Necesitamos enlazar nuestra lectura de la Escritura con la revelación de Dios, no sólo con el vocabulario, opiniones, usos y costumbres de un pueblo antiguo…
En 1970, el profesor de Antiguo Testamento de la Universidad de Yale, el presbiteriano Brevard S. Childs, escribió un ensayo sobre ‘La Teología bíblica en crisis’, lamentando el final de una época dorada que se había extendido desde los años veinte hasta los sesenta del siglo XX.
En esos años (el período en torno a las décadas que van de 1920 a 1970), la teología se vio literalmente inundada de categorías y perspectivas que emanaban de la Biblia. Realmente se podía hablar de una “teología bíblica”, como nunca antes.
Primero fueron las grandes síntesis de los estudiosos protestantes del Antiguo Testamento (Eichrodt, Von Rad, Jacob) y más tarde del Nuevo (Cullmann, Jeremias, Hengel), que también provocaron una oleada católica sobre la Teología del Antiguo (Ceuppens, Van Imschoot, Grelot) y Nuevo Testamento (Meinert, Prat), además de interesantes ensayos panorámicos (Daniélou, Tresmontant).
El fenómeno se entiende mejor en el contexto protestante. Lo que había pasado era el intento de reivindicar que desde la Biblia se podía hacer teología. No sólo estudiar las características de cada libro, ni sólo contar la historia religiosa de Israel. Se podían obtener grandes conceptos con significación teológica (Dios con sus características, revelación, presencia, Alianza, profetismo, espíritu, Mesías, Reino de Dios, sentido del tiempo), contar su historia y evolución entre los diferentes textos bíblicos, y dar panorámicas sobre la historia y el significado de la salvación (historia de la Alianza, historia de la salvación, historia del Reino de Dios).
Y así, junto a la teología especulativa, acostumbrada a estudiar la doctrina (el Credo) con las categorías en las que se expresó en los primeros siglos, apareció una brillante “teología bíblica”.
Ese fue el “auge” de la teología bíblica, su alentadora irrupción en medio del siglo XX. ¿Y el ocaso? Se podría decir que ese intento tan fructuoso, en parte, se agotó una vez que puso sobre la mesa las grandes y novedosas ideas; y, en parte, su brillante discurso se sintió poco a poco deslegitimado u orillado frente a los “métodos histórico-críticos”. El estudio “científico” (histórico y filológico) de los textos, uno por uno, no permite obtener conclusiones tan grandes. Se puede estudiar el vocabulario de la profecía en Amós, pero no el sentido de la profecía en la historia de la salvación. Un riguroso estudio histórico crítico lleva mucho más a dividir que a unir la idea de profecía y cualquier otra, porque la base son textos diferentes de épocas diferentes.
En realidad, algo parecido ha sucedido con el estudio general de la historia. Han pasado los grandes relatos sobre la historia universal (Toynbee) y los ambientes académicos posmodernos prefieren dedicarse a temas mucho más controlables. Pero si uno observa la producción histórica en las librerías, la ve llena de grandes ensayos interpretativos. Ya sabemos que no pueden tener la precisión de un estudio sobre el movimiento del mercado de abastos de Teruel a mediados del siglo XIX, hecho sobre los documentos (tesis doctoral que pude ojear). Pero nos resulta casi imprescindible para entender la historia.
En el caso de la Sagrada Escritura, también necesitamos síntesis, pero el motivo es más profundo. No es sólo que la inteligencia necesita panorámicas generales para pensar: es que ha habido una historia de la salvación (o de la revelación o de la Alianza o del Reino de Dios) que es la base de la Sagrada Escritura y el motivo de que tenga interés para nosotros. Necesitamos enlazar nuestra lectura de la Escritura con la revelación de Dios, no sólo con el vocabulario, opiniones, usos y costumbres de un pueblo antiguo, que es, más bien, etnografía hebrea. Esa pretensión de lectura es la propia de una teología bíblica: “bíblica”, porque se centra en la Biblia, “teología”, porque es una reflexión desde la fe. De forma que detrás de esta inocente expresión, aparecen cuestiones hermenéuticas muy importantes.
