El libro de Tobías es un texto de gran interés psicológico, pues desarrolla el tema vínculo hombre-mujer como también la misteriosa relación de la sexualidad con la muerte. Apoyándonos en estudios teológicos, lo estudiamos utilizando conceptos psicoanalíticos y antropológicos. Este libro parece ocupar en las Escrituras un lugar discutido, no obstante su encanto literario. Fue admitido en el canon católico tardíamente, estando excluido del canon judío y de los textos de la Iglesia reformada. Es inseguro su texto [1]. Su género es especial: “Si el Libro de Tobías tiene, ante todo, un fin didáctico, nada tiene de extraño que sea un escrito ficticio, una especie de relato novelado...” [2]. La versión más influyente ha sido la traducida por Jerónimo, quien realizó la tarea solo por encargo, pues no lo juzgaba un texto canónico. Lo hizo muy rápido, en un solo día, a partir de un texto arameo, con la ayuda de un traductor que primero lo vertía al griego, dictándolo luego él, en latín, a un copista [3].
Síntesis del libro de Tobías
Tobit es un hombre piadoso, generoso, que sepulta cuerpos de judíos abandonados por enemigos de Israel, labor en la que arriesga su vida. Al ser sorprendido, debe huir. Por intercesión de un sobrino, alto funcionarios del gobierno adversario, es perdonado. Está pobre, ha quedado ciego por haberle caído estiércol de pájaros en los ojos. Incomprendido por su mujer, desea la muerte. Al mismo tiempo, en una región lejana, un pariente, Ragüel, también tiene problemas. Su única hija, Sara, está desesperada: se ha casado siete veces pero los esposos mueren en la noche de bodas por culpa de un demonio. Dios escucha las plegarias de estas dos familias, decidiendo aliviarlas por medio de un mensajero, Rafael. Tobit, sintiendo cercana su muerte, envía a su hijo Tobías a cobrar un dinero en depósito. Parte con la mitad del recibo, como prueba. Viaja acompañado del que cree un familiar (el ángel). Durante el viaje, yendo Tobías a un río a lavarse, está a punto de que un pez le hiera, pero se retira a tiempo. Rafael le indica que lo capture, dé muerte y guarde tres vísceras, las que servirán como remedios, usando el resto de comida. Rafael siembra en Tobías la idea de casarse con Sara, para cumplir el precepto de tomar por esposa a una mujer de su clan: “La muchacha es prudente, valerosa y muy bella y su padre la ama...”, “Cuando Tobías oyó las razones de Rafael y que era hermana suya, del linaje de su padre, se enamoró de tal modo que se le apegó el corazón a ella” (Tb 6, 12.19). (Se citará la Biblia de Jerusalén, a menos que se señale). Tobías sin embargo teme morir, pues ha escuchado de la suerte de los esposos; Rafael le promete su ayuda y lo instruye.
Al llegar donde Ragüel, Tobías pide a Sara por esposa, quien se la concede, acordándose el enlace. Ragüel los agasaja. Se prepara una habitación y un lecho para la pareja, con ánimo algo fúnebre. Al entrar en la cámara nupcial, Tobías sigue las instrucciones del ángel y pone el hígado y el corazón del pez en el fuego de los perfumes. Con el humo, el demonio huye, siendo capturado lejos y encadenado. Los esposos oran juntos, pidiendo protección a Dios. Mientras tanto, en el patio, el padre hacía cavar una fosa, por si el novio moría, para ocultar el hecho. Finalmente, una criada se asoma con luz, y los ve dormidos y vivos. Se tapa la fosa. Al día siguiente hay fiesta y banquetes. Ragüel regala a Tobías la mitad de sus bienes. Rafael es enviado a cobrar el dinero adeudado y lo trae. Al fin Tobías vuelve a casa, su madre lloraba por la tardanza, creyéndolo muerto. Al verlo aparecer, ahora puede morir, pues lo ha visto. Tobías cura los ojos de su padre, untándolos con la hiel del pez y soplando [4]. Felices, quieren pagarle a Rafael: el ángel se les revela.
Von Rad ve en el libro de Tobías “manifestaciones de una ingenua religiosidad” [5]. Hay pasajes didácticos evidentes: valores como la limosna, el respeto al precepto de dar sepultura a los muertos y la importancia de la familia. En un segundo nivel de lectura, encontramos una riqueza simbólica sutil, encerrada en sucesos y contenidos, que no se dejan captar tan fácilmente, lo que sugiere varios niveles de comprensión y quizá más de una pluma en su composición. El centro del relato es el viaje de Tobías para cumplir el encargo paterno, corriendo serios peligros, dándoselo por muerto ante la tardanza, volviendo felizmente casado, airoso de duras pruebas y con riquezas recibidas por sus aciertos y obediencia a Dios. El libro desarrolla consideraciones sobre el matrimonio que serán el foco de nuestro análisis.
