San José, padre putativo de Jesús

Imprimir
Escrito por P.P. Francisco
Publicado: 07 Enero 2022

Nadie nace padre, sino que se hace.

Hoy meditaremos sobre san José como padre de Jesús. Los Evangelistas Mateo y Lucas lo  presentan  como padre  putativo de Jesús y no  como padre biológico. Mateo lo precisa, evitando la fórmula “engendró”, utilizada en la genealogía para todos los antepasados de Jesús; pero  lo define como «el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (1,16). Mientras que Lucas lo afirma diciendo que era padre de Jesús «según se creía» (3,23), es decir, aparecía como padre.

Para comprender la  paternidad  putativa  o legal  de José, es  necesario  tener  presente que antiguamente en Oriente era muy frecuente, más de lo que es en nuestros días, la institución de la adopción. Pensemos en el caso común en Israel del “levirato”, así formulado en el Deuteronomio: «Si varios hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado  se llegará a ella, ejercerá su levirato tomándola por esposa, y el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su hermano difunto; así  su nombre no se  borrará de  Israel» (25,5-6). En  otras  palabras, el padre de ese hijo es  el cuñado, pero  el padre legal sigue siendo el difunto, que atribuye al neonato todos los derechos hereditarios. El objetivo de esta ley era doble: asegurar la descendencia al difunto y la conservación del patrimonio.

Como padre oficial de Jesús, José ejerce el derecho de imponer el nombre al hijo, reconociéndolo jurídicamente. Jurídicamente es el padre, pero no generativamente, no lo engendró.

Antiguamente, el nombre era el  compendio de  la  identidad  de una persona. Cambiar el nombre significaba cambiarse a sí mismo, como en el caso de Abram, cuyo nombre  Dios  cambia  en  “Abraham”,  que  significa  “padre  de muchos”, «porque –dice el Libro del Génesis– serás padre de una muchedumbre de pueblos» (17,5).  Y Jacob, que es llamado “Israel”, que  significa “el que lucha con Dios”, porque luchó con Dios para obligarlo a darle la bendición (cfr. Gn 32,29; 35,10).

Pero sobre todo dar el nombre a alguien  o a  algo  significaba  afirmar la propia autoridad sobre lo que era denominado, como hizo Adán cuando dio un nombre a todos los animales (cfr. Gn 2,19-20).

José sabe ya que para el hijo de María hay un nombre preparado por Dios ―el nombre a Jesús se lo da el verdadero padre de Jesús, Dios― el nombre “Jesús”, que significa “El Señor salva”, como le explica el Ángel: «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Este aspecto particular de la figura de José nos permite hoy hacer una reflexión sobre la paternidad y la maternidad. Y esto creo que es muy importante: pensar en la paternidad, hoy. Porque  vivimos  en una época de notoria orfandad. Es curioso: nuestra civilización es  un  poco  huérfana, y se siente esa orfandad. Que la figura de San José nos ayude a entender cómo se resuelve el sentido de orfandad que hoy nos hace tanto daño.

No basta con traer al mundo a un hijo para decir que uno es padre o madre. «Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él» (Patris corde). Pienso de modo particular en todos aquellos que se abren a acoger la vida a través de la vía de la adopción, que es una actitud muy generosa y hermosa. José nos muestra que este tipo de vínculo no es secundario, no es una alternativa. Ese tipo de elección está entre las  formas  más altas de amor y de paternidad y maternidad. ¡Cuántos niños en el mundo esperan que alguien cuide de ellos! Y cuántos cónyuges desean ser padres y  madres y  no lo  consiguen  por motivos biológicos; o, incluso teniendo ya hijos, quieren compartir el afecto familiar con quien no lo tiene. No hay que tener miedo de elegir la vía de la adopción, de asumir el “riesgo” de la acogida. Y hoy con la orfandad también hay  un cierto  egoísmo. El  otro  día,  hablaba sobre el invierno demográfico  que  hay hoy: la gente no quiere tener hijos, o solamente uno y nada  más. Y muchas  parejas  no  tienen  hijos  porque  no  quieren  o  tienen solamente uno porque no quieren más,  pero tienen  dos perros, dos gatos… Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos.  Sí, da  risa,  lo  entiendo,  pero es la realidad. Y ese renegar de la paternidad y la maternidad nos rebaja, nos quita humanidad. Y así la civilización se vuelve más vieja y sin humanidad, porque se  pierde  la  riqueza  de  la  paternidad y  de la maternidad. Y sufre la Patria, que no tiene hijos y ―como decía uno de manera un poco humorística― “y ahora que no hay hijos, ¿quién pagará los impuestos  para mi pensión? ¿Quién se hará cargo de mí?”: reía, pero es la verdad. Yo le pido a san José la gracia  de despertar las conciencias y pensar en esto: en tener hijos. La paternidad y la maternidad son la plenitud de la vida de una persona. Pensad en esto. Es cierto, está la paternidad espiritual  para  quien se consagra a Dios y la maternidad espiritual; pero quien vive en el mundo y se casa, debe pensar en tener hijos, en dar la vida, porque  serán ellos los que les  cerrarán  los ojos, lo  que  pensarán en su futuro. Y si no podéis tener hijos, pensad en la adopción. Es un riesgo, sí: tener un hijo siempre  es  un  riesgo,  tanto si es natural como si es adoptado. Pero  es  más  arriesgado  no  tenerlos. Más  arriesgado  es  negar la paternidad, negar la maternidad, tanto la real como la espiritual. A un hombre y una mujer que voluntariamente no desarrollan el sentido de la paternidad y de la maternidad, les falta algo principal, importante. Pensad en esto, por favor.

Espero que las instituciones estén siempre dispuestas a ayudar en este sentido de la adopción, vigilando con seriedad, pero también simplificando el procedimiento necesario para que se pueda cumplir el sueño de tantos pequeños que necesitan una familia, y de tantos esposos que desean entregarse en el amor. Hace tiempo escuché el testimonio de una persona, un doctor ―importante su labor― que no tenía hijos y con su mujer decidieron adoptar uno. Y cuando llegó el momento, les ofrecieron uno y les dijeron: “Pero no sabemos cómo irá la salud de este. Tal vez puede tener alguna enfermedad”. Y  él,  que lo había visto, dijo: “Si usted me hubiera preguntado esto antes de entrar, tal vez le hubiera dicho que no. Pero lo he visto: me lo llevo”. Este es el deseo de ser padre, de ser madre, también con la adopción. No temáis esto.

Rezo para que nadie se sienta privado de un vínculo de amor paterno. Y los que están enfermos de orfandad, que vayan adelante sin este sentimiento tan feo.  Que san José pueda ejercer su protección y su ayuda sobre los huérfanos; e interceda por las parejas que desean tener un hijo. Por eso, recemos juntos:

San José,

tú que has amado a Jesús con amor de padre,

hazte cercano a tantos niños que no tienen familia

y desean un padre y una madre.

Sostén a los cónyuges que no consiguen tener hijos,

ayúdalos a descubrir, a través de ese sufrimiento, un proyecto más grande.

Haz que a nadie le falte una casa, un vínculo,

una persona que cuide de él o de ella;

y sana el egoísmo de quien se cierra a la vida,

para que abra el corazón al amor. Amén.

P.P. Francisco, en vaticannews.va/es