El Adviento no es Navidad

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Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 01 Diciembre 2025

La pérdida del sentido de la espera es uno de los rasgos más profundos de nuestra cultura acelerada; cuando queremos que todo ocurra ya, sin demora, se erosiona una dimensión esencial de la experiencia humana

Hace unos días me encontré con un grupo en la Judería que ya entonaba villancicos, animados quizá por alguna copa de más. Si a esto añadimos las luces y la decoración de los establecimientos, parecería que las fiestas ya han pasado: llegamos tarde.

Nos hemos acostumbrado a adelantar acontecimientos. Antes de la boda está la preboda; apenas una pareja se conoce, enseguida se precipita a lo más íntimo, sin pensarlo demasiado. Con tanto adelanto, le quitamos encanto a las cosas. No sabemos esperar: nos parece una pérdida de tiempo. Vivimos únicamente el instante.

La pérdida del sentido de la espera es uno de los rasgos más profundos de nuestra cultura acelerada. Cuando queremos que todo ocurra ya, sin demora, se erosiona una dimensión esencial de la experiencia humana: la espera como espacio de gestación, de maduración, de apertura al misterio y a la ilusión.

Podríamos decir que adelantar acontecimientos es como arrancar una flor antes de que se abra: se pierde la belleza de su despliegue, el misterio del tiempo, la sorpresa del instante en que florece. La espera es el arte de dejar que la vida se revele a su ritmo. Es tiempo de ensueño.

Mientras esperamos, deseamos, soñamos, nos preparamos y creemos. Nos purificamos. Al eliminar la espera, el deseo se convierte en consumo inmediato, sin hondura. No saboreamos lo bueno: simplemente nos damos un atracón, una indigestión. No asimilamos la vida. Perdemos su hermosura.

El Adviento en la Iglesia es un tiempo de espera activa y esperanza: prepara el corazón para celebrar el nacimiento de Cristo en Belén y, al mismo tiempo, mantiene viva la vigilancia para su segunda venida al final de los tiempos. Es el inicio del año litúrgico y una invitación a la conversión, la oración y la alegría confiada. Es tiempo de preparar los corazones, como se preparan unos jóvenes para recibir a su hijo.

¡Cuántos sueños, preparativos y cuidados albergan unos padres! Ese tiempo de gestación los dispone para la maternidad y la paternidad. La nueva criatura va creciendo, va reconociendo la voz de los suyos, los sonidos de su hogar, su música. Lo grande —como lo es una nueva vida— requiere tiempo.

Lo mismo vemos en el precioso templo de la Sagrada Familia de Gaudí: tanta belleza exige tiempo, dedicación y esfuerzo. La espera va perfeccionando la obra. Si adelantamos la Navidad, si nos sumergimos de lleno en el jaleo de regalos, turrones, villancicos y luces, no la saborearemos.

El Adviento invita a recuperar el sentido de la espera frente a la prisa del mundo moderno. Es un tiempo para aprender a desear, a confiar y a dejar que Dios actúe en su ritmo. Es tiempo de preparación: no es solo una cuenta atrás para la Navidad, sino un período para abrir el corazón a Dios y revisar la vida en clave de conversión.

¿Qué encontrará el Niño Dios en mí cuando llegue? ¿Cómo me gustaría recibirlo? ¿Está mi hogar bien dispuesto? ¿Será un acontecimiento de fe y, a la vez, familiar? Todavía estamos a tiempo de prepararnos.

San Pablo nos exhorta: “Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos”. También nos dice Jesús: “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

La corona de Adviento va acrecentando su resplandor semana tras semana con una nueva luz. Nosotros también podemos ser más luminosos con nuestra oración y penitencia, con nuestra sobriedad.

San Josemaría nos recuerda: “Empieza hoy el tiempo de Adviento, y es bueno que hayamos considerado las insidias de estos enemigos del alma: el desorden de la sensualidad y de la fácil ligereza; el desatino de la razón que se opone al Señor; la presunción altanera, esterilizadora del amor a Dios y a las criaturas. Todas estas situaciones del ánimo son obstáculos ciertos, y su poder perturbador es grande”.

Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es