Pruebas iniciales: la muerte y el pez
Sorprende la fuerte presencia de la muerte. Se da una curiosa simetría entre los futuros consuegros, a este respecto: ambos son, en cierto modo, enterradores. Tobit sepultaba cuerpos de judíos, víctimas del poder enemigo. Ragüel entierra a los hombres que mueren al casarse con su hija. El episodio matrimonial viene a continuación de un relato centrado en el deber de dar entierro a los muertos. Esta secuencia no puede ser casual, sino que debe resultar de una necesidad interna del asunto, expresándose luego en la composición literaria. Al tema de los muertos, le sigue el tema del matrimonio. A la muerte le sigue la vida (la formación de una familia), aunque una vida amenazada. A los ojos modernos esto puede extrañar, parecer forzado o meramente literario. Sin embargo, en la antigüedad la sexualidad conectaba más espontáneamente que ahora con el misterio de la vida y la muerte. Para los pueblos arcaicos, la fecundidad –y la protección de la pareja– era una necesidad de sobrevivencia. El promedio de edad era muy bajo. El parto y el nacimiento, lógicas consecuencias de la vida sexual, muchas veces acarreaba muertes de madres y/o hijos. Por lo demás, universalmente, la pasión sexual enigmáticamente es capaz de desencadenar la violencia entre las personas, tantas veces.
¿Será forzado sugerir que el drama principal (sexual) está insinuado figuradamente, en forma preliminar, en el episodio del lavado de pies en el río? “Bajó el muchacho al río a lavarse los pies, cuando salió del agua un gran pez que quería devorar el pie del muchacho. Este gritó pero el ángel le dijo “¡agarra el pez y tenlo bien sujeto!” El muchacho se apoderó del pez y lo arrastró a tierra. El ángel añadió “abre el pez...” (Tb 6, 3-4). Es raro ser mordido por un pez en un río. ¿O ese pez estará emparentado con algún legendario monstruo acuático? [6] Un órgano –el pie– está en riesgo de ser absorbido por otro cuerpo y destruido. El ángel lo protege. Tobías se salva a tiempo, captura al animal y lo transforma en cosas útiles: alimento y remedios. La lucha cuerpo a cuerpo con el pez puede ser considerada, desde un punto de vista psicológico, como una figuración fabulosa de otro abrazo corporal, el sexual, próximo en el tiempo. Se escenifica aquí, como en un mal sueño, el temor masculino al cuerpo y los genitales femeninos, vistas como potencialmente agresivas. El contacto sexual, en que es preciso que un órgano penetre en un cuerpo ajeno, puede ser fantaseada por el hombre como una situación de peligro: de ser comido o devorado, ser enterrado, ser absorbido. La idea de la transformación de la amante en monstruo es del imaginario universal. L.A. Schokel cita un verso de la Patrística: “La esposa se ha vuelto fiera y ha devorado al esposo”. [7] Leemos en el psicoanalista Fenichel: “La experiencia analítica demuestra que el miedo de ser comido encubre a menudo una angustia de castración oculta y más profunda. Esto no debe tomarse como una objeción al carácter arcaico de este miedo... Sin embargo, la incorporación destruye objetivamente el objeto. Este hecho confiere a todos los fines de incorporación un carácter “ambivalente” [8].
Conocemos episodios en la Biblia, en que “el pie” aparece asociado simbólicamente a un suceso de orden sexual y vinculado a lo jurídico. La ley del Levirato obliga a que al enviudar una mujer sin haber tenido hijos, sea desposada por el familiar más cercano del muerto, habitualmente el hermano. Si ese hombre no cumple su obligación de casarse con la viuda, se prescribe un rito de castigo: la mujer lo debe escupir y luego sacarle una sandalia y pronunciar ciertas palabras acusatorias, todo frente los ancianos de la aldea. En adelante, la casa de ese hombre será llamada “casa del descalzado”. (Dt, 25, 5-10) Vemos como en el levirato, el pie y la sandalia adquieren así un significado jurídico y ¿sutilmente sexual? Si se hubieran casado, como era debido, el pie (elemento masculino) y la sandalia (elemento femenino) seguirían unidos. El rechazo al enlace prescrito es castigado por la separación ritual de dos “partes” que normalmente van juntas y también por el apelativo humillante. En todo tiempo en la imaginación popular dos partes que encajan y “calzan”, son asociadas espontáneamente a “macho y hembra”, olvidándose habitualmente su connotación sexual inicial, la que resultaría algo incomoda [9]. Schökel hace un interesante análisis teológico del significado esponsal de la sandalia en la Biblia. Al parecer no se pregunta el motivo por el cual el calzado parece prestarse a este añadido simbólico (¿por obvio?). Nosotros lo vemos en su función: ser llenada por el pie (elemento fálico) [10)]. Por otra parte, sobre el simbolismo de los pies, en otra situación bíblica, el rey David, después que ha dejado encinta en forma adúltera a Betsabé, intenta encubrir su falta empujando al marido legítimo, Urías, a unirse a su mujer. Lo hace traer de la guerra y lo envía a su casa: “Baja a tu casa y lava tus pies” (2S 11, 9). Urías rechaza romper la ley de continencia propia del soldado movilizado pero David insiste y lo tienta; Urías lo enfrenta: “los siervos de mi señor acampan en el suelo ¿y voy a entrar yo en mi casa para comer, beber y acostarme con mi mujer?” (2S 11, 11). Creemos ver indicios de un simbolismo íntimo del pie (como sucede hoy entre nosotros con otras partes del cuerpo, como en el “pedir la mano”).
