Una visita para expresar cercanía y solidaridad a los miles de refugiados que llegan en búsqueda de un futuro mejor al huir de la guerra
La visita a la isla de Lesbos es un ejemplo más de un largo elenco de palabras y gestos con los que el papa Francisco quiere llamar la atención del mundo sobre la emergencia humanitaria que supone esta situación. Cabe recordar que su primer viaje como pontífice fue a la isla italiana de Lampedusa, el 7 de julio de 2013, que en aquel momento sufría el drama de la inmigración masiva y de las numerosas muertes en el mar.
Otros momentos importantes son la visita al Centro Astalli de Roma para el servicio de los refugiados (10 de septiembre de 2013); el discurso en el Parlamento Europeo de Estrasburgo (25 de noviembre de 2014); la invitación que hizo a las parroquias para la acogida de prófugos (6 de septiembre de 2015); el discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 de enero de 2016); y la homilía de la misa en Ciudad Juárez −en la frontera de México con los Estados Unidos− (17 de febrero de 2016).
Más recientemente, el papa recordó a los refugiados en la homilía del Domingo de Ramos y en la celebración del Jueves Santo con los inmigrantes del centro Cara di Castelnuovo di Porto (24 de marzo de 2016). También lo hizo en la oración al final del Vía Crucis, el pasado 25 de marzo.
Encomendando a la Madre del Señor su visita a la isla griega de Lesbos, que tiene un carácter estrictamente humanitario y ecuménico, el Santo Padre se detuvo en oración, la tarde del jueves 14 de abril, ante la imagen de la Salus Populi Romani, en la Basílica papal de Santa María la Mayor, y ofreció a la Virgen un ramo de rosas blancas y celestes, que son los colores de la bandera de Grecia.
Vídeo: Francisco almorzará con varios refugiados en la isla de Lesbos
Antes que nada, ¡buenos días! Les deseo un buen día. Les agradezco su compañía. Este es un viaje un poco diferente de los demás. En los viajes apostólicos vamos a hacer muchas cosas: a ver a la gente, a hablarle… y también la alegría de encontrarla.
Éste, en cambio, es un viaje marcado por la tristeza. Esto es importante. Se trata de un viaje triste. Vamos a encontrarnos con la catástrofe humanitaria más grande después de aquella de la Segunda Guerra Mundial. Vamos −y nos daremos cuenta− a encontrar a mucha gente que sufre, que no sabe a dónde ir, que ha tenido que huir.
Y vamos también a un cementerio: el mar. Allí, mucha gente se ha ahogado. No lo digo para amargarlos. No, no es por amargura, sino para que su trabajo del día de hoy pueda trasmitir a sus medios de comunicación el estado de ánimo con el que hago este viaje. Gracias por acompañarme. Muchas gracias.
Una última cosa. Quisiera recordarles que hoy el Papa Benedicto cumple 89 años. Una oración por él.
Vídeo: Francisco: El viaje más triste que he hecho
Queridos amigos
He querido estar hoy con vosotros. Quiero deciros que no estáis solos. En estas semanas y meses, habéis sufrido mucho en vuestra búsqueda de una vida mejor. Muchos de vosotros os habéis visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de vuestros hijos, por vuestros pequeños. Habéis hecho grandes sacrificios por vuestras familias. Conocéis el sufrimiento de dejar todo lo que amáis y, quizás lo más difícil, no saber qué os deparará el futuro. Son muchos los que como vosotros aguardan en campos o ciudades, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.
He venido aquí con mis hermanos, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, sencillamente para estar con vosotros y escuchar vuestras historias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma. Como hombres de fe, deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en vuestro nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común.
Dios creó la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo habéis comprobado con vosotros mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo habéis visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudaros. Sí, todavía queda mucho por hacer. Pero demos gracias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siempre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos.
Este es el mensaje que os quiero dejar hoy: ¡No perdáis la esperanza! El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que podáis intercambiar mutuamente este don. A nosotros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio un hombre en necesidad e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es «todo misericordia». Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudaros con aquel espíritu de fraternidad, solidaridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia.
Queridos amigos, que Dios os bendiga a todos y, de modo especial, a vuestros hijos, a los ancianos y aquellos que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Os abrazo a todos con afecto. Sobre vosotros y quienes os acompañan, invoco los dones divinos de fortaleza y paz.
