Durante la Audiencia general el Papa recuerda su reciente Viaje apostólico
El Santo Padre trazó un balance de su Viaje apostólico a Cuba y a EEUU ante miles de fieles y peregrinos procedentes de diversos países, y que se dieron cita el último miércoles de septiembre en la Plaza de San Pedro para asistir a la audiencia general.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy deseo compartir con ustedes el grato recuerdo de mi reciente viaje a Cuba y a los Estados Unidos de América, que culminó con el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia.
Llegué a Cuba como “Misionero de la Misericordia”, y allí he experimentado la esperanza y la unidad de un pueblo que más allá de toda división y bajo la maternal mirada de la Virgen del Cobre, toma fuerza de sus raíces cristianas y afronta el futuro con un espíritu de servicio y responsabilidad.
De allí pasé a los Estados Unidos de América, un paso que ha sido emblemático, gracias a Dios un puente se está reconstruyendo. En aquel País, he podido apreciar su gran patrimonio espiritual y ético, sobre el principio de que todos los hombres son iguales y dotados de derechos inalienables como la vida y la libertad. Estos principios son universales y encuentran en el Evangelio su máximo cumplimiento. Y estaban ya presentes en los trabajos de Evangelización que por aquellas tierras realizó el ahora santo Junípero Serra.
En la Sede de la ONU he querido renovar el apoyo de la Iglesia católica a esta institución en la promoción de la paz, recordando también la importancia de frenar y prevenir toda clase de violencia contra las minorías étnicas y religiosas y contra la población civil. El viaje ha culminado con el Encuentro de las Familias, que le ha dado una dimensión universal, pues la alianza entre el hombre y la mujer es la respuesta a los desafíos del mundo actual, siendo a su vez modelo de la gestión sostenible de la creación, sobre los principios comunión y fecundidad con que fue querida e instituida por Dios.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Encomendemos a Dios los frutos de este viaje, y que el ejemplo de san Junípero Serra, nos haga a todos auténticos evangelizadores, que vayan por el mundo compartiendo con todos el amor de Cristo. Muchas gracias.
Palabras del Papa a los enfermos en el Aula Pablo VI antes de la audiencia
Buenos días. Os saludo a todos. La audiencia de hoy será en dos sitios: aquí y en la plaza. Como el tiempo parecía estar un poco mal, habíamos decidido que vosotros os quedaseis aquí, tranquilos, más cómodos, y podáis ver la audiencia en las pantallas. Os agradezco mucho esta visita y os pido que recéis por mí. La enfermedad es una cosa fea, y aunque están los médicos −¡son buenos!−, los enfermeros, las enfermeras, las medicinas, todo, pero siempre es una cosa fea. Pero está la fe, la fe que nos anima, y ese pensamiento que a todos nos viene: Dios se hizo enfermo por nosotros, es decir, envió a su Hijo, que cargó sobre sí todas nuestras enfermedades, hasta la cruz.
Y mirando a Jesús con su paciencia, nuestra fe se hace más fuerte. Y siempre con nuestra enfermedad vamos con Jesús al lado, de la mano de Jesús. Él sabe lo que significa el sufrimiento, Él nos entiende, nos consuela y nos da fuerza. Y ahora os doy a todos la bendición, y pido que el Señor os bendiga y os acompañe. Pero antes recemos a la Virgen. Dios te salve, María…
Resumen del viaje apostólico a Cuba y Estados Unidos
Queridos hermanos y hermanas, la audiencia de hoy será en dos sitios: aquí en la plaza y también en el Aula Pablo VI, donde hay muchos enfermos que la siguen en las pantallas. Como el tiempo es un poco feo, hemos pensado que ellos estén a cubierto y más tranquilos allí. Unámonos los unos a los otros u saludémonos.
En los días pasados he realizado el viaje apostólico a Cuba y Estados Unidos. Nació de la voluntad de participar en el Encuentro Mundial de las Familias, programado desde hacía tiempo en Filadelfia. Ese “núcleo originario” se extendió a una visita a los Estados Unidos y a la sede central de las Naciones Unidas, y luego también a Cuba, que pasó a ser la primera etapa del itinerario. Expreso nuevamente mi reconocimiento al Presidente Castro, al Presidente Obama y al Secretario General Ban Ki-moon por el recibimiento que me dieron. Agradezco de corazón a mis hermanos Obispos y a todos sus colaboradores el gran trabajo realizado y el amor a la Iglesia que les ha animado.
“Misionero de la Misericordia”: así me presenté en Cuba, una tierra rica en belleza natural, cultura y fe. La misericordia de Dios es más grande que cualquier herida, que cualquier conflicto, que cualquier ideología; y con esa mirada de misericordia pude abrazar a todo el pueblo cubano, en la patria y fuera, más allá de toda división. Símbolo de esa unidad profunda del alma cubana es la Virgen de la Caridad del Cobre, que justo hace cien años fue proclamada Patrona de Cuba. Acudí como peregrino al Santuario de esta Madre de esperanza, Madre que guía en el camino de justicia, paz, libertad y reconciliación.
