“Estamos cansados de hipocresía. Queremos ver gente auténtica, sólida”.
Dios está de moda. Y no sólo lo dice Rosalía. Tras décadas de secularización acelerada, se está produciendo un repunte del catolicismo en varios países del mundo. También en España. Y detrás están las nuevas generaciones
Hace unos días cené con un grupo de jóvenes. Teníamos pizzas y las sobras de un estupendo cocido. Me sorprendió ver que el cocido volaba mientras la pizza aguantaba. Uno de los comensales, tras el tercer plato, exclamó: “Es como el de mi abuela”. Apostaba por lo auténtico, lo sólido y tradicional, frente a lo efímero y volátil. Hay sed de verdad, de fundamentos, de autenticidad. Otro chico lo expresó con claridad: “Estamos cansados de hipocresía. Queremos ver gente auténtica, sólida”.
Estos días vemos cómo Dios y lo católico aparecen constantemente en los medios. Son “tendencia”, como se dice ahora: un patrón emergente que marca cómo se producen, distribuyen y consumen los contenidos. Es reflejo de cambios culturales, tecnológicos y sociales que transforman la forma en que nos informamos.
Nadie se lo explica del todo, y muchos titulares muestran su asombro. Por ejemplo: “Por qué los jóvenes vuelven a creer en Dios: A mí me ha ayudado mucho más la Iglesia que mi psicóloga”. Dios está de moda. Y no sólo lo dice Rosalía... Tras décadas de secularización acelerada, se está produciendo un leve repunte del catolicismo en varios países del mundo. También en España. Y detrás están las nuevas generaciones: “Nos hemos cansado de la sobredosis de superficialidad” (El Mundo).
Pablo Ginés comenta: “Rosalía arrasa en redes hablando de su deseo de Dios y diciendo que lee a autoras religiosas como Santa Hildegarda de Bingen o Simone Weil. La película Los Domingos triunfa en taquilla con la historia –de ficción, pero muy bien documentada– de una chica de 17 años que se plantea entrar en clausura. Los conciertos de Hakuna atraen multitudes (34.000 en Rivas, en septiembre). Jóvenes católicos se hacen influencers, y jóvenes influencers se hacen católicos. Los jóvenes hablan de su fe e inquietudes en redes; a los mayores les cuesta mucho más”.
Hoy, en la misa, leemos el pasaje del libro de los Macabeos que narra el valor de siete hermanos, animados por su madre, ante la muerte por no renunciar a su fe. Uno de ellos dice al rey: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
Hemos visto la constante persecución a Dios y a la Iglesia. Se han gastado ríos de tinta, montañas de celuloide, se ha ridiculizado a los creyentes. Hace tiempo se afirmó: “Dios ha muerto”, y muchos lo creyeron. Pero la tecnología, al facilitar la comunicación, ha colaborado en extender la fe y la verdad. Paradójicamente, lo que pensábamos que atontaba a los jóvenes, los está espabilando. Muchos encuentran respuesta a sus dudas y vacíos en canales cristianos, en testimonios compartidos en redes. Es como si se hubieran abierto las puertas de los templos.
Además, la juventud siempre ha sido rebelde. Me comentaba un chaval que la generación de sus padres les ha dejado un mundo hecho unos “zorros”: sin ideales, sin fe, sin población, sin trabajo... Un poco vehemente, pero acertado.
Quizás el ejemplo de fortaleza de los siete hermanos nos sorprenda o incluso escandalice. Si es así, indica lo pegados al terreno que estamos, lo débil que es nuestra fe y nuestras convicciones. Contrasta con la actitud de un joven matrimonio que está a punto de perder a su bebé recién nacido. Me decía su madre que, una vez bautizado, ya había cumplido su misión: llegar al cielo. Que la fe les confortaba profundamente en ese trance tan duro.
Muchos jóvenes se sienten saturados por la superficialidad de las redes sociales y el consumismo. Encuentran en la fe un espacio para explorar preguntas existenciales: el sufrimiento, el amor verdadero, la vocación, la trascendencia.
Hay deseo de autenticidad. La Iglesia, cuando se muestra vulnerable, abierta a las preguntas y cercana a la vida real, atrae. El papa León XIV lo expresó así: “La Iglesia se convierte en experta en humanidad si camina con la humanidad y lleva en su corazón el eco de sus preguntas”. En un mundo hiperconectado pero solitario, muchos jóvenes valoran los espacios donde pueden compartir, ser escuchados y construir vínculos reales. La Iglesia, cuando acoge sin juzgar, se convierte en hogar.
En Dios encontramos un amor incondicional, un horizonte de esperanza, una llamada a la misión: amor, perdón, sentido.
Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es