La séptima catequesis del Papa, durante la Audiencia general de hoy ha estado centrada en el ejemplo de Moisés, quien “reza a través de la intercesión. Su actitud es como la de los santos que, a imitación de Jesús, son puentes entre Dios y su pueblo”
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestro itinerario sobre el tema de la oración, nos damos cuenta de que a Dios le gusta tratar con personas a veces “difíciles”, y lo comprobamos con Moisés. Cuando Dios lo llamó, Moisés era humanamente “un fracaso”. El libro del Éxodo lo describe como un fugitivo en la tierra de Madián, después de haber defendido a uno de su pueblo. Sus sueños de gloria se esfumaron: Moisés ya no era un funcionario prometedor, sino un fracasado que pastoreaba un rebaño que ni siquiera le pertenecía. Y es precisamente en el silencio del desierto donde Dios se le reveló en la zarza ardiente: “Yo soy el Dios de tus padres”, le dijo, y le encomendó la liberación de Israel.
Moisés presentó a Dios sus temores, sus objeciones ante la misión que le confería, de volver a Egipto y de ocuparse de su pueblo que sufría. No se consideraba digno de esa tarea, tartamudeaba; no conocía el nombre de Dios para presentarse ante los israelitas. Su oración estaba siempre cargada de “porqué”: ¿Por qué me enviaste? ¿Por qué quieres liberar a esta gente? Esta falta de confianza en Dios le impidió entrar en la tierra prometida.
Con estos miedos y vacilaciones, vemos en Moisés a un hombre como nosotros. Y Dios, sin embargo, le confió grandes responsabilidades y, a pesar de ellas, supo mantener lazos de solidaridad con su pueblo. Moisés era tan amigo de Dios que hablaba con Él cara a cara; y siguió siendo tan amigo de los hombres que tenía misericordia por sus pecados y rezaba por ellos. Su oración era de intercesión, siendo esta la verdadera plegaria de los creyentes, que a pesar de sus fragilidades tratan de ser “puentes” entre Dios y su pueblo.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro itinerario sobre el tema de la oración, nos estamos dando cuenta de que a Dios nunca le ha gustado lidiar con orantes “fáciles”. Y tampoco Moisés será un interlocutor “flojo”, desde el primer día de su vocación.
Cuando Dios lo llama, Moisés es humanamente “un fracasado”. El libro del Éxodo nos lo presenta en la tierra de Madián como un fugitivo. De joven sintió piedad por su gente, y también tomó partido en defensa de los oprimidos. Pero pronto descubre que, a pesar de sus buenos propósitos, de sus manos no mana justicia, si acaso violencia. Ahí se hacen añicos sus sueños de gloria: Moisés ya no es un funcionario prometedor, destinado a una rápida carrera, sino que ha desaprovechado las oportunidades, y ahora apacienta un rebaño que ni siquiera es suyo. Y es precisamente en el silencio del desierto de Madián donde Dios convoca a Moisés a la revelación de la zarza ardiente: «“Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Moisés entonces se tapó la cara, porque tenía ver a Dios» (Ex 3,6).
A Dios que habla, que lo invita a cuidar nuevamente del pueblo de Israel, Moisés opone sus miedos, sus objeciones: no es digno de esa misión, no conoce el nombre de Dios, no le creerán los israelitas, tiene una lengua que tartamudea... Y así, tantas objeciones. La palabra que aflora más a menudo en los labios de Moisés, en toda oración que dirige a Dios, es la pregunta: “¿por qué?”. ¿Por qué me has enviado? ¿Por qué quieres liberar a ese pueblo? En el Pentateuco hay incluso un pasaje dramático, donde Dios echa en cara a Moisés su falta de confianza, falta que le impedirá el ingreso en la tierra prometida (cfr. Nm 20,12).
Con esos temores, con ese corazón que a menudo vacila, ¿cómo puede rezar Moisés? Es más, Moisés parece un hombre como nosotros. Y también eso nos pasa a nosotros: cuando tenemos dudas, ¿cómo podemos rezar? No nos sale rezar. Y por esa debilidad suya, además de por su fuerza, nos quedamos sorprendidos. Encargado por Dios de trasmitir la Ley a su pueblo, fundador del culto divino, mediador de los misterios más altos, no por ese motivo cesará de estrechar lazos de solidaridad con su pueblo, especialmente en la hora de la tentación y del pecado. Siempre apegado al pueblo. Moisés jamás perdió la memoria de su pueblo. Y esa es una grandeza de los pastores: no olvidar al pueblo, no olvidar las raíces. Es lo que Pablo dice a su amado joven Obispo Timoteo: “Acuérdate de tu madre y de tu abuela, de tus raíces, de tu pueblo”. Moisés es tan amigo de Dios que puede hablar con Él cara a cara (cfr. Ex 33,11); y será tan amigo de los hombres que sentirá misericordia por sus pecados, por sus tentaciones, por la repentina nostalgia que los exiliados tienen del pasado, recordando cuando estaban en Egipto.
Moisés no reniega a Dios, pero tampoco reniega a su pueblo. Es coherente con su sangre, es coherente con la voz de Dios. Moisés no es pues un líder autoritario y despótico; es más, el libro de los Números lo define “más humilde y manso que nadie sobre la tierra” (cfr. 12,3). A pesar de su condición de privilegiado, Moisés no deja de pertenecer a ese grupo de pobres de espíritu que viven haciendo de la confianza en Dios el viático de su camino. Es un hombre del pueblo.
