“He decidido hablar de (…) un joven que vivió una vida muy plena, una adolescencia más complicada, turbulenta; que abandonó sus estudios y consiguió un empleo como trabajador en las obras públicas de los Alpes...” (Emmanuel Faber)
Un liderazgo de servicio…
Vamos a ser claros: servicio, lo que se dice servicio, el que me va a hacer el amigo francés que te voy a presentar. Llevo una temporada… que no me da la vida. Eso sí, las pasadas vacaciones estuve en Tierra Santa. Te contaré.
Soy muy consciente de que te debo post desde hace tiempo. Y −como en su día ocurrió con la entrada de Obama en Dame tres minutos− esta vez he encontrado un contenido en Internet que ya conocía, pero que me viene al pelo. Espero que también a ti.
Esta semana, me he vuelto a topar con un magnífico vídeo que quizás conozcas.
Me refiero al del Discurso de graduación que Emmanuel Faber, entonces director general del Grupo Danone, pronunció en la Escuela de negocios parisina HEC (Hautes Études Commerciales), en la que estudió en su día, ante los alumnos de la promoción de 2016.
Estos escucharon el 10 de junio de dicho año unas emotivas palabras, que será difícil que olviden, de boca del directivo francés, en un discurso que tuvo como eje central una historia muy personal.
A continuación, te las reproduzco, y luego te dejo el vídeo, por si te apetece practicar francés o inglés (con acento galo).
Buenos días.
Lo haré lo mejor que pueda; comenzaré en francés y terminaré en inglés. Si esperáis un discurso intelectual, quedareis decepcionados.
¿Qué es lo que más me marcó durante los años que pasé aquí, como vosotros, en el Campus?
He decidido hablar de alguien que nació 20 años antes, en 1965, en Grenoble. Un joven que vivió una vida muy plena, una adolescencia más complicada, turbulenta; que abandonó sus estudios y consiguió un empleo como trabajador en las obras públicas de los Alpes. Trabajaba en invierno en las carreteras.
Un día, decidió terminar sus estudios. Sufrió, entonces, un primer episodio y fue internado en un hospital psiquiátrico. Luego, salió.
Amaba la tierra, amaba la agricultura, amaba a los campesinos. Decidió ser ingeniero agrónomo. Lo consiguió. Empezó a trabajar.
Tuvo entonces su segundo episodio. Volvió a ser internado en un hospital psiquiátrico, y nunca pudo volver a trabajar, como vais a hacerlo vosotros o como lo hago yo.
Se hizo jardinero, tuvo otros pequeños trabajos de inserción, pasó mucho tiempo en la plaza del barrio, tocando la guitarra, y se hizo amigo de quienes se levantan de madrugada… pues no podía dormir por la noche a consecuencia de su enfermedad.
Se hizo amigo de los basureros, que pasan a las cuatro de la madrugada (les preparaba termos de café), y de las señoras mayores, a quienes ayudaba a cruzar la calle con su carrito de la compra cuando volvían del mercado. Y, de un montón de gente con la que ni vosotros ni yo nos encontraremos si hacemos el trabajo al que muchos aspiramos.
Un día, decidió volver al campo. Regresó a su pueblo, en Altos Alpes, se reencontró con sus amigos agricultores. Por la mañana, hacía queso en la lechería y por la tarde necesitaba dormir, a causa de su enfermedad; e iba a hacerlo cerca de un manantial.
Cuando bajaba a lo largo del torrente, tenía un viejo teléfono móvil (no era como el mío), y lo ponía cerca del manantial, me llamaba y me dejaba un mensaje en el buzón de voz. Todos los días. Solamente con el sonido del manantial. Yo podía estar negociando con el Gobierno chino, al otro lado del planeta, en mi oficina de Shanghai, o en París, en Barcelona, en México, o quizá con vosotros, y tenía todos los días esta vocecita, una vez al día, que me recordaba de dónde vengo.
Un día, hace cinco años, pocas horas después de despedirme de él, porque se iba a la montaña, murió a causa de su enfermedad. Era mi hermano.
Lo que más me marcó durante mis tres años aquí, fue esa llamada que desearía no haber recibido nunca. A las nueve de la noche, aquí, en el Edificio C, en la 4ª Planta: “Faber, es para ti”. Y supe que mi hermano había sido ingresado por primera vez en el psiquiátrico con el diagnostico de una esquizofrenia severa.
