Llamada universal a la santidad en el Concilio Vaticano II * (2)

Imprimir
Escrito por Fernando Retamal F.
Publicado: 22 Junio 2021

I.     Los caminos a la santidad

La organicidad constitutiva del Pueblo de Dios,  es la  que proporciona el espacio adecuado al desarrollo  concreto  de  la  vocación  a  la  santidad en cada  uno de los fieles. "Los  dones  del Espíritu  Santo  son  diversos:  si a unos llama a dar testimonio manifiesto  del anhelo  de la  morada  celestial y a mantenerlo  vivo  en  la  familia  humana,  a  otros  llama  para  que se entreguen al servicio temporal de los hombres y así  preparen  el  material del reino de los cielos" (Gaudium et Spes, 38).

Numerosos Padres, durante el debate en el  aula  conciliar  acerca  de este tema, solicitaron una explícita mención de los ministerios y situaciones más características en la vida de la Iglesia. Ello  originó  finalmente  el  actual Nº 41 de Lumen gentium.

a.           El texto se refiere ante todo  a  los  obispos,  presbíteros  y  diáconos, así  como  a  los  candidatos  que  se  preparan   a  las  Ordenes  sagradas  (25): se compendia en esas breves líneas una permanente  preocupación  de la  Iglesia, que en los años  del  post-Concilio ha conocido abundante floración de documentos e iniciativas.

La exhortación conciliar señala entre las fuentes  de  la  espiritualidad del ministro sagrado, el ejemplo de Jesucristo,  pastor  bueno  que  da  la  vida por sus ovejas, la gracia del sacramento del Orden, las labores ministeriales alimentadas en la contemplación, la comunión jerárquica, especialmente con el propio Obispo. "Recuerden todos los pastores,  que son  ellos los que con su trato y trabajo pastoral diario exponen al mundo  el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano" (Gaudium et Spes, 43 & 5) (26).

Una particular consideración ha de requerir en nuestros días la espiritualidad de los diáconos permanentes, quienes han de compatibilizar su condición canónica y ministerial como clérigos, con situaciones de vida laical, profesional y conyugal, en las que normalmente viven.

>b.            El Concilio se dirige enseguida a aquellos laicos llamados por el obispo para dedicarse completamente -ya sea de manera temporal o definitiva- a las  obras  e  instituciones  de  la  Iglesia,  a  menudo  a  través de una labor profesional especifica. A ellos se refieren también la constitución Gaudium et Spes, 88 & 2 y el decreto Apostolicam actuositatem, 22.

c.            Entre las categorías de  los  fieles  laicos,  siguientes  destinatarios  de la exhortación conciliar, aparecen los esposos y padres  cristianos,  los que viven en estado de viudez o de celibato, los trabajadores, los enfermos, los pobres, los que sufren en cualquier forma y  los perseguidos  por  causa de la justicia: todos ellos son nuevos caminos para las bienaventuranzas evangélicas.

Puede llamar la atención a primera vista el hecho de que no se aluda explícitamente a los laicos en su peculiaridad,  cual  es  la  índole  secular (cf. Lumen gentium, 31). Sin embargo, el párrafo final del  Nº  41  nos muestra que son ellos los destinatarios de cuanto se ha expuesto: a ellos corresponde hacer manifiesta a todos,  "incluso  en  su  dedicación  a  las tareas temporales", la caridad con que Dios amó al mundo (cf. también: Gaudium et Spes, 43 & 4).

La caridad -cuya plenitud constituye la santidad- "no hayque buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino ante todo en  la vida ordinaria" (Gaudium et Spes, 38). Es este un camino común en clérigos y laicos, para toda clase de espiritualidades cristianas; con todo, esta exigencia aparece con mayor fuerza en la vocación de los laicos seculares cuya misión -y consiguiente espiritualidad- consiste en impulsar, desde dentro de las realidades temporales, la transformación y consagra­ ción del mundo a Dios (Lumen gentium, 31, 34; Apostolicam actuositatem, especialmente 2 y 4).

El Concilio no ahorra expresiones de categórica condenación a  una falaz dicotomía entre  santidad  y  vida  ordinaria,  de  particular  gravedad  en el caso de los laicos seculares, pues  atenta  contra  la  identidad  misma de su vocación cristiana: "El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos, debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época (... ). No se creen, por  consiguiente,  oposiciones  artificiales  entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa, por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta sobre  todo a  sus  obligaciones  para  con Dios y pone en peligro su eterna salvación"  (Gaudium  et  Spes, 43 & 1).  Entre  los elementos de la  espiritualidad de los laicos seculares se han  de situar, por lo tanto, su competencia profesional, ejercida con sentido cristiano, y el recto juicio de su conciencia debidamente ilustrada (cf. Apostolicam actuositatem, 5).