Una de las señales de que la teología bíblica no está tan pasada es la profusión de estudios históricos sobre ella, especialmente en el campo protestante. El mismo Childs presentó un amplio volumen de Teología bíblica del Antiguo y Nuevo Testamento(1992), con una parte histórica importante, y fue contestado por James Barr, The concept of Biblical Theology (El concepto de Teología bíblica, 1999), desde una perspectiva protestante liberal. En el campo católico, Giuseppe Segalla dedicó atención a este tema (por ejemplo, en el Nuevo Diccionario de Teología Bíblica) y le sigue Giuseppe de Virgilio, profesor de la Universidad de la Santa Cruz (La teologia biblica. Itinerari e traiettorie).
Como es sabido el protestantismo nació con la pretensión de basar la fe y la vida sólo en la Biblia. En realidad, nunca fue así. Todos los líderes protestantes aceptaban, en principio, la doctrina contenida en el Credo. Esto daba lugar a dos actividades, la explicación de la doctrina (desde el Catecismo de Lutero), y la predicación de vida, basada en la Biblia. Después de un primer periodo escolástico, el pietismo protestante a partir del XVII intentó vivir sólo de la Biblia.
Un tipo de “teología bíblica” que siempre ha existido es la de conectar Biblia y doctrina, apoyando la doctrina en textos. Sigue siendo necesaria y útil, aunque tiene dos límites: la historia cristiana es carismática y no es completamente controlable, y también hay que entender la Biblia desde sí misma, desde su propia lógica. Eso segundo sería lo propio de una teología bíblica, pero ¿cómo hacerla?
La doctrina tiene categorías universales, que son las que maneja el pensamiento, pero la Biblia, no. Basándose en esto, que la tradición protestante considera punto de partida en este tema, Johann Phillip Gabler (siglo XVIII), explica que hay dos tipos de teología, la que se hace sobre la doctrina, con intención de enseñarla, y la que se hace sobre la Biblia, con intención de obtener algo de ella. Como la Biblia trata de hechos, el estudio científico de la Biblia tiene que ser de tipo histórico. La Teología Bíblica tiene que ser un estudio histórico de la religión israelita. Pero cuando, durante el siglo XIX, se puso de moda la historia comparada de las religiones, en ambientes de teología liberal, la historia bíblica pasó a ser un capítulo más.
Cuando se empezó a hacer Teología del Antiguo y del Nuevo Testamento, pronto se observó que son muy distintas por la diversidad de épocas a que se refieren y también, por la diversidad de estilos de sus documentos. De manera que uno de los grandes retos era unir las dos teologías y, por eso se ha defendido que lo propio de una teología bíblica sería buscar lo que da unidad a los dos testamentos (Ebeling). En definitiva, su relación con Cristo.
Aristóteles advirtió que la ciencia necesita conceptos universales y que no hay ciencia de lo particular (aunque sí conocimiento). Pero, ¿no hay conceptos universales en la Biblia? Precisamente esta duda llevó a una de las derivas más interesantes de la “teología bíblica”. Por supuesto que en la Biblia hay grandes nociones. Es más, la revelación ha supuesto la llegada de grandes categorías que han transformado totalmente nuestro pensamiento (Karl Barth). Basta pensar en el concepto mismo de Dios, con todo lo que supone.
Efectivamente, hay una historia de la revelación del Dios bíblico hasta formar un concepto, que es el nuestro. Y este ha sido uno de los grandes temas de las Teologías del Antiguo Testamento en el siglo XX (Jacob, Van Imschoot): la idea de Dios (personal, vivo, creador…), con sus atributos (justicia, misericordia, santidad). Pero ¿cómo no tener en cuenta también las grandes nociones bíblicas asociadas a Dios, como la Palabra (Dabar), la Sabiduría o el Espíritu de Dios? Y en cuanto se empieza a pensar, se pueden añadir otros conceptos con evolución histórica que forman parte de la revelación: vocación y fe, fidelidad y justicia, conversión y pecado, luz y tinieblas, santidad y oración, el corazón como sede de la persona, pobreza y misericordia, gracia y carisma...
Por otra parte, la Biblia tiene una curiosa red de referencias internas que se suelen englobar en el sentido tipológico y, más en general, en el sentido espiritual. El abuso que haya podido hacerse en algún momento de esta categoría puede despistar, pero no se trata de algo marginal, ni de una simple aplicación piadosa −como podría sugerir el título “espiritual”−, sino que es un rasgo característico y esencial del modo progresivo de la revelación, donde unas cosas anticipan y anuncian otras, que son su cumplimiento. Contar este desarrollo tipológico es uno de los grandes cometidos de la exégesis (Grelot).
