El Papa recibió ayer a los Delegados de la Confederación Italiana de Sindicatos de Trabajadores
Queridos hermanos y hermanas, os doy la bienvenida con ocasión de vuestro Congreso, y agradezco a la Secretaria General su presentación. Habéis elegido un lema muy bonito para este Congreso: “Por la persona, por el trabajo”. Persona y trabajo son dos palabras que pueden y deben ir juntas. Porque si pensamos y decimos trabajo sin persona, el trabajo acaba por convertirse en algo inhumano que, olvidando a las personas, se olvida y se pierde a sí mismo. Pero si pensamos en la persona sin trabajo, decimos algo parcial, incompleto, porque la persona se realiza en plenitud cuando se convierte en trabajador o trabajadora; el individuo se hace persona cuando se abre a los demás, a la vida social, cuando florece en el trabajo. ¡La persona florece en el trabajo! El trabajo es la forma más común de cooperación que la humanidad ha generado en su historia. Cada día millones de personas cooperan simplemente trabajando: educando a nuestros hijos, manejando aparatos mecánicos, haciendo prácticas en una oficina... El trabajo es una forma de amor civil: no un amor romántico ni siempre intencional, sino amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y sacar adelante el mundo.
Ciertamente, la persona no es solo trabajo. Debemos pensar también en la sana cultura del ocio, en saber descansar. Eso no es pereza, es una necesidad humana. Cuando pregunto a un hombre o a una mujer que tiene dos o tres hijos: “Y dígame, ¿usted juega con sus hijos? ¿Tiene ese ‘ocio’?” −“Pues, ¿sabe?, cuando voy al trabajo, todavía están durmiendo y cuando vuelvo ya están en la cama”. Eso es inhumano. Por eso, junto al trabajo debe ir también otra cultura. Porque la persona no es solo trabajo, porque no siempre trabajamos, y no siempre debemos trabajar. De niños no se trabaja ni se debe trabajar. No trabajamos cuando estamos enfermos, ni trabajamos de viejos. Hay muchas personas que todavía no trabajan, o que ya no trabajan. Todo eso es verdad y conocido, pero debe recordarse también hoy −cuando aún hay en el mundo demasiados niños y chicos que trabajan y no estudian− que el estudio es el único “trabajo” bueno de los niños y jóvenes; o cuando ni siempre ni a todos se les reconoce el derecho a una justa pensión, justa porque no es ni demasiado pobre ni demasiado rica: las pensiones de oro son una ofensa al trabajo no menos graves que las pensiones demasiado pobres, porque hacen que las desigualdades del tiempo del trabajo se eternicen; o cuando un trabajador enferma y es descartado por el mundo del trabajo en nombre de la eficiencia; en cambio, si una persona enferma consigue, dentro de sus limitaciones, seguir trabajando, el trabajo realiza también una función terapéutica: a veces se cura trabajando con los demás, junto a los otros, por los demás.
Es una sociedad necia y miope la que obliga a los ancianos a trabajar demasiado tiempo y obliga a una entera generación de jóvenes a no trabajar cuando deberían hacerlo por ellos y por todos. Cuando los jóvenes están fuera del mundo del trabajo, a las empresas les falta energía, entusiasmo, innovación, alegría de vivir, que son valiosos bienes comunes que hacen mejor la vida económica y la felicidad pública. Es entonces urgente un nuevo pacto social humano, un nuevo pacto social por el trabajo, que reduzca las horas de trabajo de quien está en la última etapa laboral, y crear trabajo para los jóvenes que tienen el derecho-deber de trabajar. El don del trabajo es el primer don de los padres y madres a los hijos e hijas, es el primer patrimonio de una sociedad. Es la primera dote con que les ayudamos a levantar el vuelo en su vida adulta.
