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Las manifestaciones religiosas impregnan la civilización europea, se quiera o no reconocer. Aunque en algunos lugares crezca la secularización, se mantienen viejas costumbres que penetran la cultura de los pueblos
No conocía la existencia de la Fiesta de las Luces, que se celebra en Lyón desde 1832, en torno al 8 de diciembre, hasta que leí ese día en La-Croix.com que la edición lionesa del gratuito 20 Minutes había rechazado un encarte publicitario de la diócesis, que intentaba recordar el origen y carácter religioso de los festejos.
La tradición de poner faroles en las ventanas de la casas nació para manifestar la gratitud del pueblo a la Virgen María, que le había protegido de una grave epidemia de cólera. Poco a poco, las autoridades municipales fueron transformando esa costumbre en un auténtico festival de la luz, en el que participan artistas de todo el mundo para iluminar las fachadas de los edificios de la ciudad.
En la página Web de la fiesta se comprueba que este año se concede particular importancia al apoyo a los dos periodistas franceses secuestrados en Afganistán hace casi un año. Delante del Ayuntamiento arderán 343 lámparas, tantas como los días sin libertad de los reporteros de France 3 y de sus tres acompañantes. Hubo un acto cívico de solidaridad al encenderlas.
En la Web figuran también las vigilias y celebraciones religiosas en la catedral y en el santuario de la Virgen. Para aumentar la información, la diócesis había reservado cuatro páginas en la edición de 20 Minutes: se trataba de explicar el significado religioso de la fiesta con unas palabras del cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyón, y de indicar los lugares donde los católicos podían reunirse para rezar.
Pero el periódico rechazó el texto publicitario, a pesar de algunos cambios introducidos por la diócesis, para precisar que sólo se invitaba a rezar a los católicos, pero sin suprimir el texto del Avemaría, que figuraba en el encarte. Y la dirección del periódico se negó a publicarlo. Se justifican en su línea editorial: un medio “de información, sin opinión”. Pero, como afirma en La Croix Isabelle de Gaulmyn, parecen ignorar la singularidad de estas fiestas de Lyón, que han reunido aspectos laicos y religiosos durante más de 150 años sin que nadie se quejase.
Algo semejante sucede en tantos países con las fiestas de la Navidad. Sin embargo, el Tribunal administrativo de Amiens anulaba el pasado 30 de noviembre una decisión tomada en 2008 por el consejo municipal de Montiers (Oise), sobre la instalación de un Nacimiento en la plaza de la ciudad. Así lo exigiría la ley de 1905 sobre separación de la Iglesia y el Estado.
Sin embargo, para el Alcalde de Montiers, el belén no es un "acto de proselitismo", sino una tradición cultural. Y, en la trastienda, se descubre una querella local, movida por un ex-alcalde despechado por la impopularidad que impidió su reelección en 2008. Por eso, Montiers no ha renunciado a su Nacimiento: se ha limitado a cambiarlo de sitio, instalándolo junto a la iglesia.
Las manifestaciones religiosas impregnan la civilización europea, se quiera o no reconocer. Aunque en algunos lugares crezca la secularización, se mantienen viejas costumbres que penetran la cultura de los pueblos. Por paradoja, algunos se inquietan ante los belenes, pero escriben luego sobre el “cónclave” de los socialistas catalanes, o lamentan que un deportista “carismático” haya perdido el “estado de gracia”.
Para las autoridades o los jueces de Italia, la permanencia del crucifijo en escuelas o juzgados forma parte de la idiosincrasia de la nación. El Tribunal de Estrasburgo dictó una sentencia negativa en primera instancia, pero el Gobierno italiano ha recurrido. Desde luego, nadie se imagina hoy la Piazza Navona de Roma sin el espléndido belén napolitano instalado por el Municipio. Por cierto, la primera vez que lo vi, el Alcalde de la ciudad era comunista.
Sin imponer las propias convicciones a los demás, parece lógico que la cultura cristiana mayoritaria no sea sustituida a golpe de decreto o de presión mediática por minorías, que dejan de ser respetables justamente cuando tratan de imponer su voluntad contra viento y marea.
Desde luego, para no desacralizar las fiestas, lo importante es la coherencia de vida. La realidad histórica de la Navidad y de tantas conmemoraciones cristianas no se reduce a una tradición cultural o a iconografías más o menos bellas. Pero, si aquello falla, las avenidas de las ciudades sufren la frialdad del suntuoso exceso de luz, menos alegre que la sencillez y el cariño de pesebres y villancicos. Razón tenía san Juan Crisóstomo: ubi caritas gaudet, ibi est festivitas.