Hay muchas personas que apenas se detienen para saber hacia dónde van por la vida. No tienen presente cual es el sentido de su vida y, por lo tanto, no saben cuáles son sus prioridades, o…
En nuestra sociedad moderna occidental tenemos el peligro de ir demasiado deprisa. Con frecuencia nos encontramos corriendo, azacanados con muchas cosas que hacer. A veces en el agobiante trabajo, que no respeta las ocho horas que se suponen, otras veces corriendo al supermercado o a una reunión con unos amigos. Con prisas. Sin pararnos a pensar.
Hay muchas personas que apenas se detienen para saber hacia dónde van por la vida. No tienen presente cual es el sentido de su vida y, por lo tanto, no saben cuáles son sus prioridades. O lo saben, pero no caen demasiado en la cuenta, porque en el día a día hay muchas emergencias. Dice Fabio Rosini: “Parto de una definición axiomática: quien descuida sus propias prioridades para quedar enganchado en las emergencias, es un tonto. Quien se deshace de las emergencias para seguir fiel a sus prioridades, es un sabio” (p. 81).
Pero para llegar a estas conclusiones hay que pararse a pensar. O, mejor todavía, conviene plantarse en la presencia de Dios, en un ambiente de oración, para ser consciente de hacia dónde va mi vida. Solo una reflexión profunda, pidiendo luces a Dios, que nos guía, sirve para ser conscientes de lo importante. “Las prioridades vienen antes, por definición. Una persona que no respeta sus prioridades continúa llenando al azar la maleta de su vida” (p. 81). Lo vemos con frecuencia.
No hay en la vida actitud más penosa que la de aquel que no tiene ni idea del porqué de su existencia. En gran medida piensan en el dinero. Seguramente para muchos es esa su prioridad, ganar cuanto más dinero mejor. Y eso supone muchas horas de trajín, complicarse mucho la vida y, seguramente, no tener demasiado presente a la familia, si es que es capaz de construir algo tan grande como una familia. Muchos no se casan, o se casan muy tarde, en gran medida porque hay mucho que trabajar, para ganar más y más.
Son los que no tienen idea de hacia dónde van de verdad. Y luego hay muchos que, aun sabiendo, teniendo una cierta idea de cuál es la dirección acertada, de hecho no la siguen porque ni se acuerdan, ni lo consideran. Están arrastrados por las emergencias. “Quien vive de emergencias no construye nada. Llega al fin de la jornada, o al fin de la vida, y solo ha sobrevivido. Quien permanece fiel a sus prioridades tiene una identidad, sabe por qué decir o no decir sí y, como en la analogía de la maleta, tiene espacio para las cosas” (p. 81).
Es una realidad demasiado frecuente, muchos que no construyen nada, solo corren, sin saber bien para qué. Ni piensan en los demás, ni les preocupan otras cosas de la gente ni del país. Van a lo suyo, pero no a lo suyo de verdad, van a lo suyo del momento, sin perspectiva seria en ningún caso. “Muchos en este punto piensan: es verdad, debo decidir mis prioridades. Error. Aquí está el meollo: las prioridades no se deciden. Las prioridades se reconocen. Se acogen. Se admiten. El firmamento lo crea Dios” (p. 85).
Por eso, porque las prioridades vienen dadas, lo esencial es pararse para reconocerlas. Ser capaz de encontrarse con Dios, saber escuchar. Si no la vida es un ir y venir para no se sabe qué. Y con el tiempo uno dice: no he sido capaz de cuidar la familia, no he sido capaz de formar una familia a veces, por puro egoísmo. Y se le puede decir que “si eres cristiano y haces muchas cosas, pero dejas la oración, es como pretender ir en coche bajo la lluvia sin limpiaparabrisas” (p. 87). No ves nada.
Ángel Cabrero Ugarte, en religion.elconfidencialdigital.com