La Inmaculada nos enseña que la perfección humana, que la dignidad de la mujer y del hombre, no está reñida con el dolor
Coincidiendo con la fiesta de la Inmaculada, patrona de España, he visto la taquillera película de Barbie. En esta se plantean cuestiones muy actuales, pero sin encontrar solución alguna. Es normal que sea así, sin trascendencia alguna y, sin mirar hacia arriba, pocas cosas tienen sentido.
Barbie quiere ser perfecta; en su mundo -Barbieland- todas han de ser perfectas e inmaculadas. No se acepta ningún defecto; cuando, por pensar en la muerte, deja de andar de puntillas, caminando con los pies planos y descubre que también tiene celulitis, al resto de los habitantes les entra el vómito. La Barbie estereotípica se escapa entonces al mundo real para poder hablar con su creadora.
El film plantea el empoderamiento de la mujer, el patriarcado, la dependencia de la opinión de los demás, los estereotipos de la mujer y del varón, la muerte, el riesgo de ser diferente… Salen a colación, cuestiones ideológicas que hacen mucho daño a la sociedad. Se plantea el feminismo desde la visión marxista de la lucha de clases, con el enfrentamiento, con planteamientos de poder, que no hace más que empeorar el problema, defendiéndose con el ataque y no con el diálogo, con la razón.
María, que sí es la mujer perfecta, la Inmaculada, tiene un enfoque totalmente diferente. Sabedora de su grandeza, porque así la ha hecho Dios, no tiene otro deseo que el de agradecer todo lo recibido sirviendo. Se llama así misma esclava, porque entiende que el valor de las personas está en ser útiles, en contribuir al bien de los demás, solo así se realizan, crecen, se ponen en valor.
En esta segunda semana de Adviento, en este preparar la pronta venida del Salvador, leemos: “Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: Aquí está vuestro Dios”. El Creador nos invita a fijarnos en María, al elegirla como madre suya, nos la propone como modelo de mujer. Ninguna criatura humana tiene mayor dignidad, perfección, misión más elevada. Ningún humano ha sido tan alabado, cantado, honrado.
La Inmaculada nos enseña que la perfección humana, que la dignidad de la mujer y del hombre, no está reñida con el dolor, con la incomprensión, con el trabajo, con la contrariedad e, incluso, con la falta de reconocimiento. Todos tenemos una misión, una tarea importante, un papel insustituible. Cada una y cada uno deberíamos ver al otro como un don, como alguien valioso, esté sano o enfermo, sea joven o anciano, de una cultura o de otra, de cualquier extracto social. Todos hijos de Dios.
Hoy podemos fijarnos en el precioso papel de la mujer en la sociedad, reconocer su inmensa valía, aplaudir su talento y riqueza. Hacerlo sin confrontación, sin la búsqueda de protagonismos, sin mentalidad economicista: no se vale por lo que se hace, sino por lo que se es.
En 1995 san Juan Pablo II se dirigió a las mujeres del mundo entero y lo hizo en primer lugar dando las gracias: “Te doy gracias mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer!”, por su entrega, que es “linfa vital de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros”, por el cuidado de la humanidad “con la intuición propia de tu femineidad”, por la atención del otro, enriqueciendo “la comprensión del mundo” e iluminando con ello “la plena verdad de las relaciones humanas”.
Isabel Sánchez Serrano dice, en Mujeres Brújula en un bosque de retos, que le encantaría “que este libro provocase diálogos, que estimulase conversaciones entre amigos sobre temas tan relevantes como la educación, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la consecución de la paz, el cuidado del planeta y el deseo de Dios. Son cuestiones universales que nos afectan a todos, de las que todos somos protagonistas.
No es que yo tenga la solución ni las respuestas que, por otro lado, no son únicas ni simples. Más bien quiero abrir interrogantes para mover a escucharnos, a trabajar juntos, superando antagonismos o posturas contrapuestas. Huyo del discurso polarizado; quiero buscar lo que une. Creo firmemente en la amistad como valor social.
El contexto actual se expresa con cierta frecuencia en un tablero antagónico donde juegan todos contra todos: hombres contra mujeres, razas contra razas, culturas contra culturas, religiones contra religiones. Al final, yo contra ti, siempre y en todo, como punto de partida.
El propósito de este libro es tender puentes, no levantar muros. No crear islas. Salir en busca del otro (incluido Dios), sin etiquetas, sin prejuicios, con apertura. Pero si no podemos compartir verdades y acrecentarlas, anulamos el valor del diálogo”.
Estos días de preparación de la Navidad acompañamos a la Virgen Madre y agradecemos a Dios en Ella el don de la mujer, su talento, su papel en el mundo, haciéndolo más amable y delicado. Especialmente su generosidad sin límites en la transmisión y cuidado de la vida.
Juan Luis Selma en eldiadecordoba