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La Iglesia mantiene su doctrina en bien del hombre, por mucho que algunos se empeñen en que cambie por las buenas o por las malas, presentando casos extremos o simplemente mintiendo.
¿Ha dado el Papa un paso adelante para admitir los preservativos? No. ¿Ha dado acaso un paso atrás? Tampoco. ¿Ha cambiado la doctrina de la Iglesia sobre el uso de los preservativos? Nada ha cambiado y todo sigue igual. ¿Qué está pasando entonces? Asistimos a un revuelo mediático que aprovecha unas declaraciones de Benedicto XVI recogidas en un pequeño libro de Peter Seewald.
¿Qué ha dicho el Papa?
El periodista recuerda a Benedicto XVI que en su viaje a África en marzo de 2009 la postura del Vaticano en relación con el sida fue objeto de polémica en los medios de comunicación. El Papa responde que «el viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella».
Fijación por el preservativo
El Santo Padre añade que el preservativo no resuelve la cuestión. Es decir, «la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas».
En este contexto Benedicto XVI reconoce que podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo en personas que se prostituyen, que utilicen un preservativo y eso puede ser «un primer paso de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere».
El Papa ha reconocido en esa conversación que el preservativo puede ser en algunos casos un paso hacia esa necesaria humanización de la sexualidad. Pero para nada está hablando de que la Iglesia lo admita como remedio habitual contra el sida y menos como anticonceptivo. Tergiversan sus palabras quienes afirman que cambia la consideración moral del preservativo, dando por supuesto que puede utilizarse en las relaciones entre novios o en el matrimonio. Parece que algunos se interesan más por uso lúdico de su sexualidad que por los enfermos de sida. Las reacciones inmediatas de personajes influyentes, como el Secretario general de la ONU, indican que hay una fuerte presión ideológica para que la Iglesia permita el preservativo. Y aprovechan cualquier ocasión para manipular las declaraciones del Papa, de un cardenal o de un teólogo, a fin de confirmar sus planteamientos. Resultan ineficaces porque con el preservativo, distribuido por millones en países africanos y asiáticos, y utilizados habitualmente por los occidentales, no han conseguido frenar la pandemia. Es más, en aquellos lugares donde se han desarrollado políticas de abstención, educación y prevención, como Uganda, han frenado el sida.
Hacia la humanización de la sexualidad
En coherencia con esa humanización de la sexualidad humana dirigida naturalmente al matrimonio y la procreación, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña en el número 2370 que «es intrínsecamente mala toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación», citando la Humana Vitae de Pablo VI. Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador, dice el número 2366. Muchas veces la humanidad ha tenido ocasión de comprobar aquel dicho: expulsa a la naturaleza por la puerta y entrará por la ventana.
Como es natural, el Catecismo recuerda que la fornicación o unión carnal fuera del matrimonio es gravemente contraria a la dignidad de la persona y de la sexualidad humana. Con mayor razón la prostitución atenta contra la dignidad de esa personas, que quedan sometidas al placer sexual que se saca de ellas. La prostitución es una lacra social y es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a ella, pero la miseria, el chantaje y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta, admite el número 2355. Y parece un retrato realista de lo que pasa en la prostitución, pues la mayoría de las personas la ejercen contra su voluntad y extorsionadas por las mafias del sexo y la droga, eso sí, dándoles preservativos, que alternan con palizas para convencerles de que contribuyan al negocio.
No es la solución
Peter Seewald termina preguntando a Benedicto XVI si la Iglesia no está por principio en contra de la utilización de los preservativos. El Papa responde: «Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana».
Uno es el caso de la prostitución, otro el de la relaciones entre novios o parejas, y otro el de los matrimonios. Pero la sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro, recuerda el número 2332 del Catecismo.
En definitiva, todo queda como estaba, la Iglesia mantiene su doctrina en bien del hombre, por mucho que algunos se empeñen en que cambie por las buenas o por las malas, presentando casos extremos o simplemente mintiendo.
Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico