Nuestro Tiempo (Entrevista de Javier Marrodán)
Se puede decir que la sociedad industrial creó la adolescencia y la sociedad del bienestar la ha dilatado
Aseguran que vivimos en una sociedad “inmadura” que elude las obligaciones y que propone a los jóvenes unos héroes de ficción que no son modélicos. Con sus libros y sus conferencias, Pilar Guembe y Carlos Goñi pretenden ofrecer algunas pistas para moverse con garantías en ese escenario complejo.
Alguna vez han citado a John Lennon: «La vida es aquello que pasa mientras estamos haciendo otras cosas». ¿Es posible vivir la vida con cierta plenitud en esta época de pantallas, teclados y mensajes de 140 caracteres?
Por supuesto, siempre que sepamos desconectar a tiempo. Muchas personas, sobre todo jóvenes, pero no sólo ellos, se han dejado arrastrar por las nuevas tecnologías, de tal manera que han llegado a confundir la realidad con las pantallas, lo que comporta un auténtico problema ontológico. Para muchos adolescentes y jóvenes lo real es lo que pueden colgar en Facebook, lo que “pasa” en las redes sociales. Se podría decir que la tecnología de la comunicación nos ha sacado a la superficie: nos permite hacer surfing pero no submarinismo. Lo peor es que, si bien nos acerca a las personas lejanas, nos aleja de las más cercanas. Las relaciones humanas más directas, como las de padres e hijos, se vuelven problemáticas. En la era de la comunicación nos cuesta comunicarnos. Por desgracia, demasiadas veces la vida nos sorprende haciendo otras cosas. Quizá tengamos que desconectar las pantallas para conectarnos con los demás.
¿Están eclipsando los amigos de Facebook a los amigos de verdad?
En general, la realidad virtual está sustituyendo a la realidad real, un pleonasmo actualmente necesario. Los dos planos se confunden. Así, muchos jóvenes prefieren ver las fotos de sus amigos que a sus amigos, prefieren “hablar” por ordenador que hacerlo cara a cara, prefieren quedar en Facebook que en la calle.
Explicaba una niña de doce años a varias amigas que la adolescencia es una etapa en la que “los padres se vuelven muy raros”. ¿Cuál es el mejor modo de afrontar ese periodo para unos padres?
Desde el punto de vista de los padres, sus hijos están raros en la adolescencia; pero, visto desde los adolescentes, son sus padres los que ya no son como eran antes. Nosotros intentamos ponernos en la piel de los adolescentes. De ese modo, podemos comprender muchas cosas. Debemos entender que ellos están tan confundidos o más que sus padres: la adolescencia ha invadido su niñez y los está arrastrando a trompicones hacia la vida adulta. Los padres, en este periodo, deben simplemente “estar ahí”, que no es poco. Han de poner una dosis mayor de calma, paciencia y comprensión. Tienen que hacer de adultos, con cariño y coherencia.
¿Han cambiado las fronteras de la adolescencia? Hoy es fácil descubrir a niños y niñas de ocho años que parecen afectados por la “edad del pavo”.
La adolescencia es un fenómeno sociocultural. En otras épocas y culturas, no existía, por lo menos como la conocemos ahora. El paso de la niñez a la adultez se cubría mediante un ritual iniciático en el que el candidato debía superar algunas pruebas. Se puede decir que la sociedad industrial creó la adolescencia y la sociedad del bienestar la ha dilatado. En nuestra “cultura del microondas”, en la que todo va demasiado deprisa, los niños queman etapas con mayor rapidez y se ven abocados a una adolescencia prematura que, además, se dilata en el tiempo.
Hoy hay muchos chicos y chicas que llegan a los 18 años sin haberse llevado nunca un disgusto. Algunos se matriculan en la universidad, suspenden una asignatura −o dos, o tres...− y el mundo se les cae encima de repente.
Los padres no colaboramos para que nuestros hijos maduren; al contrario, nos desvivimos para que lo tengan todo, para que no sufran, para que no se frustren. Los llevamos entre algodones y, cuando topan con la primera dificultad, se desmoronan. No se trata de poner obstáculos donde no los hay, sino de no saltarlos por ellos. Una persona es madura cuando no echa la culpa a otro de lo que le pasa, sino que asume sus responsabilidades. Vivimos en una sociedad inmadura, que elude las obligaciones y retarda al máximo la entrada en la edad adulta.
¿Tiene sentido castigar a un niño?