Las circunstancias concretas en que se desenvuelve su quehacer cotidiano  están  menos estructuradas  y definidas que en el caso de los clérigos  y en el de la vida consagrada, por  lo  mismo  el itinerario  de santificación de los laicos seculares asume peculiar complejidad: ello implica una cons­tante búsqueda en la fe acerca de los llamados de Dios y una ajustada ponderación de lo que el Concilio  ha  llamado "los signos  de los  tiempos", a los cuales la literatura postconciliar ha dado tanto  relieve. Esta  urgencia ha de llevar al laico a alimentarse en las fuentes auténticas de la vida cristiana: "Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien vi­ vimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo  en  todos  los hombres,  próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre" (Apostolicam actuositatem, 4 & 3) (27).

Por su parte los presbíteros han de escuchar a los laicos con disponibilidad y ponderar fraternalmente sus deseos,  reconociendo  la  experiencia y competencia que tengan en los diversos campos  de la  actividad  humana, a fin de descubrir junto con ellos los signos de los tiempos (28). Por lo demás, esta misma actitud forma  parte de la  vocación  del presbítero:  " ...  a la luz de la fe, nutrida por la lección divina, pueden inquirir cuidadosamente los signos de la voluntad de Dios y las mociones de la gracia en los varios acontecimientos de la vida ... " (Presbyterorum ordinis, 18 & 2).

En verdad, en esta búsqueda, tanto de laicos como de clérigos, se  cumple el deber de la Iglesia de "escrutar  a fondo los signos  de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio,  de  forma  que,  acomodándose  a cada generación, pueda r.esponder a los perennes interrogantes de la humanidad" (Gaudium et Spes, 4 & 1). La fe nos indica  que  el  Espíritu  de Dios llena el universo y conduce el itinerario del Pueblo de Dios: los acontecimientos, exigencias y deseos que los cristianos comparten con los demás hombres, se hacen  lenguaje  elocuente  a  los ojos  del que  cree: "La  fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la  entera vocación del hombre" (Gaudium et Spes, 11).

En una época en que la promoción de la mujer constituye un efectivo signo (Ene. Pacem in terris) y suscita actuaciones  de diversa  índole, también en  el seno de la  Iglesia  no  es superfluo  añadir  que  todo cuanto el Vaticano II señala como vocación  del fiel cristiano,  y específicamente del laico secular, ha de aplicarse tanto a varones como a  mujeres, pues todos son uno en Cristo Jesús (cf. Ga 3, 28; Lumen gentium, 32 & 2) (29).

Esta doctrina que hoy nos parece tan evidente y perentoria se fue gestando trabajosamente en los últimos tiempos. Entre sus inspiradores remotos  hay  que mencionar  a San  Francisco  de Sales,  con su "Iniciación a la vida devota", a quien  se  refiere  la  encíclica  Rerum  omnium, de Pío  XI (26 de enero de 1923), mencionada en la nota 4 del capítulo V de Lumen gentium. Un incentivo poderoso  a  la  espiritualidad de los laicos imprimió  el movimiento de la Acción Católica, a partir de la confrontación que debían asumir cotidianamente sus militantes, entre el espíritu del Evangelio y las situaciones de la vida ordinaria.

Es grato recordar asimismo -entre lasdiversas iniciativas suscitadas por la Providencia- la figura de monseñor Josemaría Escrívá de Balaguer, quien, al hacer del trabajo profesional una "Obra de Dios" para miles de laicos, ha contribuido poderosamente a preparar tiempos nuevos para la Iglesia (30).

En el período postconciliar esta conciencia se ha explicitado en múltiples formas de doctrina y de práctica, especialmente en movimientos y asociaciones que surgen en todas partes. Ellos han de ser "verdaderas escuelas de sensibilización y educación en el sacerdocio común de los fie­ les, fundado en la vocación bautismal y  en  la  realización  de  la  misma. Así, los laicos, conscientes de su propia responsabilidad, serán más numerosos para llegar a su plena madurez cristiana y eclesial" (31). "Entre estas asociaciones, señala el Concilio, hay que considerar en primer  lugar las que favorecen y alientan la unidad más intima entre la vida práctica y la f.e de sus miembros" (Apostolicam actuositatem, 19 & 1).