No sólo las personalidades (Adán, Noé, Abraham, Melquisedec, Moisés, David), tema más conocido, sino también las instituciones de Israel funcionan como símbolos y anticipos de las grandes realizaciones en que consiste la salvación. En ese sentido son categorías “universales” y hay que estudiarlas detenidamente con esa perspectiva “histórica” peculiar (Von Rad, De Vaux). Todo el fenómeno del profetismo merece una atención muy especial: porque es una institución con rasgos singulares en Israel, y confluye en Cristo, tanto en la figura como en las promesas, especialmente del Mesías.
También es necesario estudiar todo lo referente al sacerdocio, culto y fiestas de Israel, trasfondo de toda la ofrenda de Cristo y de su sacerdocio, como ilustra preciosamente la Carta a los Hebreos. Y, dentro del culto de Israel, merece una atención especial el tema de la presencia de Dios (Shekhinah, Sinaí, arca, tabernáculo, templo, Cristo), como hizo hermosamente Daniélou. Hay otros grandes temas “transversales” centrales en la Biblia, como la “ciudad santa” y la “tierra santa”, o más todavía, el “Pueblo de Dios” y el “Reino de Dios” con su relación con la Iglesia y el cielo como comunión de los santos.
En esa búsqueda de categorías bíblicas “universales” y “transversales” de la Biblia, emerge naturalmente la de “Alianza”, que permite compendiar toda la historia de la revelación, toda la “teología bíblica” (Eichrodt). Y también permite percibir en qué medida tan grande la revelación es “histórica”. De manera que se puede hablar de una historia de la revelación y de la Alianza. Y, cuando se añade el motivo por el que Dios se revela, se debe hablar también de una historia de la salvaciónque confluye en Cristo, y que tiene un ritmo de anuncios (promesas) y cumplimiento, “ya y todavía no” (Cullmann). Esto marca profundamente el ritmo no sólo de la historia bíblica sino de toda la historia humana. Porque la revelación cristiana, hecha en la historia, es para todos los hombres y revela el hombre al hombre (Gaudium et Spes, 22). En ese sentido, es también “universal”.
Estas categorías teológicas bíblicas son, precisamente, las que dan unidad a la Escritura y la dotan de un argumento que sería el propio de una lectura creyente de la Biblia, el propio de la teología bíblica.
Uno estaría tentado de decir que queda todo, aunque haya perdido su fulgurante novedad. Nos ha quedado una teología bíblica de las grandes nociones, de las instituciones bíblicas y del sentido de la historia bíblica como revelación de Dios, de su alianza, de su salvación y de su Reino en este mundo. Y de la unidad de los dos testamentos en Cristo. Está recogida en los grandes diccionarios de conceptos bíblicos (Kittel), y en los de Teología bíblica cuando quieren usar este nombre, además de en sus clásicos donde se manifestó.
Quizá es una historia que todavía no está bien identificada y contada en los manuales de Escritura. Quizá porque no se tiene constancia de su riqueza y de su importancia, se ve como algo pasado y no se ha aprendido a contarla de un modo significativo. Quizá todavía no se entiende bien la relación entre las tareas de una teología bíblica y las propias de los métodos filológicos e históricos, que sólo pueden servir para una especie de preparación.
La “teología bíblica” es un género específico que tiene su legitimidad teológica e intelectual, y que supone una lectura creyente y auténtica de la Biblia. Por eso es particularmente necesaria en la enseñanza. A veces, la división de las materias bíblicas por libros lleva a transmitir una infinidad de cuestiones “pequeñas” y circunstanciales, en lugar de los grandes temas “transversales” propios de la revelación bíblica. Posiblemente falta una asignatura de teología bíblica que recoja brevemente la historia del concepto y, sobre todo, ordenadamente, sus frutos: conceptos, grandes tipologías, historia bíblica como revelación, unidad en Cristo. Sería una pena que lo más substancial quedara sólo en los diccionarios.ç
Juan Luis Lorda
Fuente: Revista Palabra.