En la educación de nuestros hijos hemos de contar con los premios y los castigos, pero bien utilizados. Su utilización conforma estilos educativos (o antieducativos) que van desde la rigurosidad más inhumana a la permisividad más absoluta, pasando por el justo medio, donde el buen uso de los premios y los castigos los hacen imperceptibles y casi prescindibles. Premiar y castigar no resulta tan sencillo como puede parecer. Son actuaciones que tienen un mecanismo propio que hay que conocer. Vale más elogiar lo que hacen bien que recriminar lo que hacen mal. Deberíamos felicitarles diez veces por cada una que les reprendemos. La llamamos la “ley de la desproporción”.
Algunos policías municipales que se dedican a tareas de carácter “social” cuentan alarmados que cada vez hay más casos de niños que pegan a sus padres. Si ese hecho es un síntoma, ¿cuál sería la enfermedad?
La violencia nunca es una solución, sino un síntoma de una mala solución. La enfermedad podría llamarse “ausencia de criterios firmes”. Los padres que no han sabido poner límites en la niñez y no han sembrado valores y normas, pueden acabar convertidos en víctimas de sus hijos. Sin querer, los convierten en pequeños tiranos que, llegado el momento, pueden ejercer violencia física contra quienes un afecto desmesurado los ha convertido en el blanco de su descontento con el mundo.
¿Puede ser que falten héroes de verdad −imitables− entre los jóvenes de la actualidad?
Los adolescentes necesitan modelos que imitar. Los héroes de ficción que encuentran en el cine y, sobre todo, en las series televisivas, no son modélicos, sino adaptados a esa forma de vida inmadura que nos rodea. En el fondo, no les satisfacen esos arquetipos porque no les hacen crecer como personas. Por eso, quienes deberían convertirse en héroes para los hijos son los padres. ¿Cómo? Ejerciendo de padres, con sus errores y limitaciones. Si dejamos que eduque el ambiente, será el ambiente el que proponga modelos.
George Steiner asegura que “la batalla decisiva” se libra hoy en la enseñanza secundaria. ¿Están de acuerdo?
A nivel educativo, la batalla decisiva se libra en la familia, aunque no habría que hablar en términos bélicos. A nivel de la enseñanza, se libra en todas las etapas: la educación infantil y primaria son decisivas para la adquisición de hábitos, actitudes y valores. Pero no cabe duda de que el momento álgido está en la secundaria porque los alumnos se hallan en la adolescencia, etapa en la que han de construir su personalidad.
En alguna ocasión han hablado de “huérfanos de padres vivos”. ¿Cómo hacer reaccionar a esos padres?
Llamamos “huérfanos de padres vivos” a tantos hijos de padres “desaparecidos”, que tienen miedo a educar, a ejercer la autoridad que les corresponde, a estar presentes en el crecimiento de sus hijos. Es lamentable, pero ocurre. Hay muchos desertores, que hacen dejación de sus obligaciones y dejan la educación de sus hijos en manos del ambiente, la televisión o Internet. Hacen falta padres educadores que sepan querer a sus hijos.
¿Qué les pareció el fenómeno del 15M? Muchos jóvenes admiten que en las asambleas y en los debates han sintonizado por primera vez con un mensaje de carácter político.
Resulta difícil saber si se ha tratado de un fenómeno espontáneo o dirigido por alguna fuerza política concreta. En todo caso, ha servido para despertar la sensibilidad política adormecida de muchos adolescentes y jóvenes. Por primera vez en el último medio siglo, esta generación lo va a tener peor que la generación precedente. Se han dado cuenta de que al salir de casa se asoman a un abismo que no aparece en el mapa que les han enseñado sus padres.
¿Dónde deberían buscar los jóvenes sentido a su vida?
El sentido de la vida consiste en encontrar sentido a la vida. Lo importante es la búsqueda. Cuando no se busca es cuando aparecen el sinsentido, el hastío, la apatía. El que está empeñado en su búsqueda ya lo ha encontrado.
Se habla con frecuencia de “despertar las conciencias”. ¿Cómo se hace?
También la conciencia está adormecida. El despertador lo encontramos, una vez más, en casa. Los padres permisivos, hijos del relativismo, han claudicado en un deber fundamental: la formación de la conciencia de sus vástagos. Creen que la educación moral es una intromisión en la vida personal de los hijos y prefieren mandarlos a navegar sin brújula. Pero no podemos dejarlos al capricho de los vientos, sino que les tenemos que dar una brújula y enseñarles a utilizarla. Una vez en su barco, quizá se la guarden en el bolsillo y no le hagan caso, pero siempre la podrán sacar. En cambio, si se embarcan sin ella, nunca podrán orientarse. Solemos comparar la labor educativa de los padres con la base de un tentetieso —esos muñecos que son imposibles de tumbar—. Mediante hábitos, criterios y valores, van llenando ese fondo hasta que pese lo suficiente para que el muñeco, los hijos, se mantengan en pie a pesar de los vaivenes de la vida.