El matrimonio como rito de iniciación y de paso
La agresión que lleva a la muerte sucesiva de los novios aparece personificada y desplazada a un espíritu malo, presuntamente enamorado de Sara y celoso de los maridos. Es una figura sobrenatural y en cierto modo “masculina” (pues ama a una mujer). El demonio actúa como un amante feroz y al mismo tiempo, débil. Su forma de relacionarse con la mujer es solo indirecta y negativa: le impide el contacto masculino real. Psicológicamente puede describirse su situación como de “impotencia”: no la toca, no la puede poseer, no obstante amarla. (¿Acaso se esboza aquí una separación, si bien incompleta, entre el plano de los seres superiores y el de los seres humanos?). Los novios serían, desde un punto de vista psicológico, sus “rivales”. Sabemos que el número siete significa totalidad. Enviudar de siete maridos es enviudar de “todo” marido: es el fracaso completo en el desposarse. De ahí la desesperanza de Sara: teme quedar sola y sin hijos. Tobías, si bien ocupará cronológicamente el lugar octavo, será en cierto modo “el primero”: él inaugura una oportunidad inédita para Sara. Como si la vieja masculinidad hubiera fracasado, es el turno de una “nueva” masculinidad, representada por Tobías [11].
El “fuego” del amor está completamente ausente (¿está desplazado hacia el fuego del sahumerio?). Destacan, en cambio, la virtud de lo razonable y el respeto con el clan. “No es el eros el que caracteriza el amor de Tobías por Sara, sino que desde el principio este amor viene confirmado y convalidado por el ethos, es decir la voluntad y la elección de los valores” [12]. Ahora bien, el matrimonio, en forma análoga a otros actos sociales en momentos fuertes de la vida, como el nacimiento y la llegada a la adolescencia, es un rito de paso. El paso a una forma de vida distinta es percibido universalmente como fuente de ansiedad y peligros, que en este relato están llevados al máximo. Esos momentos de la vida son pasos felices y a la vez tremendos y todas las culturas los rodean de variadas precauciones y rituales. El relato del matrimonio de Tobías puede ser visto como una versión de un rito de pasaje. En este caso parece pagarse el precio de una des-erotización. Los novios se levantan y oran: “Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad” (Tb 8, 7). Aquí, la continencia en el sexo y su transformación en plegaria, permitiría proteger de los peligros del inicio de la vida sexual regular en una pareja. Fenichel describe el sentido de estos ritos: “Los ritos de iniciación de los pueblos primitivos (y otros menos primitivos) combinan siempre una experiencia atemorizante con una autorización solemnemente otorgada. El significado es el siguiente: “Ahora podéis disfrutar del privilegio de ser adulto y de participar en nuestra sociedad, pero no olvidéis que solo podrán hacer esto mientras prestéis obediencia a nuestras leyes; y los dolores que os infligimos deberán haceros recordar que os haremos objeto de dolores mucho mayores en caso de desobediencia” [13].
