Juventud divino tesoro: don y tarea

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Escrito por José Antonio García-Prieto Segura
Publicado: 30 Julio 2025

“Yo, ¿para qué estoy aquí en este mundo?”, o “¿qué sentido tiene mi vida?”.

          El actual Jubileo de la Juventud me ha hecho recordar el poema de Rubén Darío, del que sus tres primeras palabras aparecen en el título de este artículo. Ofreceré algunas consideraciones combinando ese divino tesoro con la alegría de los miles de jóvenes que llenan hoy las calles de Roma.

          Acertó plenamente el poeta al calificarla como “divino tesoro”, pero no al considerarla algo caduco y pasajero, al proseguir: "… ¡ya te vas para no volver!". Algunos conocen este poema como "Canción de Otoño en Primavera”, porque muestra el ocaso y nostalgia de una juventud periclitada. Si así fuera, sobraría lo de “divino” porque tal atributo, en cuanto propio de Dios, es eterno y no pasa. Por tanto, si tiene carácter divino significa que encierra un algo llamado a permanecer para mantenerse viva y participar de la eterna juventud de Dios, que es amor imperecedero.

          Rubén Darío le cortó así las alas al reducirla a su exclusiva dimensión temporal, que ciertamente la tiene como muestra la definición del diccionario: “Período de la vida humana que precede inmediatamente a la madurez”; llegada ésta, por tanto, concluye. Sin embargo, tenemos experiencia de que no perecen las posibilidades que encierra, llamadas a madurar, proyectarse en el futuro y permanecer hasta la muerte. De ahí que el diccionario amplíe y trascienda esa primera dimensión de la juventud, al decirnos que también es: “Energía, vigor, frescura”; los considero conceptos con “marcha”, que suenan bien y aplicados al espíritu superan la caducidad del tiempo. Son realidades en el corazón de todo chico o chica joven, que no se agostan si aprenden lo que es un amor verdadero, y se deciden a mantenerlo vivo en el trascurso del tiempo.         

          Esos principios -vigor, frescura, energía- apuntan a informar la actitud y valores interiores de los jóvenes para, bien encauzados, proyectarse en un futuro enriquecedor que los rejuvenezca. Aparecen en los jóvenes a partir de sus 14 ó 15 años, pero son eso: capacidades, semillas de “eterna juventud” que deben germinar y cultivarse; si no, encontraremos jóvenes prematuramente “viejos” por dentro; y en el caso opuesto, veremos personas mayores de 80 ó 90 años con espíritu joven, como refleja Leopoldo Abadía en el título y contenido de su libro: “Yo de mayor quiero ser joven”. Aunque ya lo dice todo, lo remachó con este subtítulo: “Reflexiones de un chaval de 82 años”. 

          La juventud con sus problemas y elementos integrantes no es tema que se despache en cuatro líneas. Por eso, me limitaré a breves ideas en torno al porqué la juventud es “don” y “tarea”.  Aunque suene a perogrullada, es “don” porque nadie se ha dado la vida a sí mismo y, por idéntica razón, tampoco la juventud. Es regalo enraizado a su vez en el de la vida, recibida de nuestros padres. Pero si no cortamos la cadena y llegamos hasta el principio, es también y principalmente un don recibido de Dios; solo así podemos decir en verdad: “juventud divino tesoro”.

          ¿Qué valores contiene para apreciarlos y enriquecerlos después con el esfuerzo y tarea personal? Es pregunta inseparable de esta otra que, con mayor o menor lucidez, nos hemos hecho al llegar la juventud: “yo, ¿para qué estoy aquí en este mundo?”, o “¿qué sentido tiene mi vida?”. No son interrogantes filosóficos, sino íntimos y existenciales que el chico o chica joven se formulan sin necesidad de palabras. Son como relámpagos o pálpitos espontáneos de la cabeza y del corazón; preguntas más allá de toda visión superficial de una juventud, percibida solo como la del animalito que retoza y salta sin más compromisos.

          Son interrogantes que brotan de la necesidad de amar y ser amados; o, en otras palabras, del anhelo de ofrecerse limpiamente como don -en distintos grados y medida- a personas o proyectos que se vislumbran en esos años de juventud. Aparecen así metas esperanzadamente gozosas, como fundar un hogar, ejercer una profesión satisfactoria, mejorar el bienestar y convivencia social de otras personas, mantener amistades mutuamente enriquecedoras, etc. Un ofrecimiento, en fin, de la propia vida, del que se espera análoga correspondencia por parte de las personas o proyectos a los que el chico o chica joven han decidido entregarse.    

          Este amplio horizonte divisado desde la cima de la juventud se enriquece aún más, si lo contemplan los seguidores de Cristo. Entonces, como en Jesús convivían la eterna juventud del Amor por ser Dios y, a la vez, los anhelos y metas temporales por ser hombre, los jóvenes cristianos compartirán con Él su tesoro divino. Y lo saborearán en la comunión eucarística como Cristo nos dice: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (…); permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 54.56): promete una juventud eterna en el tiempo. Esto es lo que explica el júbilo del casi un millón de jóvenes en Roma durante estos días.

          El Papa León XIV se encontrará con ellos el 2 de agosto, y sin duda los animará a hacer fructificar ese tesoro divino, y a hacerlo conocer entre aquellos que aún no lo hayan descubierto. Ya se ha dirigido con anterioridad a la juventud; a propósito del trabajo en la viña del Señor, les pedía: “Quisiera decir, especialmente a los jóvenes, que no esperen, sino que respondan con entusiasmo al Señor que nos llama a trabajar en su viña. ¡No lo pospongas, arremángate, porque el Señor es generoso y no te decepcionará! Trabajando en su viña, encontrarás una respuesta a esa pregunta profunda que llevas dentro: ¿qué sentido tiene mi vida?” (Audiencia 4-VI-25).

          También se dirigió en un video mensaje a los jóvenes de Chicago, su ciudad natal, invitándoles a compartir el amor de las tres Personas divinas; y a abrir sus corazones “a ese anhelo de amor en nuestras vidas, a buscar la verdad y a encontrar las formas de hacer con nuestras propias vidas algo para servir a los demás”. Así, podrían ser “faros de esperanza” en un mundo a menudo agobiado por la división y la desesperación (Videomensaje, 14-VI-25). En el actual Jubileo avivarán los anhelos de contribuir desde el lugar donde se formen y residan, a la paz y alegría en todo el mundo.

          Termino con un toque de humor: soy afortunado al poder tratar a bastantes personas de edad avanzada, que tienen la actitud y espíritu joven reflejados en el libro de Leopoldo Abadía. Y ya puestos me permito parafrasearlo diciendo que este artículo lo ha escrito uno que, a sus 87 años, también quiere seguir siendo joven.

José Antonio García-Prieto Segura en elconfidencialdigital.com