Así, el modo más propio de rezar de Moisés será la intercesión (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2574). Su fe en Dios es una con el sentido de paternidad que nutre por su pueblo. La Escritura lo representa habitualmente con las manos hacia lo alto, hacia Dios, como haciendo de puente con su misma persona entre cielo y tierra. Hasta en los momentos más difíciles, hasta en el día en que el pueblo repudia a Dios y a él mismo como guía para hacerse un becerro de oro, Moisés no es capaz de dejar a su gente. Es mi pueblo. Es tu pueblo. Es mi pueblo. No reniega a Dios ni al pueblo. Y dice a Dios: «Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro que has escrito» (Ex 32,31-32). Moisés no cambia de pueblo. Es el puente, el intercesor. Ambos, el pueblo y Dios, y él está en medio. No vende a su gente para hacer carrera. No es un trepa, es un intercesor: por su gente, por su carne, por su historia, por su pueblo y por Dios que lo ha llamado. Es el puente. Qué buen ejemplo para todos los pastores que deben ser “puente”. Por eso, se les lama pontifex, puentes. Los pastores son puentes entre el pueblo al que pertenecen y Dios, al que pertenecen por vocación. Así es Moisés: “Perdona Señor su pecado; si no perdonas, bórrame del libro que has escrito. No quiero hacer carrera con mi pueblo”.
Y esa es la oración que los verdaderos creyentes cultivan en su vida espiritual. Aunque experimenten las faltas de las personas y su alejamiento de Dios, esos orantes no les condenan, no les rechazan. La actitud de intercesión es propia de los santos, que, a imitación de Jesús, son “puentes” entre Dios y su pueblo. Moisés, en ese sentido, fue el profeta más grande de Jesús, nuestro abogado e intercesor (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2577). Y también hoy, Jesús es el pontifex, es el puente entre nosotros y el Padre. Y Jesús intercede por nosotros, muestra al Padre las llagas que son el precio de nuestra salvación e intercede. Y Moisés es figura de Jesús que hoy reza por nosotros, intercede por nosotros.
Moisés nos anima a rezar con el mismo ardor de Jesús, a interceder por el mundo, a recordar que, a pesar de todas sus fragilidades, pertenece siempre a Dios. Todos pertenecen a Dios. Los peores pecadores, la gente más mala, los dirigentes más corruptos, son hijos de Dios y Jesús siente eso e intercede por todos. Y el mundo vive y prospera gracias a la bendición del justo, a la oración de piedad, a esa oración de piedad, el santo, el justo, el intercesor, el sacerdote, el Obispo, el Papa, el laico, cualquier bautizado, eleva incesante por los hombres, en todo lugar y en todo tiempo de la historia. Pensemos en Moisés, el intercesor. Y cuando nos vengan ganas de condenar a alguno y nos enfademos por dentro —enojarse sienta bien pero condenar no sienta bien— intercedamos por él: eso nos ayudará mucho.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. El próximo viernes celebraremos la solemnidad del Corazón de Jesús. No temáis presentarle todas las intenciones de nuestra humanidad que sufre, sus miedos, sus miserias. Que ese Corazón, lleno de amor por los hombres, dé a todos esperanza y confianza. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. Invoco sobre vosotros y vuestras familias la alegría y la paz del Señor. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Moisés no reza por él, reza por los demás, es el gran intercesor del pueblo de Dios. También nosotros debemos darnos cuenta de que nunca estamos ante Dios solo como individuos, sino también como miembros de la Iglesia e hijos de la única familia humana. Esto debería ser visible también en nuestro modo de rezar, los unos por los otros. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Pasado mañana, el viernes, celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús; y vinculada a esta fiesta se encuentra la Jornada de santificación sacerdotal. Los animo a rezar por los sacerdotes, por vuestro párroco, por aquellos que están cerca de ustedes y conocen…, para que a través de vuestra oración el Señor los fortalezca en su vocación, los conforte en su ministerio y sean siempre ministros de la Alegría del Evangelio para todas las gentes. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Os animo, con vuestra oración de intercesión y vuestro ejemplo de vida cristiana, a ser “luz” para los hermanos, especialmente para los que están a oscuras por sus fragilidades, para que se dejen iluminar por la misericordia divina. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe que siguen este encuentro a través de los medios de comunicación. Moisés nos anima a rezar con el mismo ardor de Jesús, a interceder por el mundo, a recordar que, a pesar de todas sus fragilidades, pertenece siempre a Dios. Y el mundo vive y prospera gracias a la bendición del justo, a la oración de piedad que los santos elevan incesante por los hombres. Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a todos los Polacos. Hoy es la memoria litúrgica del Santo Fraile Albert Chmielowski, protector de los pobres. Él ayudaba a los sintecho y a los marginados a encontrar un puesto digno en la sociedad. Imitando el ejemplo de San Francisco de Asís, fue llamado el “Poverello” polaco. El lema de su vida era: “Ser bueno como el pan”. Sigámoslo en el amor fraterno, llevando ayuda a los hambrientos, a los derrotados por la vida, a los pobres, a los necesitados y sobre todo a los sintecho. Sea alabado Jesucristo.
Saludo a los fieles de lengua italiana. Pasado mañana es la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús: una fiesta tan querida al pueblo cristiano. Os invito a descubrir las riquezas que se esconden en el Corazón de Jesús, para aprender a amar al prójimo.
Dirijo mi pensamiento a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Volved la mirada al Corazón de Jesús y hallaréis la paz, el consuelo y la esperanza. Os bendigo de corazón.
Se celebra hoy la “Jornada de la Conciencia”, inspirada en el testimonio del diplomático portugués Arístides de Sousa Mendes, el cual, hace 80 años, decidió seguir la voz de la conciencia y salvó la vida a miles de judíos y a otros perseguidos. Que siempre y en todas partes sea respetada la libertad de conciencia; y cada cristiano dé ejemplo de coherencia con una conciencia recta e iluminada por la Palabra de Dios.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.