Tener fe no es algo meramente social; no es simplemente ir a misa, ni una realidad cultural o sociológica; es dejarse transformar por el amor de Cristo
¿Hay más fe ahora que en el siglo pasado? Aunque antes el cristianismo era omnipresente -religión en las escuelas, bautizos, bodas por la Iglesia-, eso no siempre se traducía en una vivencia profunda. En mi pueblo, por ejemplo, yo era el único joven que comulgaba. Hoy, curiosamente, más jóvenes participan en misa. ¿Qué pasó con aquella fe? ¿La entendimos realmente?
Tener fe no es algo meramente social; no es simplemente ir a misa, ni una realidad cultural o sociológica. Tampoco consiste en practicar una serie de rituales religiosos. Los romanos y los griegos eran “muy religiosos”: tenían multitud de dioses y templos, y no hacían nada sin consultar a los augures. En la antigua Roma, los lares domestici eran dioses protectores del hogar y la familia, considerados como espíritus ancestrales y guardianes del ámbito doméstico. Eran adorados en altares o capillas llamadas lararios y recibían ofrendas y oraciones para asegurar la prosperidad y la felicidad familiar.
La fe no es superstición, ni simplemente reconocer que somos frágiles y necesitamos ayuda desde lo alto. Dice la epístola a los Hebreos: “La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve… Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: Isaac continuará tu descendencia. Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac”. La fe es seguridad, es luz en las tinieblas, es certeza de ser amado, es confianza en un destino mejor. Es amistad con mi Padre Dios.
Cuando sabemos de dónde venimos y a dónde vamos, cuando hemos experimentado el amor de Dios, cuando hemos tenido un encuentro con Jesús, cuando vemos que podemos volar y que nuestros sueños se realizan, cuando experimentamos la alegría del perdón y sentimos que estamos vivos y tenemos ganas de vivir… cuando somos felices a pesar de nuestros límites y las miserias de quienes nos rodean, tenemos fe.
La fe no es un logro personal: es un don. Mucha gente honrada y buena dice que envidia a los que tienen fe, que les gustaría tenerla. Si no has tenido esa suerte, no desesperes. Haz el bien, ama, busca la verdad y vive en la luz. Verás como, sin darte cuenta, la recibirás.
Sin esperanza y amor, que siempre acompañan a la fe, es muy difícil vivir. Pero esta vida tan bonita tiene también sus oscuridades: momentos duros, interrogantes, dolor y pecado. Decía León XIV -citando a Francisco- a los jóvenes: “No nos alarmemos si nos sentimos sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido. ¡No estamos enfermos, estamos vivos!”. La fe es luz en la oscuridad, es aliento y alimento. Pero hay que caminar, hay que luchar, hay que decidir y apostar, hay que renunciar. Todo eso es señal de que estamos vivos, de que somos humanos, caminantes, peregrinos. Ya llegaremos a la Patria definitiva.
Abrahán no entendía nada cuando se vio en la tesitura de tener que sacrificar lo que más quería: su hijo único, su esperanza. Pero confió en Dios. Tomemos nuestras decisiones con la certeza y la confianza en la bondad de Dios. Podemos fiarnos de Él.
Decía el Papa en la Vigilia de Tor Vergata: “Queridos jóvenes, Jesús es el amigo que siempre nos acompaña en la formación de nuestra conciencia. Si realmente quieren encontrar al Señor resucitado, escuchen su palabra, que es el Evangelio de la salvación. Reflexionen sobre su forma de vivir, busquen la justicia para construir un mundo más humano. Sirvan a los pobres y den testimonio así del bien que siempre nos gustaría recibir de nuestros vecinos. Estén unidos a Jesucristo en la Eucaristía. Adoren a Cristo en el Santísimo Sacramento, fuente de vida eterna. Estudien, trabajen y amen siguiendo el ejemplo de Jesús, el buen Maestro que siempre camina a nuestro lado”.
Así, la fe no es solo creer: es vivir. Es dejarse transformar por el amor de Cristo, caminar con Él, y descubrir que, incluso en medio de la oscuridad, hay luz, sentido y esperanza.
Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es