Espiritualidad y fe

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Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 06 Octubre 2025

La fe es una luz nueva que da sentido a todo, una fuerza que eleva y transforma

Aunque estamos inmersos en un océano de materialidad –consumo y más consumo–, se percibe un despertar espiritual en el mundo occidental. Se busca una forma de trascendencia en la contemplación de la naturaleza, en los retiros, en las peregrinaciones –como el Camino de Santiago–. Se exploran prácticas como la meditación, el mindfulness, el yoga o el reiki. Surge una espiritualidad cada vez más vinculada con la ecología profunda, el cuidado del alma y del planeta. Pero a menudo es una espiritualidad sin trascendencia.

El término “espiritual”, que tiene su origen en la religión, puede incluso volverse contra ella. Muchos se identifican como “espirituales, pero no religiosos”. En numerosos ambientes, Dios no tiene cabida, y menos aún las religiones, especialmente la católica. Parece como si Dios y la cultura, o Dios y la ciencia, fueran incompatibles. Lamentablemente, lo que recogen los medios son los escándalos de la Iglesia.

El estudio Footprints, presentado en Roma en 2025, muestra que más del 50% de los jóvenes en países como España, Reino Unido o México han experimentado un aumento en su interés espiritual en los últimos cinco años. Llama la atención el poder de convocatoria que tienen ciertos eventos religiosos entre la juventud: las JMJ, el Jubileo de los jóvenes, los retiros y peregrinaciones, los movimientos, las adoraciones eucarísticas; incluso la frecuencia de la confesión y la participación en la Eucaristía.

¿Qué entendemos por fe? Narra el Evangelio: “Los apóstoles le dijeron al Señor: –Auméntanos la fe. Respondió el Señor: –Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería”.

La fe no es –como ha dicho el Papa León XIV– cumplir “deberes religiosos”. Es un encuentro amoroso con Jesús. Es un nuevo modo de vivir la vida: caminar con el Otro, dejarse interpelar por Él, hacer las cosas juntos. Es una luz nueva que da sentido a todo. Una fuerza que eleva y transforma. Un salir de uno mismo.

Comentaba un joven que, ahora que cree, todo tiene sentido. Antes se esforzaba por hacer las cosas, pero siempre se topaba con un muro infranqueable. Se sentía solo, desanimado, impotente. La fe mueve montañas. Benedicto XVI lo decía con claridad: “La fe no es una teoría, una opinión sobre Dios. Es un encuentro que toca el corazón, que transforma la vida”.

¿Tiene sentido una espiritualidad sin fe, vaciada de Dios? Darse cuenta de que no somos mera materia es ya un paso. Aunque no se dirija a un Dios, esta espiritualidad busca trascender el ego, el ruido interior y la superficialidad. Se vive como una apertura a lo más hondo del ser, al misterio que habita en lo cotidiano. Se reconoce que la vida tiene una dimensión misteriosa, que no todo puede ser explicado ni controlado. Esta actitud de humildad ante el misterio es profundamente espiritual.

Pero pienso, precisamente, que lo que nos impide abrirnos a Dios es la falta de humildad. Nos valoramos tanto que, en el fondo, creemos que nos bastamos solos, que somos dios.

Si sentimos la llamada a espiritualizarnos, si no nos conformamos con una espiritualidad de consumo, si queremos abrirnos a la trascendencia, lo suyo es buscar a Dios. ¿Qué falta cuando no hay Dios?

La alteridad absoluta: sin Dios, no hay un Otro que interpele, que llame, que desinstale al yo de su centro. La espiritualidad puede volverse una autoafirmación, no una entrega.

La gratuidad del sentido: en la fe, el sentido no se construye, se recibe. Es don, no proyecto. La espiritualidad sin Dios puede quedar atrapada en la lógica del esfuerzo, del perfeccionamiento, del control.

La esperanza: sin Él, la espiritualidad se limita al aquí y ahora. Puede ser profunda, sí, pero no promete redención, ni resurrección, ni comunión última. Es una espiritualidad sin futuro.

La comunión: la fe en Dios abre a una relación que no es solo interior, sino interpersonal, eclesial, abierta a todos. Sin Dios, la espiritualidad puede volverse solitaria, incluso elitista.

La fe no anula la razón, no deshumaniza, no nos saca del mundo. Tener convicciones profundas no nos hace fundamentalistas; todo lo contrario. Invita al diálogo, al encuentro con el otro; ayuda a ver lo bueno que tiene y asumirlo. Nos permite navegar con mayor profundidad por los mares de la ciencia y la cultura. Quien cree, hace suyos los sentimientos del Creador: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno”.

Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es