Solo una técnica milagrosa, junto a una guía espiritual aportada por alguien externo al drama familiar, logrará salvar al pretendiente y a la novia, en el trance final. Ahora bien, en este relato el encuentro con la mujer puede ser visto como un desafío masculino, una prueba de iniciación para la vida adulta, impuesto por la cultura. Rafael guía a Tobías a hacerse un hombre adulto y a sobrevivir en el intento. Tobías sin su guardián sería como un niño indefenso. Las mujeres en el relato aparecen más bien pasivas. La madre de Tobías llora, teme su muerte. Sara es víctima, piensa en la fuga de la muerte. Solo mujeres subordinadas son activas: la esclava culpa a la mujer y se atreve a nombrar el placer sexual, agresivamente. Una sirvienta se animará a mirar la escena nupcial con una luz. En vez de luz funeraria, será “maternal”: duermen como niños. Si bien el tema central es el matrimonio, el relato, al hablar de la pareja, es extremadamente sobrio, lo que resulta contrastante con la riqueza de detalles en otros respectos. Lo sensual es aludido solo negativamente, por la boca de una figura desvalorizada: una esclava insulta a Sara, culpándola de su desgracia: “¡eres tú la que mata a tus maridos! Ya has tenido siete y ni uno siquiera has disfrutado” (Tb 3, 8). Los hombres mueren sucesivamente al acercarse a la mujer. Por su parte, Sara, al quedar aislada del hombre, desea a su vez, morir. Tanto el hombre como la mujer, al fracasar la unión, quedan como destinados a la muerte. Ese día Sara planea morir, significativamente, en la habitación de su padre. Al ser insultada “se echó a llorar y subió a la habitación de su padre con intención de ahorcarse” (Tb 3, 10). Ella es una novia fatal [14]. Se presenta una polaridad trágica femenino/masculina. Pero habrá esperanza
Desde un punto de vista psicológico, puede verse en este texto una escenificación del temor masculino a la femineidad. Unión anhelada y al mismo tiempo misteriosa, que encierra en último término un temor a la muerte. La agresión queda aquí desplazada hacia un agente externo, lo que permite que la mujer quede como excusada. Tobías dice: “ya ha sido dada a siete maridos y que todos han muerto la noche de bodas; que cuando entraban en ella, morían” (Tb 6, 14). En el escenario de la alcoba, se enfrentan dos “rivales masculinos”: el novio y el demonio. Es urgente romper la barrera maléfica que se opone al contacto nupcial hombre-mujer, es necesario triunfar contra las fuerzas que quieren mantenerlos separados y ofrecidos a la muerte.
M. Eliade describe los rasgos típicos de los ritos de iniciación. Seleccionamos algunos pertinentes para el Libro de Tobías: “el neófito imita un comportamiento sobrehumano, divino” (Tobías más que imitar, obedece); “el hombre religioso se quiere otro de cómo se encuentra que es en el nivel “natural” (según las palabras del ángel de la Vulgata, no ser como los sin Dios). “En otras partes se cree que el neófito se lo traga un monstruo: en el vientre del monstruo reina la noche” (hay un pez devorador; una fosa oscura quiere “tragarlo”; las tinieblas están aquí desplazadas al padre: ceguera). “En ciertos pueblos se entierra a los candidatos o se les acuesta en tumbas recién cavadas” (la tumba en el patio). “Estos sufrimientos corresponden a la situación del que ha sido devorado por el demon-fiera, despedazado en la garganta del monstruo iniciático y digerido en su vientre” (siete ya perecieron). “El iniciado no es solo un “recién nacido” o un “resucitado”: es un hombre que sabe” (Tobías vuelve del borde de la muerte y realiza proezas) [15]. Basta mirar en sucesión los títulos del libro bíblico, para ver los jalones de una odisea: El Deportado, El Ciego, El Compañero, El Pez, La Tumba, La Curación, Rafael (El Mensajero), Sión. Los temas míticos tradicionales, elaborados literariamente, se revelan aquí. Tobías, el “iniciado”, ha dejado atrás lo “viejo” y nace a lo nuevo; es un adulto; tiene conocimiento y saber (tiene fe; conoce mujer; sana al padre) y será capaz de cuidar su familia y su casa.
En la cámara nupcial los esposos se juegan la vida. La muerte roza a los novios, sublimada en el remedio: los órganos vitales de una presa arden en el fuego, lo que evoca un sacrificio, si bien estilizado. El humo aleja el peligro y salva [16]. En nuestra opinión, se ha tendido llamativamente a ignorar o pasar demasiado rápidamente sobre esta parte del texto: el recurso mágico o milagroso. Tal vez a la sensibilidad moderna solo le hace pleno sentido el recurso espiritual de la oración, hoy vivo. En cambio la magia de un pueblo sencillo de hace más de dos milenios, ha perdido vigencia para nosotros y parece haberse vuelto invisible, tal vez por su difícil interpretación. Sin embargo, el respeto al texto exige considerarla, desafiándonos a descifrar su posible sentido, sin apartar esa parte incómoda del texto, esa “mitad”. ¿Qué puede decirnos hoy una conducta mágica de antaño? Esa cultura es tan respetable como la nuestra. Ese sahumerio ¿qué le diría a un hombre de esa época? Tal vez el sentido de esa conducta en esa época, pueda iluminarnos hoy, aunque ya nos diga poco la técnica mágica misma. Leemos en Von Rad: “en Israel la medicina fue desligándose poco a poco de los vínculos que la unían al ámbito de lo sagrado”. Era preciso “renunciar a unas creencias ancestrales que atribuían un poder especial a la fuerzas demoníacas”; en su opinión, el Libro de Tobías es una excepción en esta tendencia evolutiva. “Su primer relato de una curación muestra claramente los estrechos vínculos que aún existían, en época tan posterior, entre la medicina y el exorcismo” [17]. El fuego tiene un sentido de purificación ritual. Además del gesto clásico del lavado Ricoeur nombra otros movimientos de limpieza semejantes: “signos parciales, sucedáneos y abreviados, como quemar, alejar, expulsar, lanzar, escupir, cubrir, enterrar. Cada uno de estos gestos delimita un espacio ceremonial”. El hombre arcaico adivina una contaminación misteriosa en la sexualidad, que debe ser alejada [18].