Quisiera subrayar dos desafíos actuales que el movimiento sindical debe afrontar y vencer si quiere seguir su papel esencial por el bien común. El primero es la profecía, y se refiere la naturaleza misma del sindicato, a su vocación más auténtica. El sindicato es expresión del perfil profético de la sociedad. El sindicato nace y renace todas las veces que, como los profetas bíblicos, da voz a quien no puede, denuncia al pobre “vendido por un par de sandalias” (cfr. Amos 2,6), desenmascara a los poderosos que aplastan los derechos de los trabajadores más frágiles, defiende la causa del extranjero, de los últimos, de los “descartados”. Como demuestra también la gran tradición de la CISL, el movimiento sindical tiene sus grandes épocas cuando es profecía. Pero en nuestras sociedades capitalistas avanzadas el sindicato corre el riesgo de perder su naturaleza profética, y parecerse demasiado a las instituciones y poderes a las que debería criticar. El sindicato, con el paso del tiempo, ha acabado pareciéndose mucho a la política, o mejor, a los partidos políticos, a su lenguaje, a su estilo. Y si falta esa típica y variada dimensión, hasta la acción dentro de las empresas pierde fuerza y eficacia. Eso es la profecía.
Segundo desafío: la innovación. Los profetas son centinelas que vigilan desde su puesto de guardia. También el sindicato debe vigilar desde los muros de la ciudad del trabajo, como centinela que mira y protege a quien está dentro de la ciudad del trabajo, pero mira y protege también a los que están fuera de los muros. El sindicato no realiza su función esencial de innovación social si vigila solo a los que están dentro, si solo protege los derechos de quien trabaja o está jubilado. Esto se hace, pero es la mitad de vuestro trabajo. Vuestra vocación es también proteger a quien aún no tienen derechos, a los excluidos del trabajo, que son también excluidos de los derechos y de la democracia.
El capitalismo de nuestro tiempo no comprende el valor del sindicato porque ha olvidado la naturaleza social de la economía, de la empresa. Este es uno de los pecados más gordos. Economía de mercado: no. Digamos economía social de mercado, como nos enseñó San Juan Pablo II: economía social de mercado. La economía ha olvidado la naturaleza social que tiene como vocación, la naturaleza social de la empresa, de la vida, de los vínculos y pactos. Pero quizá nuestra sociedad tampoco entiende el sindicato porque no lo ve luchar bastante en los lugares de los “derechos del que todavía no los tiene”: en las periferias existenciales, entre los descartados del trabajo. Pensemos en el 40% de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Aquí, en Italia. ¡Y vosotros debéis luchar ahí! Son periferias existenciales. No os ven luchar con los inmigrantes y pobres que están bajo los muros de la ciudad; o bien no lo comprende simplemente porque a veces −y sucede en toda familia− la corrupción ha entrado en el corazón de algunos sindicalistas. No os dejéis bloquear por esto. Sé que os estáis esforzando ya desde hace tiempo en la dirección correcta, especialmente con los inmigrantes, los jóvenes y las mujeres. Y esto que digo podría parecer superado, pero en el mundo del trabajo la mujer es aún de segunda clase. Podríais decir: “No, porque está esa empresaria y aquella otra…”. Sí, pero la mujer gana menos, es más fácilmente abusada… ¡Haced algo! Os animo a seguir y, si es posible, a hacer más. Vivir en las periferias puede ser una estrategia de acción, una prioridad del sindicato de hoy y de mañana. No hay una buena sociedad sin un buen sindicato, y no hay un sindicato bueno que no renazca cada día en las periferias, que no transforme las piedras desechadas por la economía en piedras angulares. Sindicato es una bonita palabra que proviene del griego “dike”, o sea justicia, y “syn”, juntos: syn-dike, “justicia juntos”. No hay justicia juntos si no está junto a los excluidos de hoy.
Os agradezco este encuentro, os bendigo, bendigo vuestro trabajo y deseo todo bien para vuestro Congreso y vuestro trabajo diario. Y cuando en la Iglesia hacemos una misión, en una parroquia, por ejemplo, el obispo dice: “Hagamos la misión para que toda la parroquia se convierta, o sea dé un paso a mejor”. También vosotros “convertíos”: dad un paso a mejor en vuestro trabajo, para que sea mejor. Gracias. Y ahora, os pido que recéis por mí, porque yo también debo convertirme, en mi trabajo: cada día debo hacer mejor para ayudar y hacer mi vocación. Rezad por mí y quisiera daros la bendición del Señor.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.