zhimnos cast-pascua

AURORA LUCIS RÚTILAT

La aurora tiñe el cielo como de oro y resuenan en el aire las alabanzas: el mundo exulta de gozo y el Infierno brama y gime.

Cuando el Rey poderosísimo, quebradas las fuerzas de la muerte, aplasta con su pie al Infierno y rompe las cadenas a los Justos.

Aquel que celosamente custodian los soldados, junto a la piedra que sella el sepulcro, hoy se alza noble y magnífico, triunfante sobre su tumba,

Se acabaron ya los llantos del infierno, y también sus dolores porque un Ángel, resplandeciente de luz, proclama que el Señor ha resucitado.

Sé Tú, Jesús, para nuestras almas, el gozo perenne de la Pascua, y dígnate hacernos partícipes de tu triunfo, a quienes hemos renacido a la gracia.

Para Ti, Señor, toda la gloria, que vencida la muerte, reluces deslumbrante, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén.


 

AD CENAM AGNI

Revestidos para la cena del Cordero, con las estolas blancas de la salvación, tras el paso del Mar Rojo, cantemos a Cristo, nuestro Príncipe.

Él ha querido que gustando de su Sangre rosada y de su Cuerpo sacratísimo, inmolado en el ara de la Cruz, pudiésemos vivir la misma vida de Dios.

Protegidos frente al Angel devastador, durante la noche de la pascua, hemos sido liberados del áspero yugo del Faraón.

Ahora ya es Cristo nuestra Pascua, el manso Cordero sacrificado; el Ázimo puro de sinceridad, que ha ofrecido su misma Carne.

¡Oh verdadera Hostia dignísima!, que, humillando al Infierno y después de redimir a tu pueblo cautivo, le has devuelto el premio de la Vida.

Surge Cristo del sepulcro y al regresar victorioso del Abismo, habiendo encadenado al Tirano, nos abre las puertas del Paraíso.

Sé Tú, Jesús, para nuestras almas, el gozo perenne de la Pascua, y dígnate hacernos participes de tu triunfo, a quienes hemos renacido a la gracia.

Para Ti, Señor, toda la gloria, que vencida la muerte, reluces deslumbrante, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén.


 

O REX ÆTERNE DÓMINE

Oh Cristo, Rey eterno, Hijo consustancial del Padre, que, en Adán, formaste al hombre, a tu imagen y semejanza.

Tú, tomando de la Virgen esa misma naturaleza, a la que el Demonio, como Enemigo del género humano, había hlducido mediante engaño a pecar.

No has desdeñado encarnarte para unirnos más a Dios, y, al redimirnos, nos ofreces, en el Bautismo, tu perdón.

Tú, por nosotros los hombres, Te dignaste padecer en la Cruz y derramaste toda tu Sangre, como precio de nuestra salvación.

Tú, una vez Resucitado, recibes del Padre la gloria que mereces y nosotros creemos sinceramente que, también, por Ti, algún día resucitaremos.

Sé Tú, Jesús, para nuestras almas, el gozo perenne de la Pascua, y dígnate hacernos partícipes de tu triunfo, a quienes hemos renacido a la gracia.

Para Ti, Señor, toda la gloria, que vencida la muerte, reluces deslumbrante, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén.


 

HIC EST DIES

Éste es verdaderamente el día de Dios, apacible en su brillo divino, en el que la Sangre preciosísima, ha borrado los pecados e infamias del mundo.

Éste es el día en el que se devuelve la fe a los incrédulos y a los ciegos la vista: ¿a quién no le consuela saber que el buen ladrón se salve?

Los mismos Ángeles se asombran al contemplar aquel Cuerpo desgarrado, y a Cristo que promete el Paraíso al que está crucificado a su derecha.

¡Oh qué misterio tan admirable, en el que los crímenes del mundo se limpian, los pecados de los hombres se perdonan y, se purifican, con la Carne, las culpas de la carne!

¿Qué puede haber de más sublime que el delito encuentre gracia, el amor venza al temor, y la muerte nos devuelva una Vida nueva?

Sé Tú, Jesús, para nuestras almas, el gozo perenne de la Pascua, y dígnate hacernos partícipes de tu triunfo, a quienes hemos renacido a la gracia.

Para Tí, Señor, toda la gloria que vencida la muerte, reluces deslumbrante, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén


 

LÆTARE CÆLUM

Que se alegre el Cielo, en las alturas, que la tierra y el mar aplaudan de júbilo: tras la Cruz, Cristo ha resucitado, para devolver la Vida a los mortales.

Cuando ya se divisa el día de nuestra salvación y llega para nosotros este tiempo de gracia, el mundo, hasta entonces envuelto en tinieblas, comienza a resplandecer con la Sangre del Cordero.

