Una de las primeras paradojas de la soberbia es que ciega tanto a las personas que les hace mostrarse de modo contrario a lo que desean
No hace mucho podía leerse en la prensa una curiosa noticia: “Pagar 30.000 libras para que enseñen humildad a tu hijo: Avenues llega a Londres”. Hubo un tiempo en que los colegios más exclusivos ofrecían ese valor añadido a través de sus instalaciones deportivas, idiomas o cursos de intercambio. Sin embargo, lo que ahora parece que muchos buscan en las escuelas de élite es que enseñen humildad. Y las familias más pudientes hacen cola para poder pagar esas cantidades en Avenues, The World School.
El primer campus fue inaugurado en septiembre de 2012 en Nueva York, en el selecto barrio de Chelsea, con una inversión de 60 millones de dólares. Hay muchos otros colegios prestigiosos, como Eton donde la matricula ronda los 37.000 libras anuales, pero esto de la humildad aparece ahora como algo novedoso. La pregunta es: ¿es fácil enseñar humildad a unos alumnos cuyos padres pagan esas cuotas? Los fundadores de Avenues no lo explican con mucha claridad, pero cada año hay lista de espera para poder acceder al centro.
Según The New York Times, Manhattan se ha transformado en un mercado para la creación de futuros líderes globales. Los jóvenes son emocionalmente inteligentes, pero poco humildes. Cuando se solicitó un informe para estudiar la creación de nuevas escuelas, preguntaron a las universidades más reputadas cuál era la carencia que encontraban entre los solicitantes de la Gran Manzana. Casi todas las respuestas giraron en torno a la idea de los valores, el compromiso cívico, la inclusión y la diversidad. En una palabra, la humildad. Y fue entonces cuando los fundadores de Avenues vieron la oportunidad de negocio.
No deja de ser extraño hacer negocio en torno a la humildad, pero parece que se trata de una virtud que todos apreciamos bastante. A nadie nos gusta trabajar o convivir con personas arrogantes, vanidosas o engreídas. Cuando vemos a alguien que se considera superior, que está siempre presumiendo, que no deja pasar ocasión de intentar quedar por encima de los demás, de contarnos todo lo que ha hecho o sabe hacer, lo normal es que esa persona nos cause bastante mala impresión. Sin embargo, él o ella lo hacen pensando que con eso quedan muy bien. Y ahí está una de las primeras paradojas de la soberbia: ciega tanto a las personas que les hace mostrarse de modo contrario a lo que desean.
Pienso que no está de más enseñar a todos desde pequeños, en la escuela y en la familia, a ser menos orgullosos, menos altivos, menos engolados. Que nos ayuden a entender que ser jactancioso o fanfarrón es algo penoso y, además, claramente contraproducente. Todo esto puede ser un poco más difícil para quien procede de las capas más altas de la sociedad, pero lo cierto es que siempre es difícil para todos, porque ninguno escapamos de los engaños de la vanidad o la soberbia. Por eso es una suerte poder desarrollar la propia psicología en un entorno de sencillez, modestia y humildad. Porque solo cuando esas actitudes calan en nuestro interior se abre camino la verdadera lucidez de la mente. Cuando nos hacemos fuertes ante la adulación desarrollamos mejor nuestra propia identidad. Solo construimos de verdad nuestro carácter cuando resistimos ante la indignación que tantas veces nuestro ego se encarga de alimentar equivocadamente. Solo avanzamos en la buena dirección si sabemos contener ese excesivo afán de protagonismo, o esa tendencia a sentirnos agraviados por cualquier cosa, o ese sutil deseo de despertar envidias, o de quedar siempre por encima de los demás. Solo entonces nos hacemos fuertes frente a los celos, los resentimientos o la altanería.
Todo ello es compatible con un sano deseo de agradar a los demás, de ser valorado, de ser reconocido, de gozar de una buena imagen ante los demás. Son sentimientos sanos y legítimos, pero les sucede como a cualquier órgano de nuestro cuerpo, que pueden funcionar de forma sana pero también pueden arruinarse porque un tumor los haga desarrollarse desordenada y anormalmente.
Alfonso Aguiló, en interrogantes.net.