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El espíritu joven de Benedicto sigue vivo, y todos los cristianos pedimos a Dios que continúe vivo hasta el último suspiro, cuando rezamos al Altísimo para que custodie y vivifique al Papa, le dé la paz y lo haga bienaventurado en la tierra y lo libre de las manos de sus enemigos
Juan Pablo II se presentó en el Jubileo del año 2000 como «un joven de 80 años». Benedicto XVI no hará ningún gesto semejante, aunque allá en el fondo de su corazón puede hacer suyas —y con toda propiedad— las palabras de su predecesor, ahora que se acaba de convertir en el sexto Papa más longevo de la historia de la Iglesia.
Rumores de curia, rumores de enfermedad y de proyectos de abdicar; traiciones de colaboradores, no sólo alguno de sus más cercanos, sino también de personas a los que tiene que cesar en sus cargos y encargos de obispos, sacerdotes; rechazos de ofrecimientos de paz y reconciliación que, en su gran corazón, no deja de seguir ofreciendo a rebeldes a la luz del Espíritu; a rebeldes que conocen muy bien el significado, preciso y completo, de la frase que san Agustín recordó a los donatistas: «fuera de la Iglesia no tenéis salvación».
El espíritu joven de Benedicto sigue vivo, y todos los cristianos pedimos a Dios que continúe vivo hasta el último suspiro, cuando rezamos al Altísimo para que custodie y vivifique al Papa, le dé la paz y lo haga bienaventurado en la tierra y lo libre de las manos de sus enemigos.
Y Benedicto XVI hombre de Fe, de Esperanza y de Caridad, sabe que el Cielo está verdaderamente empeñado en que siga su misión.
Como hombre de Fe, sigue sembrando ansias de que Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, sea conocido, amado; porque en Él «sucede algo nuevo: Dios habla al hombre de una manera inesperada, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se encarna y entra en el mundo del hombre a tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal y traer a la persona al mundo de Dios».
Como hombre de Esperanza, no cesa de animar a los jóvenes a vivir en unión con Cristo Sacramentado; a los ancianos a transmitir la Fe a sus nietos; a los jóvenes, a vivir castamente y llegar célibes y vírgenes al matrimonio; a ser valientes para responder a las llamadas que reciban de Dios; a las familias para que acojan a los hijos y les formen en la generosidad y en el amor a Dios.
Y da esos "ánimos", sin dejar de ser consciente del desierto cultural y espiritual que el cristiano puede encontrarse por doquier: «el ‘desierto’ es el aspecto negativo de la realidad que nos rodea: la aridez, la pobreza de palabras de vida y de valores, el secularismo y la cultura materialista, que encierra a la persona en el horizonte mundano del existir, sin ninguna referencia a la trascendencia». Y sin pesimismo alguno, porque «para la Iglesia de hoy, el tiempo del desierto puede transformarse en un tiempo de gracia, porque tenemos la certeza de que incluso de la roca más dura, Dios puede hacer brotar el agua viva que refresca y restaura».
Quizá Benedicto XVI no vea la vuelta de Europa a sus fundamentos cristianos. No importa. Esa Europa ya ha muerto, y de las raíces cristianas de los creyentes europeos nacerá otra cultura, otra civilización. Y las conversiones a Cristo en la India, Vietnam, China, Nigeria, Congo, Australia, Francia, España, Rusia..., seguirán sosteniendo la Esperanza de la Iglesia.
Como hombre de Caridad, no deja de reclamar el derecho a la libertad religiosa en todos los países del mundo, para que la Iglesia pueda transmitir a todos los hombres el amor de Dios al Mundo. Lo ha recordado desde su primera encíclica:
«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él». «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida». «Mi deseo es insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino».
¿Ha conseguido su deseo? Quizá no consiga que la cultura europea vuelva a enriquecer sus razones con la luz de la Fe; quizá no consiga que hasta el último científico admita que Dios está ahí; quizá no vea volver al redil de la Iglesia a cristianos rebeldes y obstinados en sus posiciones, quizá...
Ser joven hasta que el Señor le llame a ser joven eternamente, sí lo alcanzará.
Ernesto Juliá Díaz