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CÆLÉSTIS FORMAM

Más brillante que el sol, Cristo muestra en el Tabor aquella gloria celeste que la Iglesia anhela.

Hoy acontece algo que recordarán todas las generaciones: el grato coloquio del Señor con Moisés y Elías, en la presencia de Pedro, Santiago y Juan.

Asisten, pues, los testigos de la gracia, la Ley y los Profetas, y desde la nube se escucha el testimonio del Padre que habla a su Hijo.

Hoy el Señor nos manifiesta, con su Rostro transfigurado, la hermosura que tendrán las almas que han creído, cuando disfruten de Dios.

La contemplación de este misterio, eleva el corazón de los fieles y consigue que, al encenderse de gozo su devoción, prorrumpan:

Concédenos, oh Trinidad Beatísima, poder contemplar algún día la gloria, en tu Presencia, Amen

 


 

DULCIS IESU

El recuerdo amable de Jesús alegra de verdad nuestro corazón, pero más miel y que todo, es tu misma Presencia.

No existe música más bella, tampoco sonido más grato, ni cabe pensar en algo tampoco sonido más grato, ni cabe pensar en algo más suave que Jesús, el Hijo de Dios.

Oh Jesús, Delicia del alma, Fuente de verdad y luz de los corazones: sólo Tú desbordas nuestro gozo y nuestros sueños.

Cuando visitas nuestro interior, se enciende la luz de la verdad, cede todo lo mundano y, entonces, prende la caridad.

Al derramar generosamente sobre nosotros tu perdón cólmanos, también, de tu Amor y concédenos contemplar la gloria, en tu Presencia

En tu honor, Señor, cantamos este himno de alabanza, para Ti, que, siendo el Hijo muy amado, Te transfiguraste con el esplendor del Padre y del Espíritu Santo. Amén.

 


 

O NATA LUX

Oh Jesús, Luz nacida de la Luz y Redentor del mundo: escucha, en tu bondad, nuestra alabanza y nuestras súplicas.

Te transfiguraste en el Tabor ante tus tres Apóstoles escogidos con el Rostro más resplandeciente que el sol y el vestido más blanco que la nieve.

Esclareciendo a los nuevos alumnos lo que los antiguos Profetas habían predicho en figuras, concediste a ambos la gracia de creer en tu Divinidad.

Mientras la voz del Padre, desde el Cielo, Te proclama su Hijo muy amado, nosotros confesamos fielmente tu celestial realeza.

Y puesto que por nosotros, ya perdidos, Te dignaste asumir nuestra propia carne, concédenos llegar a ser miembros de tu Cuerpo glorioso.

En tu honor, Señor, cantamos este himno de alabanza, para Ti, que, siendo el Hijo muy amado, Te transfiguraste con el esplendor del Padre y del Espíritu Santo Amén.

 


 

NOVUS ATHLETA

Alabemos a santo Domingo, el nuevo atleta del Señor, que, haciendo vida de su nombre, en él Cristo vive.

Conservando sin mancha el lirio de su pureza, arde como una antorcha, por el celo de los que se pierden.

Habiendo desdeñado el mundo, dispone su corazón para el combate y acude al enemigo sin más armas que la sola gracia de Cristo.

Pelea con su palabra y con milagros y envía por el mundo a sus hermanos, sin dejar de salpicar con lágrimas, su encendida oración.

El honor, la alabanza y la gloria para Ti, oh Dios Uno y Trino, y, por la intercesión de Santo Domingo, concédenos las alegrías del Cielo. Amén.

 


 

IN MÁRTYRIS LAURÉNTII

En el martirio cruento de San Lorenzo luchó la fe, provista de sus armas y no vertió más que la sangre propia.

Él era el primero de los siete varones que asistían junto al altar, levita de grado esclarecido, más alto que los demás en rango.

Luchó con todo valor sin ceñirse la espada a su costado sino, dando vuelta a la parrilla hostil, se la entregó al que le torturaba.

De este modo guardamos, oh Lorenzo, el recuerdo de tu pasión, y lo que cada uno pide suplicante, lo obtiene de tu favor.

Llamado, como ciudadano, a la Urbe inefable del Cielo, en el Alcázar de aquel ilustre senado, portas contigo la corona cívica.

Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, que, por intercesión de San Lorenzo, nos recompensen con el Premio eterno. Amén.

 


 

MÁRTYRIS CHRISTI

Hoy celebramos el triunfo de este mártir de Cristo que, tras despreciar los bienes caducos del mundo, supo ayudar a los débiles, distribuyendo alimentos y bienes entre los necesitados.

En medio del tormento del fuego y con tenaz firmeza de ánimo, superó la amenaza de las llamas, enardecido por el deseo de una vida más alta.

Su espíritu, acogido por el coro de los Angeles, fue llevado al Cielo, coronado de triunfo para que, intercediendo ante Dios omnipotente, nos atrajera su clemencia.

Así pues, te suplicamos, oh mártir San Lorenzo, que alcances el perdón para nuestros pecados y para nuestras almas la devoción y el vigor de una fe recia.

Que resuenen concordes nuestras voces alabando al Padre, al Hijo y al Espíritu Creador, que reina con Ellos. Amén.

 


 

GÁUDIUM MUNDI

Oh Virgen María, alegría del mundo y estrella nueva del Cielo, que engendraste al Sol, de Quien Tú misma eres creadora: no dejes de acercar tu mano y auxiliar al caído.

Y puesto que nadie ignora que Tú eres la Escala tendida por Dios, por medio de la cual el Verbo descendió al mundo ayúdanos a escalar hasta la cumbre del Cielo.

El coro beatísimo de los Angeles y el de los Apóstoles y los Profetas, Te admiran como la Criatura más alta y noble, después de Dios.

Gloria a Ti, oh excelsa y sempiterna Trinidad, que coronaste a la Virgen como Reina y Madre solícita nuestra. Amén.

 


 

AURORA VELUT FÚLGIDA

Como Aurora rebosante de luz, Te encumbras en lo alto del Cielo, Sol resplandeciente y bellísima Luna, oh María.

Hoy asciende al Trono de la gloria, la Reina del mundo, por gracia de su Hijo, que existe antes del lucero.

Elevada por encima de los Angeles, y sobre los coros celestiales, es la única Mujer que transciende de los méritos de todos los Santos.

Al que había dado calor en su seno y colocado en un pesebre, lo contempla ahora, como Rey del Universo, desde la gloria del Padre.

Ruega por nosotros a tu Hijo oh Virgen de las vírgenes, para que, ya que Tú le diste de lo nuestro, Él nos conceda de lo Suyo.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que te embellecieron con su gloria, por encima del Cielo. Amén.

 


 

SOLIS O VIRGO

Oh Virgen, vestida de sol, que ciñes en tu sien una corona de doce estrellas y, teniendo la luna por escabel de tus pies, resplandeces de hermosura.

Tú eres la Vencedora de la muerte y del castigo del Infierno, a Quien el Cielo y la tierra celebran como Reina poderosa, sentada junto a Cristo, para ser Protectora nuestra.

Defiende a los que profesamos la fe divina, conduce a los perdidos al ovil sagrado y atrae de todas partes a quienes llevan tiempo envueltos en las sombras de la muerte.

Y ya que resplandeces ante todos como Esperanza cierta de salvación en las adversidades de la vida, alcanza con tu benigna súplica el perdón para los pecadores y extiende tu amparo a los enfermos, indigentes y abatidos.

Gloria a Ti, oh excelsa y sempiterna Trinidad, que coronaste a la Virgen como Reina y Madre solícita nuestra. Amén.