Discursos de Su Beatitud Jerónimo, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, de Su Santidad Bartolomé, patriarca ecuménico de Constantinopla y del Santo Padre Francisco.
En su declaración conjunta los responsables de las respectivas iglesias, expresan que se han encontrado en la isla griega de Lesbos para manifestar su profunda preocupación por la situación trágica de los numerosos refugiados, emigrantes y demandantes de asilo, que han llegado a Europa huyendo de situaciones de conflicto y, en muchos casos, de amenazas diarias a su supervivencia.
Vídeo: Una refugiada llora de rodillas buscando el consuelo del Papa
Vídeo: ”Los emigrantes no son números, son personas, rostros, historias”
Nosotros, el Papa Francisco, el Patriarca Ecuménico Bartolomé y el Arzobispo de Atenas y de Toda Grecia Jerónimo, nos hemos encontrado en la isla griega de Lesbos para manifestar nuestra profunda preocupación por la situación trágica de los numerosos refugiados, emigrantes y demandantes de asilo, que han llegado a Europa huyendo de situaciones de conflicto y, en muchos casos, de amenazas diarias a su supervivencia. La opinión mundial no puede ignorar la colosal crisis humanitaria originada por la propagación de la violencia y del conflicto armado, por la persecución y el desplazamiento de minorías religiosas y étnicas, como también por despojar a familias de sus hogares, violando su dignidad humana, sus libertades y derechos humanos fundamentales.
La tragedia de la emigración y del desplazamiento forzado afecta a millones de personas, y es fundamentalmente una crisis humanitaria, que requiere una respuesta de solidaridad, compasión, generosidad y un inmediato compromiso efectivo de recursos. Desde Lesbos, nosotros hacemos un llamamiento a la comunidad internacional para que responda con valentía, afrontando esta crisis humanitaria masiva y sus causas subyacentes, a través de iniciativas diplomáticas, políticas y de beneficencia, como también a través de esfuerzos coordinados entre Oriente Medio y Europa.
Como responsables de nuestras respectivas Iglesias, estamos unidos en el deseo por la paz y en la disposición para promover la resolución de los conflictos a través del dialogo y la reconciliación.
Mientras reconocemos los esfuerzos que ya han sido realizados para ayudar y auxiliar a los refugiados, los emigrantes y a los que buscan asilo, pedimos a todos los líderes políticos que empleen todos los medios para asegurar que las personas y las comunidades, incluidos los cristianos, permanezcan en su patria y gocen del derecho fundamental de vivir en paz y seguridad. Es necesario urgentemente un consenso internacional más amplio y un programa de asistencia para sostener el estado de derecho, para defender los derechos humanos fundamentales en esta situación que se ha hecho insostenible, para proteger las minorías, combatir la trata y el contrabando de personas, eliminar las rutas inseguras, como las que van a través del mar Egeo y de todo el Mediterráneo, y para impulsar procesos seguros de reasentamiento. De este modo podremos asistir a aquellas naciones que están involucradas directamente en auxiliar las necesidades de tantos hermanos y hermanas que sufren. Manifestamos particularmente nuestra solidaridad con el pueblo griego que, a pesar de sus propias dificultades económicas, ha respondido con generosidad a esta crisis.
Juntos imploramos firmemente por el fin de la guerra y la violencia en Medio Oriente, una paz justa y duradera, así como el regreso digno de quienes fueron forzados a abandonar sus hogares. Pedimos a las comunidades religiosas que incrementen sus esfuerzos para recibir, asistir y proteger a los refugiados de todas las confesiones religiosas, y que los servicios de asistencia civil y religiosa trabajen para coordinar sus esfuerzos. Hasta que dure la situación de necesidad, pedimos a todos los países que extiendan el asilo temporal, ofrezcan el estado de refugiados a quienes son idóneos, incrementen las iniciativas de ayuda y trabajen con todos los hombres y mujeres de buena voluntad por un final rápido de los conflictos actuales.
Europa se enfrenta hoy a una de las más graves crisis humanitarias desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para afrontar este desafío serio, hacemos un llamamiento a todos los discípulos de Cristo para que recuerden las palabras del Señor, con las que un día seremos juzgados: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme... Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,35-36.40).
Por nuestra parte, siguiendo la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, decidimos con firmeza y con todo el corazón de intensificar nuestros esfuerzos para promover la unidad plena de todos los cristianos.
Reiteramos nuestra convicción de que «la reconciliación (entre los cristianos) significa promover la justicia social en todos los pueblos y entre ellos... Juntos queremos contribuir a que los emigrantes, los refugiados y los demandantes de asilo se vean acogidos con dignidad en Europa» (Charta Oecumenica, 2001). Deseamos cumplir la misión de servicio de las Iglesias en el mundo, defendiendo los derechos fundamentales de los refugiados, de los que buscan asilo político y los emigrantes, como también de muchos marginados de nuestra sociedad.
Nuestro encuentro de hoy se propone contribuir a infundir ánimo y dar esperanza a quien busca refugio y a todos aquellos que los reciben y asisten. Nosotros instamos a la comunidad internacional para que la protección de vidas humanas sea una prioridad y que, a todos los niveles, se apoyen políticas de inclusión, que se extiendan a todas las comunidades religiosas. La situación terrible de quienes sufren por la crisis humanitaria actual, incluyendo a muchos de nuestros hermanos y hermanas cristianos, nos pide nuestra oración constante.
Lesbos, 16 de abril de 2016
Jerónimo – Francisco − Bartolomé
Distinguidas Autoridades
Queridos hermanos y hermanas
Desde que Lesbos se ha convertido en un lugar de llegada para muchos emigrantes en busca de paz y dignidad, he tenido el deseo de venir aquí. Hoy, agradezco a Dios que me lo haya concedido. Y agradezco al Presidente Paulopoulos haberme invitado, junto al Patriarca Bartolomé y al Arzobispo Jerónimo.
Quisiera expresar mi admiración por el pueblo griego que, a pesar de las graves dificultades que tiene que afrontar, ha sabido mantener abierto su corazón y sus puertas. Muchas personas sencillas han ofrecido lo poco que tenían para compartirlo con los que carecían de todo. Dios recompensará esta generosidad, así como la de otras naciones vecinas, que desde el primer momento han acogido con gran disponibilidad a muchos emigrantes forzados.
Es también una bendición la presencia generosa de tantos voluntarios y de numerosas asociaciones, las cuales, junto con las distintas instituciones públicas, han llevado y están llevando su ayuda, manifestando de una manera concreta su fraterna cercanía.
Quisiera renovar hoy el vehemente llamamiento a la responsabilidad y a la solidaridad frente a una situación tan dramática. Muchos de los refugiados que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro.
La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias. Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así será más consciente de deberlos a su vez respetar y defender. Por desgracia, algunos, entre ellos muchos niños, no han conseguido ni siquiera llegar: han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdugos infames.
Vosotros, habitantes de Lesbos, demostráis que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de una humanidad que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros con el fin de sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan enfrentamientos.
Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. En primer lugar, es necesario construir la paz allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia. Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia. En esta perspectiva, renuevo mi esperanza de que tenga éxito la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul el próximo mes.
Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados. Y para ello es también indispensable la aportación de las Iglesias y Comunidades religiosas. Mi presencia aquí, junto con el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, es un testimonio de nuestra voluntad de seguir cooperando para que este desafío crucial se convierta en una ocasión, no de confrontación, sino de crecimiento de la civilización del amor.
Queridos hermanos y hermanas, ante las tragedias que golpean a la humanidad, Dios no es indiferente, no está lejos. Él es nuestro Padre, que nos sostiene en la construcción del bien y en el rechazo al mal. No sólo nos apoya, sino que, en Jesús, nos ha indicado el camino de la paz. Frente al mal del mundo, él se hizo nuestro servidor, y con su servicio de amor ha salvado al mundo. Esta es la verdadera fuerza que genera la paz. Sólo el que sirve con amor construye la paz. El servicio nos hace salir de nosotros mismos para cuidar a los demás, no deja que las personas y las cosas se destruyan, sino que sabe protegerlas, superando la dura costra de la indiferencia que nubla la mente y el corazón.
Gracias a vosotros, porque sois los custodios de la humanidad, porque os hacéis cargo con ternura de la carne de Cristo, que sufre en el más pequeño de los hermanos, hambriento y forastero, y que vosotros habéis acogido (cf. Mt 25,35).
Dios de Misericordia,
te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños
que han muerto después de haber dejado su tierra,
buscando una vida mejor.