He podido compartir con el pueblo cubano la esperanza de que se cumpla la profecía de san Juan Pablo II: que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba. No más embargos, no más abuso de la pobreza, sino libertad en la dignidad. Ese es el camino que hace vibrar el corazón de tantos jóvenes cubanos: no una senda de evasión, de fáciles ganancias, sino de responsabilidades, de servicio al prójimo, de cuidado de la fragilidad. Un camino que saca fuerzas de las raíces cristianas de aquel pueblo, que ha sufrido tanto. Un camino en el que he animado de modo particular a los sacerdotes y a todos los consagrados, a los estudiantes y a las familias. Que el Espíritu Santo, con la intercesión de María Santísima, haga crecer las semillas que hemos sembrado.
De Cuba a Estados Unidos: fue un paso emblemático, un puente que gracias a Dios se está reconstruyendo. Dios siempre quiere construir puentes; ¡somos nosotros los que construimos muros! ¡Y los muros caen, siempre! Y en Estados Unidos hice tres etapas: Washington, Nueva York y Filadelfia.
En Washington encontré a las Autoridades políticas, a la gente corriente, a los Obispos, sacerdotes y consagrados, a los más pobres y marginados. Recordé que la riqueza más grande de aquel país y de su gente está en el patrimonio espiritual y ético. Y así quise animarles a llevar adelante la construcción social en fidelidad a su principio fundamental, que es que todos los hombres son creados por Dios iguales y dotados de derechos inalienables, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Esos valores, compartidos por todos, encuentran en el Evangelio su pleno cumplimiento, como ha demostrado la canonización del Padre Junípero Serra, franciscano, gran evangelizador de California. San Junípero muestra el camino de la alegría: ir y compartir con los demás el amor de Cristo. Ese es el camino del cristiano, y también de todo hombre que haya conocido el amor: no quedárselo para sí sino compartirlo con los demás. Sobre esa base religiosa y moral han nacido y crecido los Estados Unidos, y sobre esa base pueden seguir siendo tierra de libertad y de acogida y cooperar en un mundo más justo y fraterno.
En Nueva York pude visitar la Sede central de la ONU y saludar al personal que allí trabaja. Tuve encuentros con el Secretario General y los Presidentes de las últimas Asambleas Generales y del Consejo de Seguridad. Hablando a los Representantes de las Naciones, siguiendo a mis Predecesores, renové el aliento de la Iglesia Católica a esa Institución y a su papel en la promoción del desarrollo y la paz, reclamando en particular la necesidad del compromiso afectivo y efectivo por la conservación de la creación. Repetí el llamamiento a detener y prevenir las violencias contra las minorías étnicas y religiosas y contra la población civil.
Por la paz y la fraternidad rezamos en el Memorial de la Zona Cero, junto a representantes de las religiones, parientes de tantos caídos y el pueblo de Nueva York, tan rico en variedades culturales. Y por la paz y la justicia celebré la Eucaristía en el Madison Square Garden.
Tanto en Washington como en Nueva York pude encontrar algunas realidades caritativas y educativas, emblemáticas del enorme servicio que le comunidad católica −sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos− ofrecen en esos campos.
El culmen del viaje fue el Encuentro de las Familias en Filadelfia, donde el horizonte se extendió a todo el mundo, a través del “prisma”, por así decir, de la familia. La familia, es decir, la alianza fecunda entre el hombre y la mujer, es la respuesta al gran desafío de nuestro mundo, que es un reto doble: la fragmentación y la masificación, dos extremos que conviven y se apoyan mutuamente, y juntos mantienen el modelo económico consumista.
La familia es la respuesta porque es la célula de una sociedad que equilibra la dimensión personal y la comunitaria, y que al mismo tiempo puede ser el modelo de una gestión sostenible de los bienes y recursos de la creación. La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su interior los dos principios básicos de la civilización humana en la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad. El humanismo bíblico nos presenta esta imagen: la pareja humana, unida y fecunda, puesta por Dios en el jardín del mundo, para cultivarlo y custodiarlo.
Deseo dirigir un fraterno y caluroso agradecimiento a Mons. Chaput, Arzobispo de Filadelfia, por su empeño, su piedad, su entusiasmo y su gran amor a la familia en la organización de ese evento. Bien visto, no es casualidad sino providencial que el mensaje, es más, el testimonio del Encuentro Mundial de las Familias haya venido en este momento de Estados Unidos, o sea, del país que en el siglo pasado alcanzó el máximo desarrollo económico y tecnológico sin renegar de sus raíces religiosas. Ahora esas mismas raíces piden recomenzar desde la familia para repensar y cambiar el modelo de desarrollo, por el bien de toda la familia humana.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.