Ángeles y demonios
El impulso sexual parece ser una fuerza poderosa y potencialmente mortal. Tobías tendrá éxito ayudado por Dios, a través de un mensajero, donde otros hombres fallaron. Una parte de la tarea es del hombre; la otra, es aportada por la guía sobrenatural. Los personajes humanos aparecen necesitados y débiles, frente a la iniciativa y creatividad del personaje sobrenatural, Rafael, quien aparece como el verdadero eje y conductor de la trama. Asmodeo, espíritu hiper-sexualizado, violento, celoso aunque débil ante una humana, es finalmente derrotado por la guía de un Rafael, espíritu desexualizado, generoso y protector. Los hombres piadosos y dóciles, como Tobit y su hijo, son bendecidos. Este texto puede ser considerado como una forma cultural de enfocar y tratar el sexo y el matrimonio.
La interpretación dominante del rol del demonio en el Tobías, lo ve subordinado al plan superior de Dios [19]. Sara estaría destinada a casarse con un miembro del clan, y este sería Tobías. Los novios muertos habrían sido, entonces, hombres que no cumplían cabalmente las reglas matrimoniales [20]. (“Asmodeo”, nombre persa: “el que hace perecer”). El demonio contribuyó a la postre con el plan divino, al conservar a Sara disponible para Tobías. Sin embargo, en esta interpretación
¿cómo se explica que solo los novios hayan muerto? Desde nuestra óptica moral moderna, habría probablemente culpa también en el padre, por concertar matrimonios no conformes a la costumbre. Un indicio indirecto de una posible responsabilidad del padre podría insinuarse en el plan de ocultamiento del cuerpo del que se prevé como difunto novio, actuación más propia de un cómplice que de una víctima. Ahora bien, sabemos que en el Antiguo Testamento se va interiorizando gradualmente la noción de una culpa personal, en un aprendizaje que madura finalmente en el Nuevo Testamento. En los comienzos arcaicos había faltas que se concebían como objetivas, al transgredirse una ley incluso inadvertidamente, vale decir sin intención de hacer el mal, pero igual eran merecedoras de castigo, para esa moral antigua. Eran las etapas iniciales del desarrollo de una conciencia religiosa. Para aquella época, parecía ser secundaria una hipotética falla moral del padre, pues otra cosa será la importante en esta historia.
Ocurre que los novios morían en el lecho (“al entrar en ella”). Esta tragedia nos evoca la muerte “por contacto” con un objeto prohibido, tan común en pueblos originarios. En casos semejantes, los antropólogos usan el concepto de “tabú”. En culturas arcaicas, se ha considerado que ciertos objetos o personas (jefes, sacerdotes, objetos sagrados) estarían revestidos de una espacie de energía vinculada precisamente a lo sagrado. De este modo, el transgresor sería castigado, notablemente, por unas fuerza liberadas en el mismo acto prohibido, por así decir, sin necesidad de un castigo ulterior. La falta por sí misma provocaría un daño al imprudente, como si despertara un espectro vengador. Podríamos considerar a Sara, entonces, como una mujer mortal (y por tanto “tabú”) para los hombres exteriores al clan o transgresores, según se va descubriendo en el relato [21]. Solo un miembro permitido podrá acercársele sin riesgos.
