Para estar más cerca del paraíso, busquemos la unidad, aprendamos el oficio de unir, de sumar
Para los cristianos, el cielo o paraíso es la morada final de los justos, un lugar de unión con Dios y los santos, un estado de felicidad y paz eternas. Allí no hay sufrimiento, dolor ni muerte. Es la meta a la que todos aspiramos: paz y armonía, luz y verdad, amor infinito, sosiego y descanso.
En una ocasión, un joven me preguntó por qué hay tanto sufrimiento en el mundo, por qué existe tanta injusticia. La respuesta es la ausencia de amor, de Dios. Los hombres, con frecuencia, preferimos alejarnos del Paraíso, de la tutela y el cuidado de Dios, buscando nuestra propia autonomía. Queremos ser el centro, tomar nuestras propias decisiones, fiarnos de nuestras escasas luces. A corto plazo, esto causa sufrimiento y dolor. Es una ruptura que nos desgarra: recordemos la tortura del potro.
San Josemaría advertía: "Si transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados —amar y alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo—, los más brillantes intentos se tornan en traiciones, e incluso en vehículos para envilecer a las criaturas".
Hoy vemos al Señor subir al cielo: "Los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo".
Este mundo, don precioso de Dios, ya no será su morada. Tampoco es nuestra casa permanente; estamos llamados al paraíso. Mientras llega ese momento, debemos procurar que nuestros hogares y los de todo el mundo sean lo más parecidos posible al cielo.
San Josemaría también afirma: "En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día."
Pienso en la unión y la armonía como ingredientes esenciales del Paraíso. Para estar más cerca de él, busquemos la unidad, aprendamos el oficio de unir, de sumar, de evitar todo aquello que nos separa de los nuestros y de Dios.
Una de las prioridades de León XIV es la unidad. Hace unos días lo recalcaba a la Curia romana: "Por lo tanto, si todos estamos llamados a cooperar en la gran causa de la unidad y del amor, tratemos de hacerlo, ante todo, con nuestro comportamiento en las circunstancias de cada día, comenzando con el ambiente laboral. Cada uno puede ser constructor de unidad con sus actitudes hacia los colegas, superando las inevitables incomprensiones con paciencia, con humildad, poniéndose en el lugar del otro, evitando los prejuicios y también con una buena dosis de humorismo, como nos enseñó el Papa Francisco".
Cuando nos sentimos superiores, con derecho a juzgar, miramos mal a los demás y los menospreciamos. Esta sensación de superioridad puede estar relacionada con un mecanismo de defensa para ocultar inseguridades o con una necesidad de reconocimiento. Esto nos hace frágiles y falsos, egoístas.
En casa podemos aplicar el consejo que la fallecida teóloga Yutta Burggraf daba para el ecumenismo: "Purificar el propio corazón, para que el otro verdaderamente pueda tener sitio dentro de él. Si tengo prejuicios o recelos, cualquiera que entre en ese recinto recibirá un golpe rudo. Tenemos que crear un lugar para los demás en nuestro interior. Debemos ofrecerles nuestro corazón como un espacio hospitalario, donde puedan encontrar mucho respeto y comprensión".
Con la ayuda de Dios podemos crecer en humildad, mirar al otro como igual, comprender y perdonar, reconocer nuestras debilidades y pecados, buscar lo que une, la armonía. Así, no solo nos vamos ganando el cielo, sino que lo vamos anticipando en la tierra. Hay una estrecha relación entre cielo y tierra, entre lo divino y lo humano: ambos interactúan.
"Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban continuamente en el Templo bendiciendo a Dios". Esta alegría, a pesar de ver alejarse a su Maestro, está fundamentada en la certeza de que sigue con ellos, como está con nosotros.
Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es