El Papa ha afirmado, durante la Audiencia general de este miércoles, que no solo es un ejemplo del amor de Jesús por las personas, sino también de su compasión y su misericordia
Queridos hermanos y hermanas:
Jesús se conmovió al ver a la multitud que estaba extenuada y hambrienta y salió a su encuentro para socorrerla. No solamente se preocupó de los que lo seguían sino que deseaba que sus discípulos se comprometieran en auxiliar al pueblo mandándoles: "Dadles vosotros de comer”. La bendición de Jesús sobre los cinco panes y dos peces anuncia de antemano la Eucaristía de la que el cristiano se alimenta y de la que saca fuerzas para la vida.
La Eucaristía nos va transformando en cuerpo de Cristo y en alimento para nuestros hermanos. Jesús desea que su alimento llegue a todos y que sus discípulos que somos nosotros sean los que lo entreguen a los demás. Jesús nos ha enseñado el camino a seguir y nos manda que seamos nosotros quienes lo llevemos a los demás, a Él que es alimento que sacia y da vida y crea unidad y comunión.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular, a los venidos de España y Latinoamérica.
Los invito a alimentarse constantemente de la Eucaristía para ser a su vez alimento para los demás e instrumento de comunión en la familia, en el trabajo, en el ámbito donde viven siendo testigos de la misericordia y de la ternura de Dios. Muchas gracias.
Hoy queremos reflexionar sobre el milagro de la multiplicación de los panes. Al principio del relato que hace Mateo (cfr. 14,13-21), Jesús acaba de recibir la noticia de la muerte de Juan Bautista, y con una barca atraviesa el lago en busca de «un lugar desierto, apartado» (v. 13). Pero la gente se da cuenta y lo precede a pie, de modo que «al bajar de la barca, vio una gran muchedumbre, y sintió compasión por ellos y curó a los enfermos» (v. 14). Así era Jesús: siempre con compasión, siempre pensando en los demás. Impresiona la determinación de la gente, que no teme ser dejada sola, como abandonada. Muerto Juan Bautista, profeta carismático, se fían de Jesús, del cual el mismo Juan había dicho: «El que viene detrás de mí es más fuerte que yo» (Mt 3,11). Así la gente lo sigue por todas partes, para escucharlo y llevarle a los enfermos. Y viendo eso Jesús se conmueve. Jesús no es frío, no tiene un corazón frío. Jesús es capaz de conmoverse. Por una parte, se siente ligado a esa gente y no quieren que se vayan; por otra, necesita momentos de soledad, de oración, con el Padre. Tantas veces pasa la noche rezando con su Padre.
Así que también aquel día el Maestro se dedicó a la gente. Su compasión no es un vago sentimiento; muestra, en cambio, toda la fuerza de su voluntad de estar cerca de nosotros y de salvarnos. Nos ama tanto Jesús que quiere estar cerca de nosotros.
Al atardecer, Jesús se preocupa de dar de comer a todas aquellas personas, cansadas y hambrientas, cuidando de cuantos le siguen. Y quiere implicar en esto a sus discípulos. De hecho, les dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 16). Y les demostró que los pocos panes y peces que tenían, con la fuerza de la fe y de la oración, podían ser compartidos por toda aquella gente. Jesús hace un milagro, pero es el milagro de la fe, de la oración, suscitado por la compasión y el amor. Así Jesús «partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente» (v. 19). El Señor sale al encuentro de las necesidades de los hombres, pero quiere hacer concretamente a cada uno de nosotros partícipe de su compasión.
Ahora detengámonos en el gesto de bendición de Jesús: «tomó los cinco panes y los dos peces, elevó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio» (v. 19). Como se ve, son los mismos signos que Jesús realizó en la Última Cena; y son también los mismos que cada sacerdote realiza cuando celebra la Sagrada Eucaristía. La comunidad cristiana nace y renace continuamente de esa comunión eucarística. Vivir la comunión con Cristo no es en absoluto permanecer pasivos ni separarse de la vida ordinaria, al contrario, nos introduce cada vez más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles el signo concreto de la misericordia y de la atención de Cristo. Mientras nos nutre de Cristo, la Eucaristía que celebramos nos transforma poco a poco también a nosotros en cuerpo de Cristo y alimento espiritual para los hermanos. Jesús quiere llegar a todos, para llevar a todos el amor de Dios. Por eso hace a cada creyente servidor de la misericordia. Jesús vio a la gente, sintió compasión por ella y multiplicó los panes; y hace lo mismo con la Eucaristía. Y los creyentes que recibimos ese pan eucarístico somos empujados por Jesús a llevar ese servicio a los demás, con su misma compasión. Ese es el recorrido.
El relato de la multiplicación de los panes y los peces concluye con la constatación de que todos se saciaron y con la recogida de los trozos sobrantes (cfr. v. 20). Cuando Jesús con su compasión y su amor nos da una gracia, nos perdona los pecados, nos abraza, nos ama, no hace las cosas a medias, sino completamente. Como pasó aquí: todos se saciaron. Jesús llena nuestro corazón y nuestra vida con su amor, son su perdón, con su compasión. Jesús permitió a sus discípulos seguir su orden. De este modo saben el camino a recorrer: saciar al pueblo y mantenerlo unido; es decir, estar al servicio de la vida y de la comunión. Invoquemos pues al Señor, para que haga siempre a su Iglesia capaz de este santo servicio, y para que cada uno de nosotros pueda ser instrumento de comunión en su familia, en el trabajo, en la parroquia y en sus grupos de pertenencia, un signo visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie solo o necesitado, de modo que desciendan la comunión y la paz entre los hombres y la comunión de los hombres con Dios, porque esa comunión es vida para todos.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.