas egoístas o, al menos, poco comprometidas, que ponen el triunfo en el poder, en el éxito, en el placer.
Tampoco sirve una propuesta de santidad entendida como algo “heroico”, que se espera sólo en circunstancias extraordinarias; ni una religión que encerrara a las personas en sí mismas, sin abrirlas a Dios, y por tanto, a los demás; pues, como ya decía Juan Pablo II, una oración o un culto indiferente a la justicia serían una oración o un culto no auténticos.
De esta manera, en el contexto de lo que todos los cristianos deben hacer, el Papa viene subrayando la vocación y misión propia de los fieles laicos, cada vez con renovada profundidad, y cada vez de modo más concreto y armónico. En el viaje a Aquileia y Venecia, su enseñanza puede sintetizarse así: santidad, Eucaristía y compromiso social.
En primer lugar, la santidad. «El Evangelio —subraya el Papa— es la fuerza más grande de transformación del mundo, pero no es una utopía ni una ideología» (Encuentro con el mundo de la cultura, del arte y de la economía, Venecia, 8-V-2011). Exige la caridad y la cruz, no sólo en circunstancias heroicas sino en la vida ordinaria. Como predicó Benedicto XVI en la multitudinaria Misa de Mestre, el Evangelio implica «una existencia vivida intensamente en las calles de nuestro mundo» que manifieste «la esperanza cristiana al hombre moderno, agobiado por grandes e inquietantes problemáticas que ponen en crisis los cimientos mismos de su ser y actuar» (8-V-2011).
También el mismo día, en la Basílica de San Marcos (Venecia) afirmaba como un eco del Concilio Vaticano II: «La ‘santidad’ no quiere decir hacer cosas extraordinarias, sino seguir todos los días la voluntad de Dios, vivir verdaderamente bien la propia vocación, con la ayuda de la oración, de la Palabra de Dios, de los Sacramentos y con el compromiso cotidiano de la coherencia. Sí, son necesarios fieles laicos fascinados con el ideal de ‘santidad’, para construir una sociedad digna del hombre, una civilización de amor».
Esto mismo lo recogía en un mensaje a la Acción Católica, firmado el 6 de mayo: «Es necesario hacer del término ‘santidad’ un palabra común, no excepcional, que no designe sólo a estados heroicos de vida cristiana, sino que indique en la realidad de todos los días, una respuesta decidida y una disponibilidad a la acción del Espíritu Santo».
Segundo punto. La santidad pide poner la presencia del Señor en la Eucaristía como centro del vivir cristiano. «La suya es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a Él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de nosotros una sola cosa con Él. De este modo, Él nos introduce en la comunidad de los hermanos: la comunión con el Señor es siempre la comunión con los demás. Por este motivo, nuestra vida espiritual depende esencialmente de la Eucaristía. Sin ella, la fe y la esperanza se apagan, la caridad se enfría» (Discurso en la Basílica de San Marcos, Venecia, 8-V-2011).
Por tanto, la coherencia de los cristianos pide «vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como don a Dios y a los demás» (Homilía en la Misa de Mestre, 8-V-2011); es decir, una vida de adoración y culto a Dios que sea al mismo tiempo de caridad con todos; una auténtica oración que se traduzca en el compromiso social, especialmente con los pobres y necesitados:
«La misión prioritaria que el Señor os confía hoy, renovados por el encuentro personal con Él, es la de dar testimonio del amor de Dios por el hombre. Sois llamados a hacerlo ante todo con las obras de amor y con las decisiones de vida a favor de las personas concretas, a partir de las más débiles, frágiles, indefensas, que no se valen a sí mismas, como los pobres, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, aquellos a quien san Pablo llama las partes más débiles del cuerpo eclesial (cfr 1 Co 12,15-27)» (Discurso en la Basílica de Aquileia, 7-V-2011).
Tercer punto: la vida cristiana pide un compromiso social, como consecuencia del encuentro con Cristo. Es actualmente una vida “contracorriente”, contra la corriente del hedonismo y el materialismo consumista: «No tengáis miedo de ir contracorriente para encontraros con Jesús, de mirar hacia lo alto para encontrar su mirada» (Discurso en la Basílica de San Marcos, Venecia, 8-V-2011). No se trata, pues, de una actitud negativa, huidiza o pesimista; al contrario, vivir bajo la mirada de Cristo —en unión con Él por la oración y los sacramentos— lleva a respetar, purificar y enriquecer todo lo verdaderamente humano, como hicieron y vivieron los primeros cristianos:
«Estais llamados a vivir con esa actitud llena de fe que se describe en la Carta a Diogneto: no reneguéis nada del Evangelio en el que creéis, sino estad en medio de los demás hombres con simpatía, comunicando en vuestro propio estilo de vida ese humanismo que hunde sus raíces en el cristianismo, dirigidos a construir junto a todos los hombres de buena voluntad una ‘ciudad’ más humana, más justa y solidaria» (Basílica de Aquileia, 7-V-2011).
Por eso los cristianos tienen el «compromiso de suscitar una nueva generación de hombres y mujeres capaces de asumir responsabilidades directas en los diversos ámbitos de la sociedad, de modo particular en el político. Éste tiene necesidad más que nunca de ver personas, sobre todo jóvenes, capaces de edificar una ‘vida buena’ a favor y al servicio de todos. De este compromiso, de hecho, no pueden sustraerse los cristianos, que son ciertamente peregrinos hacia el Cielo, pero que viven ya aquí un anticipo de eternidad».
En conclusión, la santidad, centrada en la Eucaristía; la Eucaristía prolongada en medio del mundo, en los trabajos, en las familias y en las calles, en el servicio al bien común. ¿No es este un programa exigente, pero factible y fascinante?
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra