“El cristianismo, paradójicamente, debe secularizarse, ´desclericalizarse´, y comprender en toda su profundidad el sentido de la secularidad (…) mi apuesta es clara: secularicemos el cristianismo y cristianicemos el proceso de secularización”
Rafael Domingo Oslé, catedrático de derecho romano, siempre ha sido un jurista de amplios vuelos intelectuales que ayudan mucho a pensar nuestra sociedad con cabeza jurídica enriquecida por una perspectiva humanista y espiritual al sugerir la integración de elementos éticos, legales, filosóficos, históricos y teológicos en los análisis de nuestra época y sus problemas. Ahora publica El sentido del cristianismo. Espiritualidad y trascendencia ante la crisis de valores de Occidente (Ed. La esfera de los libros, 2025, 295 págs.). Obra muy sugerente y digna de ser leida… y meditada con calma; pues en ella el autor se plantea preguntas como las siguientes: ¿la era cristiana está llegando a su fin?, ¿tiene algo que decir el cristianismo al mundo actual?, ¿podrá sobrevivir Occidente sin el cristianismo?; y más personalmente: ¿qué sentido tiene para mí ser cristiano hoy; me enriquece o me limita?, ¿merece la pena apostar hoy por el cristianismo? (cfr. págs. 18 a 21). Su respuesta: “es mucho lo que puede aportar el cristianismo en la era secular, pero no por vía de imposición, como en la vieja cristiandad, sino por iluminación (…) En este ensayo trato de explicar de qué manera el mensaje de Jesucristo contribuye a la consolidación de nuestras sociedades contemporáneas, promoviendo valores sociales (…) que no son un invento cristiano, pero el cristianismo los ha dotado de nuevas luces y nuevos bríos, elevándolos a una dimensión superior y trascendente que ilumina todas las realidades sociales y sus problemas” (pág. 23).
El profesor Domingo se centra en nueve aportaciones del cristianismo que considera absolutamente relevantes para nuestro mundo, dedicando a cada una de ellas uno de los nueve capítulos del libro: el respeto, la tolerancia, la secularidad en libertad, la presencia de Dios en la vida de las personas, el modelo trinitario de vida basado en el amor y el don, la imagen de Dios en la persona que funda la común dignidad, el perdón como modo de relación y la contemplación como vía para abrirse a la belleza de la realidad. Cada capítulo examina uno de estos parámetros de fuerte inspiración cristiana que han ayudado a construir lo mejor de nuestra sociedad y propone reforzar su vigencia con análisis muy pragmáticos y pegados a la actualidad, ayudando así al lector tanto a formarse criterio sobre lo que nos pasa como a ser consciente de cuánto debe nuestra civilización a la impronta cristiana y lo que nos jugamos si ésta hipotéticamente dejase de influir en cómo nos vemos y vivimos. Todos los capítulos concluyen con una breve conclusión de página y media cuya lectura justificaría por sí misma comprar el libro y que permitirá un rápido repaso de las ideas fundamentales de vez en cuando.
No puedo detenerme en cada parámetro analizado por Rafael Domingo, pero me parece muy importante ser conscientes de lo mucho y singularmente valioso que el cristianismo ha aportado a lo mejor de nuestro mundo; y no solo por hacer justicia a esta religión, sino -sobre todo, egoístamente- porque de desaparecer esa influencia podrían desaparecer también esas buenas consecuencias de las que nos beneficiamos todos, creyentes y no creyentes. Hoy está de moda atribuir injustamente al cristianismo solo cosas malas (que en 2000 años de historia también las ha habido obviamente) pero olvidando todo lo maravilloso que ha aportado a nuestro modo de vida y que nuestro autor pone en valor y recuerda. Los capítulos sobre el respeto, el perdón, la tolerancia, la secularidad, el don y la gratuidad -entre otros- me parecen espléndidos. En ellos Rafa Domingo propone a los cristianos la tarea de iluminar, de proponer estos valores a nuestros contemporáneos, huyendo de todo intento de imponer como se intentó por algunos en otras épocas. Por eso suscribo la afirmación de Rafael Domingo: “Mi conclusión es alentadora tanto para los cristianos como para los no cristianos. Sí, el cristianismo está aún vivo” (pág. 29). Y su sugerencia: “el cristianismo, paradójicamente, debe secularizarse, ´desclericalizarse´, y comprender en toda su profundidad el sentido de la secularidad (…) mi apuesta es clara: secularicemos el cristianismo y cristianicemos el proceso de secularización” (pág. 30).
Como escribe nuestro autor en el Epílogo: “es esencial que una sociedad democrática y secular, madura y avanzada, se abra a la trascendencia y a la espiritualidad, y viva como si un Dios-amor existiera, respetando siempre, con la debida consideración y por igual, los derechos de creyentes y no creyentes (…) El cristianismo, cuando se vive de manera consciente -es decir, abrazando su amorosa y radical espiritualidad, así como su apertura incondicional hacia el prójimo- se convierte en un poderoso vínculo de integración social” (págs. 291 y 294).
Benigno Blanco Rodríguez en religionenlibertad.com