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Un laico bien formado y consciente de sus propios deberes con la sociedad es "luz para el mundo"
El futuro de la Iglesia depende del despertar de su "gigante adormecido", los laicos, ha constatado un congreso organizado entre el 7 y el 8 de abril, en esta ciudad, por la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, con el título "El fiel laico: realidad y perspectiva".
En este contexto, ZENIT ha entrevistado al decano de esa Facultad, y presidente del comité organizador del encuentro, el profesor Luis Navarro.
¿Por qué un congreso sobre los laicos?
Desde muchas partes se hace evidente el empuje del Concilio Vaticano II sobre el papel de los laicos, como fieles comprometidos en la realidad secular, llamados a la santidad y partícipes en primera persona en la misión de la Iglesia, para revitalizar un mundo que está en un callejón sin salida.
Vuelve a actualizarse la expresión de un padre sinodal, en el Sínodo sobre la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, que definía al conjunto de los laicos como un "gigante adormecido". Se trata, sin ir más lejos, de más del 95% del pueblo de Dios, innumerables personas bautizadas que viven en diversos grados de pertenencia y adhesión, de participación y corresponsabilidad, en la vida de la Iglesia.
Son, hoy, más de mil cien millones, el 17% de población mundial. Es una cifra impresionante y no obstante esto, es evidente que hay un largo camino que recorrer para llevar a su cumplimiento la propia vocación de cristianos en medio a sus conciudadanos en todo el mundo.
¿Es posible, por tanto, fiarse de los laicos? Incluso, ¿se puede confiar en ellos para que lleven adelante la misión de la Iglesia?
La pregunta es complicada, porque presupone que alguien (no laico) pide responsabilidades a otros. Alguien, que es el "verdadero responsable", que confía a los laicos cierta tarea. No es ésta la perspectiva del Concilio. En los cambios en la teología de los laicos, que se han examinado en nuestro Congreso, ciertamente les ha costado superar esquemas de este tipo, con el resultado de que se ha suavizado el sentido de la misión de los laicos.
El Concilio Vaticano II no hizo una elección política o sociológica, afirmó una percepción teológica de lo que es laico y a lo que está llamado: un bautizado que sigue a Cristo desde su vocación humana, llena de responsabilidades y desafíos seculares que constituyen el lugar donde se imita al Señor y donde se invita a otros a seguirlo.
¿Cómo se compatibiliza esta responsabilidad personal con la variedad de nuevas realidades o movimientos o grupos que se dirigen a los laicos? Un laico que no pertenece a estas realidades puede llevar a la plenitud su "ser laico"?
El interés de nuestro Congreso también se ha centrado en escuchar a los representantes de algunas de estas realidades, porque su carisma de origen hace referencia a la condición bautismal como tal. La riqueza que estas realidades han llevado a la Iglesia debe ser retomada desde su raíz, es decir, el dato puro y simple de que estar bautizado conlleva una gran alegría y al mismo tiempo una gran responsabilidad.
Además, añadiría desde el punto de vista jurídico, que estas realidades también han traído expresiones de creatividad también a nivel organizativo, que deben ser estudiadas ya que han distorsionado algunos patrones que parecían inmutables.
Del laico se habla en todas partes y a veces de un modo repetitivo: ¿No será que el discurso eclesial está un poco desgastado y que, más bien, debe reflexionar directamente sobre las necesidades de la sociedad en el mundo?
Su pregunta da en el blanco si se refiere al hecho de que el laico tiene como interés primario, y precisamente por la fuerza de su vocación que debe al mismo tiempo encontrar y llevar a Cristo en la vida cotidiana y en las aspiraciones de un mundo más justo.
Sería equivocado suponer que esto se puede asumir al margen de la Revelación cristiana y por tanto de su expresión en el magisterio, especialmente en el social: el gran reto es que los laicos lo hagan en primera persona, desde la propia responsabilidad entre los hombres, ciudadanos como ellos.
Por esto, estamos seguros de que del Congreso surgirá la idea de que, para "conformar" el mundo según la verdad cristiana, el laico debe, ante todo, "formar" su propia conciencia, para actuar en plena libertad y con plena iniciativa. El núcleo es la actuación libre de los fieles laicos.
Un laico bien formado y consciente de sus propios deberes con la sociedad es "luz para el mundo".