Aunque muchas de sus tumbas no tienen nombre,
para ti cada uno es conocido, amado y predilecto.
Que jamás los olvidemos,
sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras.
Te confiamos a quienes han realizado este viaje,
afrontando el miedo, la incertidumbre y la humillación,
para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza.
Así como tú no abandonaste a tu Hijo
cuando José y María lo llevaron a un lugar seguro,
muéstrate cercano a estos hijos tuyos
a través de nuestra ternura y protección.
Haz que, con nuestra atención hacia ellos,
promovamos un mundo en el que nadie se vea forzado a dejar su propia casa
y todos puedan vivir en libertad, dignidad y paz.
Dios de misericordia y Padre de todos,
despiértanos del sopor de la indiferencia,
abre nuestros ojos a sus sufrimientos
y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano
y del encerrarnos en nosotros mismos.
Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros,
para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas
a quienes llegan a nuestras costas.
Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones
que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos,
como una única familia humana,
somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti,
que eres nuestra verdadera casa,
allí donde toda lágrima será enjugada,
donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo.
Vídeo: El Papa se lleva a Roma a tres familias de refugiados
Lo primero es agradeceros esta jornada de trabajo, que para mí ha sido demasiado fuerte, demasiado fuerte. No hay ninguna especulación política porque los acuerdos entre Grecia y Turquía yo no los conocía bien, los he visto en los periódicos. Mi viaje ha sido humanitario. Haber traído a tres familias fue una inspiración de hace una semana, que me vino de un colaborador mío, y la acepté enseguida porque vi que era el Espíritu el que hablaba. Todas las cosas están en regla: los documentos, y el Estado vaticano, italiano y griego han dado el visado. Son acuerdos tomados desde el Vaticano con la colaboración de la comunidad de San Egidio, serán huéspedes del Vaticano y se añaden a las dos familias ya acogidas por las parroquias vaticanas.
Usted habla mucho de acogida pero muy poco de integración. Viendo lo que está pasando en Europa, bastantes ciudades con guetos de inmigrantes musulmanes que no logran integrarse con los valores occidentales, ¿no sería tal vez más útil privilegiar a los inmigrantes cristianos? ¿Por qué ha traído consigo tres familias musulmanas?
No he hecho una elección entre cristianos y musulmanes, estas tres familias tenían los papeles en regla y podía hacerse. Había dos familias cristianas que no tenían los documentos en regla... No es un privilegio, todos son hijos de Dios. Sobre la integración usted ha dicho una palabra que en nuestra cultura actual parece haberse olvidado tras la guerra: ¡hoy existen guetos! Y algunos terroristas que han hecho atentados son hijos o nietos de personas nacidas en el país, en Europa. ¿Qué ha pasado? No ha habido una política de integración, y esto para mí es fundamental, hasta tal punto que si lee usted la exhortación post-sinodal sobre la familia, hay una parte sobre la integración para las familias en dificultad. Europa debe recuperar esa capacidad de integrar; han llegado muchas persone nómadas y han enriquecido su cultura. Hay necesidad de integración.
Se habla de controles y refuerzos en las fronteras europeas. ¿Es el final de Schengen y del sueño europeo?
No lo sé, pero comprendo a los pueblos que tienen cierto miedo. Lo comprendo. Debemos tener una gran responsabilidad en la acogida y uno de los aspectos es precisamente cómo se integra esa gente. Siempre he dicho que construir muros no es una solución, hemos visto el siglo pasado la caída de uno... No se resuelve nada. Debemos hacer puentes, pero los puentes se hacen inteligentemente, con diálogo, la integración. Comprendo un cierto temor, pero cerrar las fronteras no resuelve nada, porque ese cierre a la larga hace daño al propio pueblo, y Europa debe urgentemente hacer políticas de acogida, integración, crecimiento, trabajo y reforma de la economía. Todas esas cosas son los “puentes” que nos llevarán a no hacer muros.
El Papa muestra unos dibujos que le han regalado los niños del campo de refugiados: Después de lo que he visto, y que vosotros habéis visto, en aquel campo de refugiados, ¡era para llorar! He traído los dibujos para que los veáis. ¿Qué quieren los niños? Paz. Es verdad que en el campo tienen cursos de educación, pero lo que han visto esos niños... Aquí tengo un dibujo donde se ve un niño que se ahoga. Eso lo llevan en el corazón. ¡De verdad que hoy era para llorar! Tiene eso en la memoria. Uno ha dibujado el sol que llora. Y si el sol es capaz de llorar, también a nosotros una lágrima nos hará bien.