Aquí se  compendia  también  la  insustituible  misión  de  los  pastores  de la Iglesia. El sacerdote es el educador en  la  fe  y  ha  de  procurar  por  si  mismo o por otros que cada uno de  los  fieles  sea  llevado  en  el  Espíritu Santo, a cultivar su  propia  vocación  de  conformidad  con  el  Evangelio,  a una caridad sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos liberó. Las asociaciones, la vida litúrgica y toda la  estructura  eclesiástica  han  de ordenarse a este  proceso  hacia  la  madurez  cristiana  de  los  fieles,  muchos de  los  cuales  son   atraídos   hacia   un   más   alto   grado   de  vida   espiritual ( cf. Presbyterorum ordinis, 6 y 9) (32).

II.   LOS CONCEPTOS EVANGELICOS

El Nº 42, con el que  termina  el capitulo V de Lumen  gentium, se aboca a los diversos medios de santificación:  la Palabra  de Dios, los sacramentos y la Liturgia en general, la oración, la abnegación  de si mismo,  el servicio de los hermanos y el ejercicio de  las  demás  virtudes.  "La  caridad (...  ) rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a  su fin.  De ahi que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo".

Entre dichos medios se sitúan los consejos evangélicos cuyo origen, considerados en sí mismos, proviene de Jesús, el Señor "non praecipiente, sed consulente" (Suárez). Su profesión de manera institucionalizada es camino solamente para los que son llamados a  ella,  si  bien  las  virtudes que fluyen  de tales consejos  son patrimonio  de todos los fieles, y  de alli   se derivan aplicaciones universales para el uso de los asuntos y  de  los bienes temporales, con sobriedad, libertad y  desprendimiento de corazón, con respeto por la naturaleza y fin de cada criatura.

El tema de la vida consagrada ocupó largamente  la  preparación  de estos textos y originó finalmente el capitulo VI de Lumen gentium.

Se ha evitado la terminología de los "estados de perfección" (acqui­ rendae = los religiosos; acquisitae el episcopado) , en boga en los tratadistas anteriores al Vaticano II; se buscó, pues, no inducir al compren­sible error de situar en una perfección o santidad "de segundo orden" a quienes no forman parte de dichos "estados" (33).

Al aprobar las diversas formas institucionalizadas de profesión de los consejos evangélicos, la Iglesia reconoce en ellos la autenticidad de un carisma del Espíritu Santo; por eso, ella protege  y  favorece  la  índole propia de los diversos institutos. Su testimonio de renuncia  al  dinamismo  de los asuntos seculares manifiesta a la faz de todos la dimensión escatológica del Reino, "que no es de este mundo" (Jn 18, 36), tanto más necesaria cuanto es urgente la inserción de los laicos seculares en el dina­ mismo de las realidades terrenas, a modo de fermento evangélico.

Los consejos evangélicos, asumidos establemente con un vinculo ju­ rídico y en una forma aprobada por la Iglesia, tienden a planificar la consagración obrada ya  por el bautismo y a  asemejar  al fiel cristiano que  se adentra por este camino  a la ofrenda  sacrificial  de Cristo al  Padre,  por la salvación  de todos los hombres. "Tal estado,  aun  cuando  no  pertenece  a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible, a su vida y santidad" (Lumen gentium, 44 & 4).

>III.    CONCLUSION

En esta vocación de cada uno y de la Iglesia entera hacia la santidad, aparece la dimensión más exacta del misterio de la salvación en su estadio terreno y la más alta meta a la que puede aspirar el  corazón  del hombre:

"No es intolerable, anacrónico ni imposible el destino que la vida cristiana abre ante nuestros ojos: el de la perfección.  Siempre  anhelada, jamás satisfecha de sí misma aquí en la  tierra;  preocupada siempre de corregirse y, por lo mismo, siempre  humilde, sostenida  por la oración y la  esperanza,  siempre  pronta  a  corresponder  al  llamado y a la ayuda  de  la  gracia,  siempre  dichosa  desde  ahora  en  medio  de las dolorosas circunstancias de nuestra presente condición.

Y la Iglesia con su doctrina -que es la de Cristo; con sus sacramentos- que son los del Espíritu, que es Santo y Santificador; con su autoridad pastoral -que es la de la unidad y de la caridad­ nos asiste y guía, y en cada paso de nuestro cansado caminar nos señala el verdadero rumbo, el de Cristo, Camino, Verdad y Vida" (Paulo VI) (34).

Fernando Retamal F., repositorio.uc.cl/

Notas:

(*) Comunicación   presentada   al   VIU   Simposio    Internacional    de    Teología,    Universidad de  Navarra  (Pamplona,   22-24   abril   de   1987),   sobre  el   tema:  "La   misión   del   laico en la Iglesia y en el mundo".

(25) Al  referirse  a  los  seminaristas  que  se  preparan  al  ministerio  sagrado  (después  de aludir a los diáconos), el texto los llama clérigos,  de  acuerdo  con  la antigua  termino­ logía canónica, actualmente en desuso.

