Entre las enseñanzas de estos días indudablemente ésta es una importante: el trabajo como servicio a la sociedad, desempeñado con el interés e incluso el heroísmo que hemos contemplado. La satisfacción personal es inmensa cuando se trabaja así
El Papa, en la Vigilia de Pascua nos hablaba del derecho a la esperanza, porque necesitamos tenerla en la situación de pandemia en que nos encontramos. Una esperanza que se apoya en la certeza de que “Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida”. Y además “desea que llevemos la esperanza a la vida de cada día”, a todos, “porque todos necesitan ser reconfortados, “porque todos somos hermanos y hermanas”, y si no lo hacemos nosotros que “hemos visto” a Cristo resucitado, ¿quién lo hará?
El mundo se encuentra ante un desafío que no conoce fronteras. Dios no lo ha querido, pero lo ha permitido. No podemos tener una respuesta exacta al por qué de esa permisión, pero hemos de creer −si no queremos caer en la desesperación o el absurdo− que, como nos ha recordado el Papa, “Dios conduce todo hacia el bien”. Esto se hace tanto más difícil de ver cuando lo que vemos son muchos miles de muertos en el mundo entero, y unas consecuencias económicas que serán también un grave problema para muchos cientos de miles de personas.
Y si es así, ¿cuál puede ser ese bien que podamos sacar de esta situación? Sin una vida de fe costará más verlo, pero no obstante, sí podemos ver −porque lo estamos viendo ya− muchas cosas buenas: estamos viendo la generosidad y el heroísmo de muchas personas que han puesto su trabajo, su tiempo y hasta su vida para atender a los enfermos. Los profesionales de la salud en primer lugar, y un sinfín de profesionales imprescindibles para que, a pesar del confinamiento, la vida siga y podamos comer, lavarnos, tener agua y luz, desplazarnos en transportes públicos, contar con las personas que cuidan de la seguridad y de las instalaciones especiales necesarias para la atención de tantos enfermos; y los transportistas, que han seguido llevando las mercancías de alimentación a las grandes superficies para la distribución en las ciudades; y hemos podido recibir información en periódicos, con el riesgo también de estos profesionales. Y hemos visto sacerdotes que han arriesgado su vida en la atención de muchos enfermos… Y grandes empresarios, que han hecho generosamente donativos importantes, y han orientado el trabajo de sus empresas hacia la elaboración de productos sanitarios o de otro tipo más necesarios en estos momentos, etc.
Por tanto entre las enseñanzas de estos días indudablemente ésta es una importante: el trabajo como servicio a la sociedad, desempeñado con el interés e incluso el heroísmo que hemos contemplado. La satisfacción personal es inmensa cuando se trabaja así.
Hemos visto también la generosidad de muchas personas, con disponibilidad para hacer pequeños servicios domésticos, sobre todo a los que lo necesitaban más. Sin ninguna duda, los lazos de la solidaridad y la fraternidad se han estrechado.
Seguramente hemos aprendido también a valorar más los mil pequeños detalles de que gozamos en la vida diaria, y que estos días hemos tenido que renunciar a buena parte de ellos, encerrados en casa.
Más importante aún, hemos confirmado una vez más la grandeza de la familia: tener personas a las que amamos y nos aman, con las que hemos compartido estos días en una convivencia que a veces habrá podido tener también sus pequeños roces, pero que sin nuestros seres queridos estas semanas habrían resultado difícilmente soportables.
Y en fin, sin ánimo de ser exhaustivo, todos nos hemos “topado” con el riesgo imprevisto de perder la vida. Si bien es cierto que las personas mayores son las más susceptibles de sufrir gravemente la enfermedad, la incertidumbre ante lo desconocido y la acumulación de defunciones afecta anímicamente a todos, por no hablar de la soledad de los que fallecen, sin poder tener la cercanía de sus seres queridos… Esta situación debe llevar a profundizar en la convicción de que nuestra vida está siempre en las manos de Dios, y Él sabe más, aunque a veces nos pueda costar entender…
El creyente tiene que trascender toda esta situación, y tratar de ver la mano de Dios en todo, para no perder la fe ni la esperanza ante la tragedia, sino unirse íntimamente a Cristo paciente, para resucitar con Él a la vida eterna.
Además de las enseñanzas que cada uno pueda extraer de estos días, también hemos de pensar en la responsabilidad que hayamos podido tener en esta situación…
Yo −podemos decir cada uno−, ciudadano corriente, ¿qué responsabilidad puedo tener? Ciertamente la que se derive de haber cuidado o no las normas de prudencia que están indicadas en la relación con otras personas para evitar el contagio. En los momentos iniciales era comprensible que no se tuviera una idea clara de la importancia de esas normas, pero una vez anunciadas por la autoridad competente a todos nos corresponde observarlas, aunque hayan llegado a situaciones excepcionales de aislamiento.
¿Y los responsables de la sanidad nacional y del gobierno? Teniendo en cuenta el muy elevado número de muertes, de enfermos, mas la situación económica y de limitación de derechos de los ciudadanos a la que hemos llegado, los responsables de la sanidad y del gobierno tienen el deber moral grave de dar cuenta a los ciudadanos, de modo objetivo y cierto, de qué han hecho o han dejado de hacer para abordar esta gran tragedia. Los resultados tan distintos de unos países a otros, en cuanto al número de muertos e infectados, hacen ver que en gran parte depende de las medidas de gobierno que se hayan adoptado: aplicación oportuna de las recomendaciones de la O.M.S., experiencias de otros países, medios adecuados suficientes para detectar los infectados, medidas de protección eficaces y suficientes para los profesionales de la salud, instalación especial de hospitales de urgencia…
Y también en cuanto a las medidas económicas y sociales especiales que haya que toma, por ser situaciones excepcionales requieren también medidas excepcionales. Y por serlo conviene contar con el apoyo de todas las fuerzas sociales −partidos políticos, empresarios, otros representantes sociales−, porque en realidad todas las fuerzas deben contribuir a sacar adelante el país en esas circunstancias. Es responsabilidad de los que gobiernan buscar esa fuerte colaboración, encontrando los puntos comunes fundamentales en los que todos pueden estar de acuerdo, al margen de finalidades políticas particulares más inmediatas.
Juan Moya, en religion.elconfidencialdigital.com.