San Josemaría y la aventura de la libertad

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Escrito por Mariano Fazio
Publicado: 30 Junio 2025

La aventura que Dios ofrece a todo ser humano es la de responder afirmativamente al riesgo de comprometer nuestra libertad para amarle y por Él, amar a los demás. Es de ahí, de una respuesta personal, de donde surgía la alegría de vivir de san Josemaría

Se cumplen hoy 50 años del fallecimiento de san Josemaría. Le conocí un año antes de su muerte, en 1974 en Buenos Aires, en una reunión para jóvenes durante uno de sus viajes a América. Me había invitado un amigo. Llegué a la reunión esperando encontrar una «persona importante» y salí con un nuevo horizonte existencial que inspiraba fundamentos más profundos en mi vida. Vi en aquel sacerdote español a un amigo que transmitía alegría y felicidad.

Años después, una persona me comentó que se sentía como un «aventurero sin aventura», que soñaba con algo grande en su vida y que no encontraba ese «algo». Lo que hacía no le llenaba y le parecía rutinario e insuficiente… en una búsqueda inquieta de porqués, de sentido. Entonces caí en la cuenta de que quizá, en aquel encuentro de 1974, entré como un «aventurero» y salí con «aventura». La aventura que Dios ofrece a todo ser humano es la de responder afirmativamente al riesgo de comprometer nuestra libertad para amarle y por Él, amar a los demás. Es de ahí, de una respuesta personal, de donde surgía la alegría de vivir de san Josemaría y la de todos los que, con sus límites y errores, tratan de amar a Dios.

En palabras del santo: «me gusta hablar de la aventura de la libertad, porque así se desenvuelve vuestra vida y la mía. Libremente —como hijos, insisto, no como esclavos—, seguimos el sendero que el Señor ha señalado para cada uno de nosotros. Saboreamos esta soltura de movimientos como un regalo de Dios» (Amigos de Dios, 35).

La humanidad de hoy sigue buscando a Dios, muchas veces a tientas. El consumismo, la ambigua identidad online, los contactos impersonales, los proyectos vitales centrados en el yo, donde convertimos a los demás en escalones para lograr un objetivo o en remedios afectivos, no dan respuestas suficientes. Algo querrá decir que en la última Vigilia Pascual se hayan bautizado 12.000 personas en Francia, unos 7.000 adultos y 5.000 adolescentes, y el fenómeno se repite cada año también en otros países.

Ante a la creencia extendida de que Dios se presenta a la mujer y al hombre contemporáneos como un adversario que desea arrebatarle la libertad, limitarle y hacerle infeliz, la realidad es que sólo en Él encontramos la plenitud de sentido y la están encontrando miles de jóvenes de una generación que ha crecido en sociedades donde Dios es, como mucho, un recuerdo del pasado o una nota a pie de página.

Antes de que con nuestra libertad amemos a Dios, Él ya nos está esperando y nos ha amado primero comprometiendo su libertad. Nos ha enviado a Jesucristo y nos ha hecho hijos de Dios. Esta es una realidad tan potente que puede llenar el corazón y la vida de cualquier persona, porque implica que nadie queda fuera de su amor. «No lo olvidéis —decía san Josemaría— el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima» (Amigos de Dios, 26).

León XIV, en su primer discurso en la Plaza de San Pedro, hablaba de la «paz desarmada y desarmante» de Cristo resucitado. Pensaba también en ese Cristo, torturado y ultrajado, mostrado por Pilatos ante el pueblo antes de ser crucificado. Es el Eccehomo, que desarma también hoy, 2000 años después, tantos corazones porque Jesús, libremente está muriendo por amor para hacernos libres a nosotros.

San Josemaría se consideraba el «último romántico», porque —afirmaba— «amo la libertad personal de todos —la de los no católicos también». Y continuaba: «Amo la libertad de los demás, la vuestra, la del que pasa ahora mismo por la calle, porque si no la amara, no podría defender la mía. Pero esa no es la razón principal. La razón principal es otra: que Cristo murió en la Cruz para darnos la libertad, para que nos quedáramos en la libertad y la gloria de los hijos de Dios».

Los 50 años del fallecimiento de Josemaría Escrivá son motivo de gratitud personal, y una invitación a redescubrir el carácter radicalmente libre y amable del ideal cristiano: el verdadero amor solo es posible desde la libertad, «sin coacción alguna, porque me da la gana, me decido por Dios» (Amigos de Dios, 35).

Mariano Fazio en eldebate.com