(26) El Concilio dedicó mayor espacio a la espiritualidad sacerdotal, en el decreto Presbyterorum ordinis, especialmente en los nos. 12-21. Entre las múltiples  iniciativas  sus­ citadas en el período postconciliar a c¡ue nos hemos referido en el texto, no podemos silenciar las Epístolas que el Papa Juan Pablo II dirige a  los  presbíteros  del  mundo  entero, cada año con ocasión de Jueves Santo.

(27)   En   la citada alocución  al  Pontificio  Consejo  de  los Laicos,  Juan  Pablo II  ha  reiterado la importancia del magisterio del Vaticano II, para afianzar este elemento  de  santificación: "Es importante nutrirnos con las enseñanzas del Concilio, para  poder  descubrir  la presencia de Cristo en el corazón de todos los hombres, en las  expectativas  de  sus culturas,  en  lo  más  profundo  de  las  necesidades  v  de  las  esperanzas  de  los  pueblos" ( l.c.,  nota  24, col. 2).     ·

(28) Cf. Presbyterorum ordinis, 9 & 2;  Lumen  gentium,  37.  El  Código  ele  Derecho  Ca­ nónico ve en esta actitud  de  los  pastores  un  verdadero  derecho  de  los  fieles:  cf.  c.  212 & l.

(29) En  la  búsqueda  de  adecuados  cauces  de  inserción  y  de  apostolado  para  la  mujer en la vida de la Iglesia, son sugerentes las  palabras  de  Paulo  VI:  "La  evangelizadora sabe que para la mujer, como para todo ser humano, la santidad constituye la promoción más fecunda" S.C. para la Evangelización de los Pueblos ( Comisión Pastoral). Documento: "La función evangelizadora. El papel de la mujer en la evangelización" (19-noviembre-1975: Enchiridion Vaticanum, 5, n9 1574).

(30) "Buscar a Dios en el trabajo de cada día", era el título de  una  simpática  y  profunda reflexión acerca de la espiritualidad  ele  Monseñor  Escrivá  de  Balaguer,  publicada  por el cardenal Albino Luciani, un mes antes de ser  elegido  Papa  Juan  Pablo  I  ( JI Gazzetino, Venezia , 25 luglio 1978).

(31) Carta de la Secretar ía de Estado de Su Santidad a las 26 Asamblea General de  la Conferencia de las Organizaciones Católicas Internacionales: Barcelona, 7-12-noviembre-1985 ( L'Osservatore Romano, edición semanal  en  castellano,  del  2-marzo- 1986, p. 9 (ll 7) .  Allí  mismo  encontramos  esta  significativa  exhortación:  "Estad seguros  de  que  vida  espiritual  y  compromiso  social,  enraizamiento  en   la  comunión de la Iglesia y presencia en el mundo, no  son  realidades  opuestas,  sino  complemen­ tarias e  indisociables,  que  hay  que  vivir  en  su  totalidad,  como  una  doble  exigencia  de la vida cristiana ; sin reducir o excluir una en detrimento de la otra ( ... ). Vuestras estructuras,  programas,  métodos,  deben  ser  como  canales  que  permitan  acoger  mejor y promover vigorosas corrientes  de  santidad.  Vuestras  asociaciones  deben  ayudar  a cada uno de sus miembros a vivir ele modo radical en cristiano  ( . . . ).  Los  tiempos fuertes de renovación de la Iglesia Católica y de contribución  de  los  cristianos  a  la cultura  de  los  pueblos  ¿no  han  sido  aquellos  que  han  visto  surgir  grandes  corrientes y auténticos testimonios de santidad?".

(32) Entre los múltip les llamados del Papa Juan Pablo 11, su mención a las estructuras parro<1uiales les confiere nueva proyección: "La Parroquia es una comunidad cuya finalidad principal es hacer de esa común llamada a la santidad, que nos  llega  de Jesucristo, el camino de cada uno y de todos,  el  camino  de toda  nuestra  vida  y,  a  la  vez, de cada día" ( A la  parroquia  San  José  "al  Trionfale":  Roma,  18  de  enero  de 1981  ( L' Osservatore Romano,  edición   semanal  en   castellano,   del   25-enero-1981, pp. 2. y 12 (38 y 48 ).

(33) Más allá de su tenor doctrinal,  el  texto  de  la  Constitución  en  este  punto  y  su explanación ulterior en el decreto Perfectae caritatis  se  resienten  de  cierta  imprecisión estructural y terminología, que sólo  vendría  a clarificarse  con  la  promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico.

(34) Audiencia general del 14 de julio de 1971  (La Documentation  Catholique,  año  1971, p. 704).