Aquella muerte trajo consigo el ocaso de la muerte y la remisión de la culpa; ni el Vencido ha sufrido derrota, ni su virtud menoscabo.

Nuestra esperanza se goza al sentir, con todos los fieles, que un día podremos resurgir para gozar de una Vida bienaventurada.

Celebremos, pues, con entusiasmo, henchidos de sumo gozo, esa cándida Pascua de la que manan tan grandes bienes,

Sé tú, Jesús, para nuestras almas, el gozo perenne de la Pascua, y dígnate hacernos partícipe de tu triunfo, a quienes hemos renacido a la gracia.

Para Ti, Señor, toda la gloria, que vencida la muerte, reluces deslumbrante, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén.


 

CHORUS NOVÆ IERÚSALEM

Que el coro de la nueva Jerusalén, renueve la armonía de su canto, al entonar el himno con el que celebramos, las limpias alegrías de la Pascua.

El día en el que Cristo resucita, como León invicto, y, una vez aplastado el Dragón, convoca a los muertos, al sonido de una fuerte voz.

El Infiernol suelta su presa, que antes había osado alevosamente devorar, y, al fin, el ejército de los Santos, liberado ya de su cautividad, avanza tras los pasos del Señor.

A la hora de este triunto, expléndido y magnífico, en el que parece que el Cielo y la tierra se unen para constituir una sola Patria.

Nosotros, soldados de tal Rey, le pedimos al son de este canto, que se digne agregarnos a la corte dignísima de su Palacio.

Sé Tú, Jesús, para nuestras almas, el gozo perenne de la Pascua, y dígnate hacernos partícipes de tu triunfo, a quienes hemos renacido a la gracia.

Para Ti, Señor, toda gloria, que vencida la muerte, reluces deslumbrante, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén.


 

IESU NOSTRA REDEMPTIO

Oh Jesús, Redentor nuestro, nuestro amor y nuestro deseo, que siendo el Artífice divino del mundo, Te encarnaste al llegar la plenitud de los tiempos.

¿Qué bondad Te venció para carga con nuestras culpas y padecer una muerte ignominosa, librándonos a nosotros de ella?

Penetrando en las estancias del Infierno, redimiste a tus siervos cautivos, y ahora, después de tan noble triunfo, estás sentado, Victorioso, a la derecha del Padre.

Te pedimos, que Te sientas urgido por tu amor a perdonar benignamente los pecados de los que anhelamos ser saciados algún día con la contemplación de tu Rostro.

Tú eres, Señor, nuestra alegría y el premio que en un futuro esperamos; sea para Tí nuestra albanza y nuestra gloria, por todos los siglos de los siglos, Amén.


 

ÆTERNE REX ALTÍSSIME

Oh eterno Rey altísimo y Redentor de los fieles, por el que la muerte parece aniquilada, y se da el triunto de la gracia.

Al ascender al tribunal, y ocupar la diestra del Padre, recibiste, no de los hombres, sino de lo alto, la potestad sobre todas las cosas.

De modo que la triple máquina, del Cielo, de la Tierra, y del Infierno, sumisa ante Ti, doblará su rodilla.

Los mismos Ángeles se estremecen, viendo de qué modo ha sido trocada la suerte de los mortales: la carne peca, pero también la Carne redime, pues el Verbo de Dios reina, hecho Carne.

Sé Tú, Señor, nuestra Alegría y nuestro Premio eterno en el Cielo, que gcobiernas la fábrica del mundo y superas los gozos de la tierra.

Nosotros, mientras, entre súplicas, Te rogamos que perdones todas nuestras ofensas y con el auxilio de tu gracia, eleves hacia Ti nuestros corazones.

Para que cuando aparezcas, de súbito, como Juez, en una nube resplandeciente, no tengas en cuenta las penas que merecemos, antes bien, nos devuelvas la corona que perdimos.

Y hoy Jesús, en el día que asciendes a los Cielos, sea para Ti toda nuestra gloria y nuestra alabanza, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos sin término, Amén.


 

OPTATUS VOTI

Ya comienza a relucir este día sagrado, ardientemente deseado por todos, el día en el que Cristo, nuestra esperanza, asciende a lo alto del Cielo.

Tras la victoria con la que concluyó aquel gran combate, el Príncipe de este mundo fue definitivamente derrotado, y el Señor presenta ante los ojos de su Padre, su Humanidad triunfadora y gloriosa.

Esa nube resplandeciente que le lleva al Cielo, trae a los fieles la esperanza de que, por fin, ha quedado abierto el Paraíso, que Adán y Eva habían clausurado.