La historia de un demonio enamorado de una joven evoca un episodio bíblico anterior, del Génesis, en el cual unos seres sobrenaturales se relacionaron con mujeres. De dicho episodio leemos en J. Luis Segundo: “Para el Yahvista, la historia de Noé... comienza con la narración de un pecado mítico: las relaciones sexuales que tienen seres divinos con mujeres humanas (Tb 6, 15)”. Este pecado habría sido una “profanación”, pues como escribe Von Rad, “derribaba el muro que separaba al hombre de seres divinos”. Para el pensamiento religioso de esa etapa histórica, “el hecho de que una persona o cosa traspasara la barrera que separa lo profano de lo sagrado tiene un efecto fatal, cuasi físico. Algo así como entrar en contacto con una corriente eléctrica de alto voltaje... El resultado es tan ciego a la moralidad del acto como en el caso de la electricidad”. Enseguida, Segundo ilustra esta antigua concepción mítica de la transgresión, con el dramático suceso de la muerte de Uzzá en la Biblia: “al llegar a la era de Nakon, extendió Uzzá la mano hacia el arca de Dios y la sujetó, porque los bueyes amenazaban volcarla... Allí mismo lo hirió Dios por este atrevimiento y murió allí” (2S 6, 6-9) [22]. Para la religiosidad arcaica, lo sagrado (tanto bueno como malo) poseía un poder temible. Lo sagrado debe ser tratado con el respeto debido. Un gesto familiar y profano, sin el cuidado ritual necesario puede resultar fatal. En el caso de Sara, vemos la intervención de fuerzas superiores, percibidas como malas, que dañaban a los hombres que la desposaban sin cumplir las reglas. La figura de Sara aparece, en la práctica, investida de una cualidad sagrada, arcaica, que la tiene como cautiva [23]. J. L. Segundo nos advierte no cuestionar apresuradamente esta concepción mítica del pecado como tabú, presente en los episodios arcaicos de la Biblia. El la considera una etapa necesaria, si bien transitoria, en el progreso de una pedagogía religiosa. “Es cierto que la primera etapa es casi totalmente exterior, pero esto es la ley inevitable de toda educación del hombre: penetrar poco a poco en su interior a través de lo sensible” [24].
Más tarde, en el Nuevo Testamento, se observa una concepción del demonio más íntimamente vinculada a las personas. Este solía habitar en las personas y su presencia se asociaba muchas veces a la enfermedad. La curación milagrosa lo expulsaba y traía la curación: “le fue presentado un endemoniado mudo y ciego. Y le curó, de suerte que el mudo hablaba y veía” (Mt 12, 22). Volviendo al Tobías y ensayando otra interpretación, ¿no podría verse a Sara como poseída?, ¿sería muy orzado pensar que una mujer endemoniada pueda dañar a sus maridos? Es, no obstante, lo que afirmaba la esclava. Sin embargo, sería desafortunado mostrar una novia poseída en una historia edificante. La historia es más atractiva con una Sara víctima y un demonio que solo habita en la alcoba, o tal resultaba la concepción más apropiada a la época. La posible peligrosidad femenina queda solo discretamente insinuada en el miedo de Tobías y en el clima del relato. En una ficción, las resonancias despertadas pueden ser tan importantes como el material explícito.
¿De dónde esta antigua y porfiada insistencia en acudir a una explicación sobrenatural para el mal, culpando al demonio (o bien, a un castigo divino)? Esta parece ser, de modo general, la experiencia subjetiva del mal, de suyo enigmática, de tal modo que el hombre suele experimentar el mal como viniendo “desde fuera” de él mismo. Ricoeur: “cuando la tragedia nos muestra al héroe cegado por un poder demoniaco, nos descubre a través de la acción... la cara endemoniada de la experiencia humana del mal, haciendo palpable... la situación del hombre malo, el cual jamás puede ser malo más que en segundo término, es decir “después” y a remolque del “Adversario” [25]. Esta necesidad de personificar el mal es universal, pues el hombre no se vive como la fuente del mal, sino como el continuador de una maldad inicial de “otro”. Continúa: “el tema del Maligno no pasa de ser nunca más que una figura límite con el que se designa ese mal que yo no hago más que continuar en el mismo acto con que lo comienzo y lo introduzco en el mundo: esa constante preexistencia del mal es el aspecto “ajeno” de ese mal, del que, sin embargo soy yo responsable... no sabemos quién es Satanás, ni qué es, ni siquiera si es alguien” [26]. Esta misteriosa presencia del mal vivida por el hombre como “ya allí” incluso antes de la acción humana, alimenta el resurgimiento perpetuo de la idea de una fuente personal del mal, ajena y como anterior al hombre [27]. Al hacer el mal, el hombre siente que “cede” ante “algo”.
Lamentablemente, por demasiados siglos, los demonios obsesionaron la mente del hombre religioso. Particularmente en la Edad Media, en que los demonios populares de una época arcaica seguían demasiado vivos y la teología atormentaba la sexualidad cristiana citando al Tobías [28]. En el pensamiento moderno, las dimensiones morales permanecen, pero han sido ya interiorizadas. Los demonios quizá más simples de la vida arcaica, parecen no haberse disipado completamente de la realidad siempre enigmática del sexo, pero han cambiado de forma. El demonio visto como real ayer, hoy se ha transformado en imagen simbólica. En palabras de Ricoeur: “La cultura del placer es interpelada por la ternura y puede siempre volverse contra ella: es la serpiente que la ternura nutre en su seno... el demonismo del Eros es la doble posibilidad del erotismo y de la ternura” [29].
