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Ya están ahí, preparadas y apagadas, las luces de Navidad, expectantes hasta el día de su inauguración. Se ven, pero no se admiran todavía. Pero el transeúnte curioso, o crítico, ya ha valorado lo que hay. Mejor, lo que no hay. Podríamos acostumbrarnos, pero no sería bueno.
Va siendo cada vez más normal que no haya símbolos cristianos. Es la incoherencia de los ayuntamientos que quieren estar a bien con todos y celebrar las fiestas navideñas, pero no quieren que se note que estamos en una fiesta cristiana. La más universal, la más querida por tanta gente. ¿Se puede imaginar mayor incoherencia?
No hay signos cristianos. Al menos en Madrid. En Bravo Murillo hay estrellas, variopintas, pero ninguna significativa. Es más, hay, entre otras muchas, algunas estrellas de David. Pero ni una estrella de los Magos. En ese barrio, lleno de emigrantes, hay sudamericanos en un lado, por lo general muy cristianos, musulmanes en el otro, pero no sabía yo que hubiera ni una sinagoga ni nada que se le parezca. ¿O son signos masónicos?
En Serrano hay paneles inmensos de luces. Semicírculos apáticos, sin gracia ninguna, al menos ahora que están apagados. Desde luego ahí no se puede decir que haya muchos musulmanes, sudamericanos o hindúes. Es posible que muchos de los viandantes que van de compras sean poco practicantes, pero es casi seguro que una figura típica navideña les diría algo.
¿Es el laicismo furioso del que hablaba el Papa? ¿Es el anticristianismo de muchos en este país? Entonces, ¿por qué se apuntan a una fiesta eminentemente cristiana?
Antes había árboles de Navidad en lugares estratégicos. Estamos asistiendo a la metamorfosis del árbol típico —símbolo típicamente cristiano— en cucurucho. Este año la metamorfosis se ha detenido, seguramente por la crisis. Son los mismos del año pasado. Han pasado por cucuruchos con adornos navideños —todavía se salvaban— a cucuruchos con adornos anodinos.
El siguiente paso será darle la vuelta al cucurucho y llenarlo de castañas, por ejemplo. Y cuando el niño pregunte: ¿Papá que es eso? Y el padre le diga que ha llegado la Navidad el chaval pensará que los mayores están un tanto locos. Pero no es eso, es peor.
Propongo que lo hagamos los particulares. Si ellos no ponen signos navideños pongámoslos nosotros. Puede ser la típica imagen de José y María que se inclinan hacia el pesebre, los pastores que adoran, o los Magos que se acercan. Pero hay un símbolo que todo el mundo entiende y es sumamente sencillo, la estrella de los Reyes Magos.
Tiene una significación muy rica y conocida. La estrella es aviso: ha nacido Jesús. Es indicadora de un camino, el camino hacia Jesús. Es señal para los no cristianos: así ocurrió con los Magos venidos de Oriente, «hemos visto su estrella y venimos a adorarle». Es la alegría de la naturaleza: hasta las estrellas quieren adorar a su Dios.
Y es fácil de hacer. Se pueden construir con cartón forrado de plata, con papel fuerte, con madera, con lucecitas, pintadas de colores. Pequeñitas portátiles o grandes para sitios públicos. Podríamos ponerla en los balcones, en los coches, en las esquinas de las urbanizaciones, en los escaparates de las tiendas, en el quiosco de la esquina. Y todos sabrían que ha nacido el Redentor que nos salva.