¡Qué alegría tan grande resulta para todos, saber que el Fruto de la Virgen, tras los salivazos, los azotes y la Cruz, ha pasado a ocupar la diestra de Dios Padre!

Demos gracias, pues, a Dios, Autor de nuestra salvación, porque ha llevado este limo, del que estamos hechos, hasta lo más alto de la mansión del Cielo.

Y puesto que a los Bienaventurados se les mostró y de nosotros no se ha apartado, sintámonos solidarios en la participación de un mismo y perenne gozo.

En esta hora en la que Tú, Señor, asciendes al Cielo, lleva nuestros corazones Contigo, infundiéndoles desde lo alto tu Espíritu, que es también el del Padre, Amén.

Pentecostés


 

VENI CREATOR

Ven, oh Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles y colma de tu gracia divina los corazones que Tú mismo has creado.

Tú eres nuestro Consolador, Don de Dios altísimo, Fuente viva, Fuego, Amor y Unción espiritual.

Tú derramas sobre nosotros tus siete dones, Tú, el Dedo de la diestra de Dios, Tú, la Promesa solemne del Padre, Tú, quien pones en nuestros labios el tesoro de tu Palabra.

Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu Amor en nuestros corazones y conforta con tu auxilio continuo, la flaqueza de nuestra carne.

Aleja de nosotros al Enemigo, y danos pronto la paz, y así, siendo Tú mismo nuestro Guía, evitaremos todo mal.

Haz que por Ti conozcamos al Padre, y que sepamos también del Hijo: haz que creamos siempre en Ti, que, procediendo de ambos, eres su Espíritu, Amén.


 

LUX IUCUNDA

Oh Luz oratísima, Luz insigne, Llama del Cielo sobre los Discípulos de Cristo.

Que inundas nuestras almas, enriqueces nuestros labios y nos invitas a cantar conjuntando al unísono nuestra voz y nuestra mente:

Ven, oh Consolador beatísimo para moderar nuestra lengua y confortar nuestro corazón, pues ni el veneno ni la amargura caben, allí donde Te aposentas.

Quienes fuimos, por naturaleza, hijos de la ira, ahora, los somos de la gracia, y así, transformados en nueva criatura, Te glorificamos desde lo íntimo de nuestro pecho enaltecido.

Tú que eres, a la vez, el que da y el Don, la dicha completa de nuestra alma, empuja suavemente a nuestro corazón, para que, concorde con la lengua pregone el himno de tu gloria.

Y ya que eres el Autor mismo de la piedad, purifícanos de nuestras culpas, para que, renovados en Cristo, podamos alcanzar en plenitud los gozos que no se marchitan, Amén.


 

BEATA NOBIS

Al cumplirse un nuevo año, nos sentimos santamente dichosos, celebrando el día en que el Espíritu Santo, brilló sobre los Discípulos.

Apareció reluciente, en forma de lenguas, una luz como de fuego con la que se sintieron enardecidos en el amor y, en la predicación, elocucentes.

Quedó admirada la multitud de los gentiles, al oírles hablar en las lenguas de todos, creyendo que estaban ebrios de vino, los mismos a quienes el Espíritu Santo había colmaldo.

Estos hechos encierran un sentido espíritual, pues sucedieron cuando ya había transcurrido el tiempo de la Pascua, aquel sagrado número de días, en el que, según la Ley, se solía otorgar un indulto.

Oh Dios clementísimo, Te pedimos humildemente que nos llenes de esos dones del Espíritu Santo, que Tú derramas desde el Cielo.

Y ya que un día inundaste con tu gracia, aquellos bienaventurados corazones, dígnate, ahora, perdonar nuestros pecados y concédenos la paz en nuestros días.

Haz que por Ti conozcamos al Padre, y que sepamos también del Hijo: haz que creamos siempre en Ti, que, procediendo de ambos, eres su Espíritu, Amén.


 

IAM CHRISTUS

Regresando al lugar de donde había venido, el Señor, después de ascender a los Cielos, envió al Espíritu Santo, como Don, prometido por el Padre.

Y así, mientras los Apóstoles estaban recogidos en oración, sonó súbitamente para el mundo, aquella feliz hola de Tercia, que pregonaba la llegada misma de Dios.

Descendió, entonces, desde la Luz del Padre, un tulgurante fuego divino, que llenó a aquellos corazones fieles con el consuelo entrañable de las palabras de Cristo.

Oh Espíritu Santo, desciende también sobre nuestras almas para que sean altares engalanados por las vurtdes y templos que tu unción ha consagrado.

Haz que por Ti conozcamos al Padre, y que sepamos también del Hijo: haz que creamos siempre en Ti, que, procediendo de ambos, eres su Espíritu, Amén.