Consideramos que una explicación psicológica o antropológica no se opone ni excluye a la religiosa, pues se trata de planos diferentes. Por el contrario, el avance en la comprensión en uno puede iluminar los otros, fecundándose una comprensión más integral del punto estudiado, respetándose la dimensión religiosa, que para el creyente, vive siempre en lo humano, otorgándole un sentido trascendente.
Cristián Barría Iroumé en redalyc.org/
Notas:
1. “El texto original del Libro de Tobías es desconocido. Poseemos distintas versiones de él” E. Schillebeeckx, El Matrimonio, Sacramento de Salvación, Ed. Sígueme, Salamanca 1968, p. 77.
2. Cazelles H. Introducción Crítica al A. Testamento, Herder, Barcelona, 1981, p. 755.
3. Roberts A. Introducción a la Biblia, Herder, Barcelona, 1965 pp. 673-674).
4. “La curación de la ceguera de Tobit mediante la aplicación de la hiel de un pez tiene todas las características de un tratamiento medicinal sin el menor rastro de curación milagrosa. La descripción muestra un acusado interés por los detalles... El uso de hiel de pescado para las afecciones oculares está ampliamente documentado en las culturas de la antigüedad”. Von Rad G. Sabiduría en Israel, Ed. Cristiandad, Madrid, p. 173.
5. Op. cit., p. 129.
6. G. Frazer reseña un cuento malayo de un pez mágico: el alma de una mujer fue transferida a un pez dorado. Lo que sucedía al pez, lo vivía a su vez la mujer. La Rama Dorada, F.C. Económica, México 1998, p. 759.
7. Teodoreto, Patrologea Graeca, Paris, 81, 580, citado en L. A. Schökel, Símbolos Matrimoniales en la Biblia, V. Divino, Navarra, 1997, p. 245.
8. Fenichel O. Teoría Psicoanalítica de las Neurosis, Paidós, B. Aires 1962, p. 84. La idea mítica de la mujer caníbal y devoradora de sus maridos presente en el Tobías en Benetti Santos, Sexualidad y Erotismo en la Biblia, San Pablo, B. Aires 1994, p. 120. Un caso clínico actual de fantasías sexuales canibalísticas en una mujer incapaz de tener sexo con su marido se encuentra en Dolto F. Sexualidad Femenina, Paidós, Barcelona 1994, p. 164.
9. V.g. en la construcción actual, las tablas de piso de madera tienen muescas alternativamente salientes o excavadas que permiten ensamblarlas unas a otras con máxima firmeza: se le llama “machihembrado”. Puede ser curiosidad que en Chile, al hombre que tiene solo hijas mujeres se le dice, en son de burla, que ha tenido “chancletas”.
10. Es notable su descripción de la sandalia como signo jurídico de precedencia, señalando al hombre con derecho a ser esposo y ejercerlo ritualmente sobre la mujer. En caso de viudez, la sandalia masculina se carga de sentido: puede ser “sacada” ritualmente; puede circular y ser entregada para marcar legitimidad (o transgresión). Schökel L. Alonso op. cit. pp. 109-130. Esa curiosa función de la sandalia como símbolo matrimonial en Israel, nos evoca un objeto moderno que aparece actualmente investido de una función semejante: el anillo de bodas. Hoy, un hombre con intenciones de engañar a su mujer, se “saca” el anillo: quiere ser (o aparecer) como no casado. En el antiguo Israel, el hombre que incumple su deber de levirato, es descalzado.
11. A. Schökel hace notar una curiosidad lingüística: “novios” en español, viene de novus, nuevo. Op. cit. p. 97. Esta viudez excesiva, siete veces, es evidentemente simbólica. Sin embargo la realidad puede aproximársele: conocemos una mujer que se atrevió a casar con un hombre ya dos veces viudo, viviendo ambos largamente. Este esposo llegó tener a su mujer y a tres suegras vivas, al mismo tiempo.
12. Juan Pablo II, Matrimonio, Amor y Fecundidad, Palabra, Madrid, 1998 pp. 187-188.
13. Fenichel O. Op. cit. p. 624.
14. En la Biblia, otra mujer mortal para el amante pero por propio designio, es Judit. Se ofrece como mujer para salvar a la ciudad, decapitando finalmente al general agresor: “os juro que mi rostro sedujo a Holofernes para su ruina” (Jdt 13, 16) L. Alonso Schökel comenta: “El tajo es como la venganza femenina: como la total castración del seductor frente al intento de violación”. Op. cit. p. 250.