Mi vida dio un vuelco. Pocos de vosotros lo sabíais. Tuve que aprender a negociar con alguien que había perdido la razón. Aprender a pasar noches buscándole por las calles, a conocer el mundo de los hospitales psiquiátricos. Aprender el lenguaje de los enfermos mentales para poder mantener el diálogo con ellos; aprender la belleza de ese lenguaje. Descubrir que la normalidad nos encierra mucho: descubrir la belleza de la alteridad. Abrirme a muchas cosas. Gracias a él, descubrí la amistad de los sintecho; y de vez en cuando voy a dormir con ellos. Descubrí que se puede vivir con muy poco; y ser feliz.
He hecho noche en los barrios pobres de Delhi, Bombay, Nairobi, Yakarta, en Aubervilliers (cerca de aquí, en París), y en la Jungla de Calais. Y todo eso me ha enseñado una cosa: que, a partir de ahora, tras esos decenios de crecimiento, el reto de la economía, el reto de la globalización es la justicia social. Sin justicia social, no habrá economía.
Nosotros, los ricos, los privilegiados, podemos levantar muros cada vez más altos, como hace Arabia Saudita, como Estados Unidos con México, como se está haciendo alrededor de Europa, pero nada detendrá a quienes tienen necesidad de compartir lo nuestro. No habrá justicia climática sin justicia social. Eso no se sostiene.
¿Y por qué os estoy diciendo todo esto? Porque hoy os graduáis. Os enfrentáis al futuro y me gustaría felicitaros a todos. Al mismo tiempo, tenéis ahora un instrumento muy poderoso en vuestras manos; y la cuestión es: ¿qué vais a hacer con él? ¿Por qué os vais a dedicar a las finanzas, al marketing, vais a ser un abogado, un emprendedor social, un líder empresarial? y ¿cómo vais a manejar vuestro liderazgo en estas áreas?
Porque de una cosa estoy seguro, después de veinticinco años de experiencia: se os ha dicho que hay una “mano invisible”; y no la hay. O quizá hay una, pero os puedo decir que tiene más discapacidad que mi hermano: está rota.
Así que solo están vuestras manos, mis manos, todas nuestras manos, para cambiar las cosas, para mejorarlas. Y vosotros tenéis mucho para mejorarlas.
Tendréis que superar tres grandes enfermedades que llegarán con facilidad al estatus que vais a adquirir tras vuestra graduación, amigos míos: el poder, el dinero y la gloria.
De la gloria, olvidaos. Es solo una carrera sin fin que no conduce a ninguna parte. Las listas de famosos están para que la gente busque su propio nombre, pero a nadie le interesa el de los demás.
En cuanto al dinero. Cuando estaba en Banca de Inversión, en las finanzas, ¡conocí tanta gente −y continúo haciéndolo− que son prisioneros del dinero que ganan! ¡Nunca seáis esclavos del dinero! ¡Sed libres! Sea lo que sea en lo que lo ganéis o lo que hagáis con él, ¡sed libres!
En cuanto al poder. Mirad a vuestro alrededor. Veréis mucha gente que tiene poder y que no hace nada más que conservar ese poder; asegurarse para que continúe un día más. El poder solo tiene sentido si vuestro liderazgo es un liderazgo de servicio. Y ¿cómo encontrar la forma de alcanzar ese objetivo? Ese objetivo que os hará llegar a ser quienes realmente sois: lo mejor de vosotros, eso que ni siquiera vosotros conocéis.
Así que tengo una pregunta que me gustaría dejaros a cada uno de vosotros: ¿Quién es tu hermano? ¿Quién es ese hermano pequeño, esa hermana pequeña, que vive en cada uno de vosotros, que os conoce mejor que vosotros mismos, que os ama más de lo que os amáis vosotros a vosotros mismos? Es esa vocecita que te dice que eres más grande de lo que crees.
¿Quiénes son? Ellos os traerán esa voz, esa música interior, esa melodía que es verdaderamente vuestra, vuestra melodía única que cambiara la sinfonía del mundo a vuestro alrededor. Mucho o poco, lo hará. El mundo lo necesita y vosotros lo merecéis.
Así que encontrad a vuestro hermano, encontrad a vuestra hermana menor, y cuando les encontréis, saludadles de mi parte: somos amigos. Que os vaya bien.
No tengo nada más que decir. Salvo una cosa: ¡Gracias, Emmanuel!
Y gracias a ti, amigo o amiga, si te animas a difundir: como el faro que encabeza este post, darás luz; harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.