En la Audiencia general de hoy el Santo Padre ha dicho que al mostrar paciencia con los que se equivocan imitamos la paciencia que Dios tiene con cada persona
Queridos hermanos y hermanas
He dedicado la catequesis de hoy a la obra de misericordia que nos pide «sufrir con paciencia los defectos del prójimo». En la Biblia, Dios se muestra como un Dios paciente y misericordioso, que soporta los lamentos de su pueblo. También Jesús fue paciente durante los tres años de su vida pública. Pensemos en el episodio de la madre de Santiago y Juan, que pidió para sus hijos que se sentaran uno a su derecha y otro a su izquierda en el Reino de los Cielos. Jesús, en cambio, aprovechó esa situación para enseñarles y corregirles.
Esta obra de misericordia espiritual está relacionada con otras dos: «corregir al que se equivoca» y «enseñar al que no sabe». Supone un gran esfuerzo ayudar a otros para que crezcan en la fe y caminen en la vida. La exigencia de aconsejar, amonestar y enseñar no nos ha de llevar a considerarnos mejores que los demás, sino, más bien, nos impulsa a entrar en nosotros mismos para verificar si somos coherentes con lo que pedimos a los demás.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Les animo a poner en práctica las obras de misericordia, corporales y espirituales, para que todos puedan experimentar la presencia y ternura de Dios en sus vidas.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Dedicamos la catequesis de hoy a una obra de misericordia que todos conocemos muy bien, pero que tal vez no ponemos en práctica como deberíamos: soportar pacientemente a las personas molestas. Que las hay, ¿eh? Todos somos muy buenos para identificar una presencia que puede molestar: sucede cuando encontramos a alguno por la calle, o cuando recibimos una llamada telefónica... Enseguida pensamos: “¿Cuánto tiempo tendré que oír las quejas, las murmuraciones, las peticiones o las jactancias de esta persona?” Sucede también, a veces, que las personas fastidiosas son las cercanas a nosotros, más cercanas, incluso: entre los parientes siempre hay alguno; en el puesto de trabajo no faltan; y tampoco en el tiempo libre estamos exentos. ¿Qué debemos hacer con las personas molestas? Pero, también nosotros muchas veces somos molestos a los demás, ¿no? También nosotros… ¿Por qué entre las obras de misericordia se ha incluido también esta: soportar pacientemente a las personas molestas?
En la Biblia vemos que Dios mismo debe usar misericordia para soportar las quejas de su pueblo. Por ejemplo, en el libro del Éxodo el pueblo resulta verdaderamente insoportable: primero llora porque es esclavo en Egipto, y Dios lo libera; luego, en el desierto, se lamenta porque no hay de comer (cfr. 16,3), y Dios manda las codornices y el maná (cfr. 16,13-16), y a pesar de esto las quejas no cesan. Moisés hacía de mediador entre Dios y el pueblo, e incluso él alguna vez habrá resultado molesto para el Señor. Pero Dios tuvo paciencia y así enseñó a Moisés y al pueblo también esa dimensión esencial de la fe.
Viene pues espontánea una primera pregunta: ¿alguna vez hacemos examen de conciencia para ver si también nosotros, a veces, podemos resultar molestos a los demás? Es fácil señalar con el dedo los defectos y las faltas ajenas, pero debemos aprender a meternos en el pellejo de los demás.
Miremos sobre todo a Jesús: ¡cuánta paciencia debió tener en los tres años de su vida pública! Una vez, mientras estaba de camino con los discípulos, lo paró la madre de Santiago y Juan, y le dijo: «Di que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino» (Mt 20,21). La madre haciendo un lobby por sus hijos, ¿verdad? Era la madre… Y también de esa situación Jesús aprovecha para dar una enseñanza fundamental: el suyo no es un reino de poder, no es un reino de gloria como los terrenos, sino de servicio y entrega a los demás. Jesús enseña a ir siempre a lo esencial y a mirar más lejos para asumir con responsabilidad la propia misión. Podemos ver aquí el reclamo a otras dos obras de misericordia espirituales: la de amonestar a los pecadores y la de enseñar a los ignorantes. Pensemos en el gran empeño que se puede poner cuando ayudamos a las personas a crecer en la fe y en la vida. Pienso, por ejemplo, en los catequistas −entre los cuales hay tantas madres y tantas religiosas− que dedican tiempo a enseñar a los niños los elementos basilares de la fe. ¡Cuánta fatiga, sobre todo cuando los niños preferirían jugar más que escuchar el catecismo!
Acompañar en la búsqueda de lo esencial es bonito e importante, porque nos hace compartir la alegría de gustar el sentido de la vida. A menudo nos pasa que encontramos personas que se quedan en las cosas superficiales, efímeras y banales; a veces porque non han encontrado a nadie que le estimulase a buscar otra cosa, a apreciar los verdaderos tesoros. Enseñar a mirar lo esencial es una ayuda determinante, especialmente en un tiempo como el nuestro que parece haber perdido la orientación y seguir satisfacciones de corto alcance. Enseñar a descubrir qué quiere el Señor de nosotros y cómo podemos corresponder significa poner en la senda para crecer en la propia vocación, la senda de la verdadera alegría. Así las palabras de Jesús a la madre de Santiago y Juan, y luego a todo el grupo de los discípulos, indican la vía para evitar caer en la envidia, en la ambición, en la adulación, tentaciones que están siempre al acecho también entre los cristianos. La exigencia de aconsejar, amonestar y enseñar no nos debe hacer sentir superiores a los demás, sino que nos obliga ante todo a recapacitar para comprobar si somos coherentes con lo que pedimos a los demás. No olvidemos las palabras de Jesús: «¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?» (Lc 6,41). Que el Espíritu Santo nos ayude a ser pacientes para soportar y humildes y sencillos al aconsejar. Gracias.
El próximo domingo, 20 de noviembre, se celebrará la Jornada mundial de los derechos de la infancia y de la adolescencia. Apelo a la conciencia de todos, instituciones y familias, para que los niños sean siempre protegidos y su bienestar sea tutelado, para que no caigan nunca en formas de esclavitud, reclutamiento en grupos armados y maltratos. Espero que la Comunidad internacional pueda vigilar su vida, garantizando a cada niño y niña el derecho a la escuela y a la educación, para que su crecimiento sea sereno y miren con confianza al futuro.
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En el inminente fin del Jubileo Extraordinario, que cada uno recuerde lo importante que es ser Misericordiosos como el Padre y que el amor a los hermanos nos haga más humanos y más cristianos.
En el mes de noviembre la liturgia nos invita a la oración por los difuntos. No olvidemos a quienes nos han amado y nos han precedido en la fe, así como a aquellos de los que nadie se acuerda: el sufragio en la Celebración Eucarística es la mejor ayuda espiritual que podemos ofrecer por sus almas. Recordemos con particular afecto a las víctimas del reciente terremoto en el Centro de Italia: pidamos por ellos y por sus familiares y sigamos siendo solidarios con lo que han padecido daños.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.