15. Eliade M. Lo Sagrado y lo Profano, Guadarrama, Barcelona 1957, pp. 157-158.
16. Aunque esbozados, se encuentran en el relato los elementos del sacrificio animal: muerte violenta; uso del fuego; destrucción ritual; significado purificador del humo. G. Frazer enumera diversos sacrificios animales arcaicos: en Formosa se quemaban partes de una cerda para alejar el demonio de la enfermedad (p. 610). En Indostán se enviaban pollitos en la dirección del humo, para alejar la peste (637); en Arabia se sacrificaba un camello, ante la peste (p. 610). Los indios mexicanos sacrificaban corazones de animales para dar vigor al sol (p. 108). Op. cit. Esta curación del Tobías es claramente mágica, si bien algunos comentaristas lo suavizan: “Las fumigaciones que expelen a Asmodeo provienen de una medicina apenas liberada de recetas mágica.” A. Robert, op.
17. cit. p. 676.
18. Ricoeur P. Finitud y Culpabilidad, Taurus, Madrid, 1982 p. 199. Ahora bien, sobre el estudio del milagro leemos en Rahner: “El representante de las ciencias naturales como tal no tiene necesidad de ostentar esa disposición para lo milagroso. Metodológicamente posee el derecho a explicarlo todo, es decir, de quererlo entender todo como consecuencia de una ley natural y por ello está asimismo en su derecho cuando deja de lado lo que él no puede explicar positivamente”. Sin embargo: “él no puede ser solamente científico naturalista, sino que en la realización de su existencia... y como actor moral, nunca puede decidirse solo según leyes de las ciencias exactas”. Curso Fundamental sobre la Fe, Herder, Barcelona, 1979 p. 310.
19. “Asmodeo es solo el instrumento de la justicia divina”. Roberts A., op. cit. p. 676.
20. “El exterminador solo tiene poder contra los transgresores de la ley. Sara, como hija heredera, estaba reservada a un hombre de la parentela y Dios castiga con la muerte a los que violan las leyes del matrimonio”. Roberts A. op. cit. p. 676.
21. Sobre la persistencia en la modernidad de los tabúes sexuales, ver Romo W. Amor y Sexualidad. Elementos para una moral cristiana de la sexualidad. Teología y Vida, 1977, IV trimestre, Nº 4, p. 300. Del tabú como forma arcaica de moralidad leemos en Noemi, Juan: “El nivel de la mancha es el más básico y primigenio. En él, el hombre asocia su sufrimiento con una venganza... Hay algo en mí que desencadena una venganza y el ser castigado. El tabú permite clarificar esta primera articulación del mal como mancha. El tabú tiene como fin el separar lo sacro de lo profano... Lo sacro contagia lo profano y aquel se manifiesta de manera terrible”. El Mundo, Creación y Promesa de Dios, San Pablo, Santiago, 1996, p. 541.
22. Segundo J. L. El Dogma que Libera, Sal Terrae, Santander, pp. 106-107.
23. Por curiosa coincidencia de nombres, en la Biblia, otra Sara es objeto de un poderoso tabú sexual: la esposa de Abraham. Habiendo sido presentada como su hermana, es objeto del deseo del Faraón, sin mala intención: “vieron los egipcios que la mujer era muy hermosa. Viéndola los oficiales de Faraón, los cuales se la ponderaron y la mujer fue llevada al palacio de Faraón... pero Yahvé hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas por lo de Sara, la mujer de Abraham”. (Gen, 14, 14-17) Citado por Burton J., El Diablo, Percepción del Mal de la Antigüedad al Cristianismo Primitivo, Laertes, Barcelona, pp. 181-182.
24. Segundo J.L. “Etapas Pre-cristianas de la fe” Cursos de Complementación Cristiana, apuntes, p. 29.
25. Ricoeur, op. cit. p. 459.
26. Ricoeur, op. cit. 409.
27. En el Nuevo Testamento J.L. Segundo ve una superación de los tabúes sagrados y también una superación de la noción del mal exterior personificado en un demonio. El mal, entonces, estaría en el interior del hombre. Cita la carta de Santiago: “Ninguno, cuando se vea tentado, diga: es Dios quien me tienta; porque Dios... no tienta a nadie, sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia que lo arrastra y seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (St 1, 13-15). Añade Segundo: “El demonio que produce la muerte es la secuencia: “concupiscencia propia, pecado, muerte”. Teología Abierta, Tomo II, Ed. Cristiandad, Madrid, 1983, p. 419.
28. Buenaventura dice: “Porque el acto sexual se ha corrompido (mediante el pecado original) y es maloliente en cierta medida, y porque los hombres son casi siempre demasiado lascivos en él, por eso el demonio tiene tanto permiso sobre él. Se puede demostrar esto con un ejemplo y con la autoridad de la Escritura, pues se dice que un demonio llamado Asmodeo mató a siete maridos en la cama, pero no mientras comían” (In IV Sent. d. 34 a. 2 q. 2) cita
29. Ricoeur Paul, La merveille, l´errance, l´enigme, Esprit, noviembre 1960, 11, p. 1670.
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