“La calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, dependen en buena parte de este punto «crítico» que es la conciencia, de cómo es comprendida y de cuánto se invierte en su formación. Si la conciencia, según el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución. En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro”.
Palabras claras, precisas, en absoluto abstractas y deletéreas, que Benedicto XVI pronunció en el Teatro Nacional de Zagreb, en el encuentro con representantes de la sociedad civil croata, el 4 de junio de 2011. Palabras que siguen teniendo actualidad ahora, y la tendrán siempre; y que a mí me han venido a la cabeza al recibir la noticia de la propuesta “modificación” de la ley del aborto vigente en este país.
El gesto del gobierno, ¿es un gesto movido por la conciencia, lugar de la responsabilidad ante Dios, o es más bien un gesto sencillamente hipócrita?
Si hubiera sido movido por la conciencia, no habría podido seguir olvidando la ley natural, la ley de Dios, la ley que hace posible la convivencia humana. Hubiera reconocido la maldad intrínseca del aborto, de la matanza de una criatura que tiene ya el derecho a la libertad de expresión, y por lo tanto de “expresarse” fuera del seno materno; el derecho, no a nacer, porque ya ha nacido, sino a seguir viviendo desvinculada del cordón umbilical. Eso de la “ley de plazos” es una patraña tan deleznable, y acientífica −sin apoyo científico ninguno− como cualquier otra.
Exigir la firma de los padres −aparte la posibilidad de que la interesada recapacite un poco, recapacitación que los legisladores me da la impresión de que ni siquiera han pensado en ella− para llevar a cabo un asesinato, ¿puede tener otro sentido que el de hacer todavía más “legal” el asesinato?, ¿no es acaso un gesto más para banalizar, todavía más, en las conciencias de tantos ciudadanos, la matanza de una criatura que no tiene voz tan fuerte como para clamar por su derecho a vivir?
¡Cuántos padres, por desgracia, levantan la voz a sus hijas, no las acogen en un momento de desesperanza, y les plantean la “necesidad” de abortar, de no “destrozar su futuro” por un momento de debilidad!
Más allá de la decadencia demográfica, más allá de los cálculos sobre la mano de obra que se necesita para seguir pagando las pensiones, más allá de cualquier consideración sociológica, está el hecho de que una “autorización de los padres” para un crimen semejante, no hará más que seguir adormeciendo lo que quede de conciencia viva en esas muchachas y en la sociedad. “Mis padres están de acuerdo; entonces no estará tan mal”. “Mis padres dicen que no lo haga. Mis padres son unos retrasados, que no respetan mi libertad. Yo hago lo que quiero”. Y esos padres seguirán sufriendo como sufren ahora, y la “ley” seguirá amparando a las muchachas como hace ahora.
¿Que se pretende con un proyecto de ley así? ¿Empezar a anular la nefasta ley del aborto que se ha mantenido igual desde el último cambio de gobierno, no obstante tener la mayoría necesaria para dejarla fuera de vigor? No parece; esa disposición no cambia absolutamente nada de la realidad de lo establecido en la ley, y el aborto sigue con todos los “derechos” que se le han concedido, incluidas subvenciones pagadas con el dinero de todos.
¿Calmar la preocupación de mucha gente, y conseguir un puñado de votos en las próximas elecciones? Este el “gesto hipócrita”, en el sentido más gramatical del término.
“Hipocresía: fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. La definición del Diccionario de la Lengua no puede ser más clara y precisa.
La hipocresía del gesto, en este caso, parece entrar dentro de la consideración de que “todo es política”. Lástima que a esos niveles de banalidad y de engaño, el “todo es política” se puede convertir, en “toda política es pura hipocresía”.
¿Cuántos políticos bajo las órdenes de Stalin han perdido la conciencia, pensando en que Stalin era su “conciencia”? “Yo no tengo ninguna conciencia, comentó un día Goering, y añadió: “Mi conciencia es Adolf Hitler”.
Con este gesto hipócrita ¿pretenden los políticos que lo sostienen acabar diciendo que su conciencia es el partido, es el poder?
Ernesto Juliá Díaz