¿Por qué usted no hace diferencia entre quien huye de la guerra y quien huye del hambre? ¿Europa puede acoger toda la miseria del mundo?
Hoy en mi discurso he dicho que algunos huyen de las guerras y otros del hambre. Los dos son efecto del abuso. Explotación de la tierra: me decía un jefe de gobierno de África que la primera decisión de su gobierno era la reforestación, porque la tierra había muerto por la explotación de los bosques. Hay que hacer obras buenas tanto para quien huye de la guerra como para quien huye del hambre. Yo invitaría a los traficantes de armas −en Siria por ejemplo, a quien de las armas a los diversos grupos− a pasar un día en aquel campo de refugiados. Creo que para ellos sería saludable.
Ha dicho usted esta mañana que era un viaje triste, conmovedor. Pero algo ha cambiado porque hay doce personas a bordo, un pequeño gesto ante quien vuelve la cabeza a otra parte.
Hago un plagio y respondo con una frase que no es mía. Preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta: ¿por qué tanto esfuerzo y tanto trabajo solo para acompañar a las personas a morir? Y ella: es una gota de agua en el mar, pero después de esa gota el mar no será lo mismo. Es un pequeño gesto, pero uno de esos pequeños gestos que debemos hacer todos nosotros, hombre y mujeres, para tender la mano a quien lo necesite.
Hemos venido a un país de inmigración pero también de política económica de austeridad: ¿Tiene usted un pensamiento económico de austeridad?
La palabra austeridad tiene diversos significados: económicamente significa un capítulo de un programa, políticamente otra cosa, espiritualmente otra cosa. Cuando yo hablo de austeridad me refiero en relación al derroche. He oído decir a la FAO que con el alimento desperdiciado se podría resolver el hambre en el mundo, y nosotros en casa ¡cuántos desperdicios hacemos sin quererlo! Es esta cultura del descarte y del derroche. Austeridad la digo en sentido cristiano.
Esta mañana ha estado con el candidato a la nominación demócrata Bernie Sanders. ¿Ha querido entrar en la política americana?
Esta mañana, mientras salía, estaba allí el senador Sanders que había venido al congreso sobre la Centesimus annus. Él sabía que yo salía a aquella hora y ha tenido la gentileza de venirme a saludar, él junto a la mujer y otra pareja que estaba alojada en Santa Marta, como todos los miembros del congreso. Cuando bajé lo saludé, un apretón de manos, nada más. Eso se llama educación, no inmiscuirse en política. Si alguno piensa que dar un saludo sea inmiscuirse en política, le recomiendo que vaya al psiquiatra.
Quisiera preguntarle sobre la exhortación Amoris lætitia: como muy bien sabe, ha habido muchas discusiones sobre uno de los puntos: algunos sostienen que nada ha cambiado para el acceso a los sacramentos para los divorciados vueltos a casar, otros sostienen que ha cambiado mucho y que hay muchas nuevas aperturas. ¿Hay nuevas posibilidades concretas o no?
Yo puedo decir que sí, pero sería una respuesta demasiado corta. Os recomiendo leer la presentación del documento que hizo el cardenal Schönborn, que es un gran teólogo y ha trabajado en la Congregación para la doctrina de la fe.
¿Por qué ha puesto en una nota y no en el texto la referencia al acceso a los sacramentos?
Mire, uno de los últimos Papas, hablando del Concilio, dijo que hubo dos concilios, el Vaticano II, en San Pedro, y el de los medios. Cuando convoqué el primer Sínodo, la gran preocupación de la mayoría de los medios era: ¿podrán comulgar los divorciados vueltos a casar? Como yo no soy santo, me molestó un poco y me dio un poco de tristeza. Porque esos medios no se dan cuenta de que ese no es el problema importante. La familia está en crisis, los jóvenes no quieren casarse, hay una caída de natalidad en Europa que es para llorar, la falta de trabajo, los niños crecen solos... Esos son los grandes problemas. No recuerdo esa nota, pero si está en una nota es porque es una cita de la Evangelii gaudium.
Fuente: vatican.va / romereports.com / news.va / iglesiaendirecto.com