Byung-Chul Han: «Tengo la esperanza de que colapse el sistema, y va a pasar pronto»

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Escrito por Bruno Pardo Porto
Publicado: 10 Noviembre 2025

El filósofo atiende a la prensa en Oviedo días antes de recoger el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

Byung-Chul Han (Seúl, 1959) se sienta delante del micrófono, se ajusta el moño, sonríe y dice: «Buenos días. Nunca en mi vida he dado una rueda de prensa. No me gusta hablar en público, prefiero hablar conmigo mismo». Viste una camisa negra, una americana oscura y una juventud inesperada: no aparenta la edad de un jubilado, tal vez porque vive lejos del ruido, en una casa con jardín y dos pianos a las afueras de Berlín, donde se eleva. «Uno es un Steinway, el otro un Fazioli», precisa, con cierta coquetería, después de soltar que el piano del Hotel Reconquista de Oviedo es muy malo. «Y tengo hortensias, muchas hortensias, de todos los tipos, y flores de invierno. Mi jardín está florecido todo el año», continúa. El filósofo ha roto su silencio por el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, que recogerá este viernes. «También estoy aquí para dar las gracias a la prensa española. Sin sus artículos no hubiese sido posible este éxito en España, un éxito que no sé si es merecido». Hasta aquí las cortesías.

Para no gustarle hablar en público, Han da respuestas torrenciales. Asegura que la crisis de las sociedades occidentales le quita el sueño, por eso le ha dedicado buena parte de su obra. Acaba de entregar a su editor alemán un libro dedicado al respeto. «Ya no nos respetamos mutuamente, somos muy agresivos los unos con los otros, no aceptamos la opinión del otro; si no estamos de acuerdo con alguien lo declaramos enemigo. Ya no somos capaces de abrirnos a lo ajeno… Y el respeto es importante porque es el pegamento que mantiene unida a una sociedad. La democracia está basada en el respeto», explica. Ya está escribiendo un nuevo ensayo, este dedicado a la adicción: será el último, promete, de la serie que conforma su gran crítica a Occidente, y que empezó con 'La sociedad del cansancio'. «Tenemos adicción al consumo, al trabajo, al juego, a las redes sociales. Pensamos que somos libres, pero solo vamos de una dependencia a otra, de una adicción a otra. Tenemos una juventud enganchada completamente a las redes sociales. Y los jóvenes nunca han estado tan deprimidos y solos como ahora».

«Los jóvenes nunca han estado tan deprimidos y solos como ahora»

Han gesticula, golpea la mesa, invoca las ideas con las manos: se nota que es profesor. «Lo que me tortura en estos momentos es la crisis de las democracias liberales», asevera. Esa crisis se concreta en tres problemas. El primero es la ausencia de principios y valores, y por tanto de objetivos virtuosos a los que dirigirnos. «Nuestra política puede resolver problemas pero es incapaz de generar objetivos e ideales. Lo que tenemos son democracias vacías, porque el liberalismo no ha conseguido llenar esos huecos, no ha logrado generar un material simbólico. Por eso hoy las elecciones se han convertido en un ritual vacío. Por eso la democracia se agota en luchas de poder y los parlamentos se han convertido en teatros para la puesta en escena de los políticos». El problema, retoma, es que quienes están llenando estos vacíos son los populistas, los autócratas: Trump, Orban, la AfD en Alemania… «Está sucediendo en todo el mundo… El colapso es global. El segundo problema de esta crisis es la falta de hábitos democráticos, que es lo que sustenta la democracia, tal y como escribió Tocqueville. Tiene que ver con la ausencia de respeto, con la falta de confianza en los demás, con la pérdida de las costumbres democráticas, de las formas, de los ritos».

¿Y el tercero? «El tercero es la brecha entre ricos y pobres, que cada vez es más grande. El neoliberalismo ha generado muchos perdedores. Y esto genera rencor. Y también miedo, miedo al descenso social. En Corea del Sur los pobres se suicidan en masa. Tenemos la mayor tasa de suicidios del mundo», recuerda. Y de ahí pasa al dolor. «Para entender una sociedad hay que analizar cómo se relaciona con el dolor. Y nuestra relación es de rechazo total, por eso tenemos tanta dependencia de los analgésicos. Pero al final los analgésicos también provocan dolor. Es un hecho médico», sentencia. Y después: «Sin dolor no hay espíritu; el espíritu se genera a través del dolor». ¿Usted sufre dolor? «Tengo una cefalea extraña, la misma que Simone Weil: somos almas gemelas. Y produce un dolor en racimo, un dolor que se llama de suicidio, porque es el dolor máximo que uno puede soportar. Es un dolor de darte cabezazos contra la pared. El dolor del golpe te distrae. También Kafka tenía la misma cefalea... Pero cuando el dolor llega a un nivel determinado deja de ser dolor y se convierte en algo diferente del dolor mismo. Lo puedes llamar felicidad si quieres. En cualquier caso, es algo más elevado que el dolor».

Bruno Pardo Porto en abc.es