Que la iluminación ciudadana nos ayude a preparar y conmemorar muy bien la llegada del Señor, Luz del mundo.
Confieso mi asombro ante el número de bombillas que se encendieron, a finales de noviembre, en la ciudad donde vivo: según la prensa, alrededor de 1.500.000 No sobran ceros y la cifra es correcta: millón y medio. Se daba por descontado que eran luces anunciadoras de la próxima Navidad.
Este luminoso espectáculo me ha hecho recordar el conocido proverbio oriental sobre “el dedo y la luna”, con su pedagógica instrucción: “Cuando el dedo del sabio señala la luna, el necio mira el dedo y el sabio contempla la luna”. Su enseñanza es clarísima: nadie medianamente despierto se queda en lo superficial que nos ofrece la vida, representado por el dedo, sino que va más allá, con mirada trascendente hasta fijarla en la verdad superior, simbolizada por “la luna” que muestra el sabio.
La iluminación de árboles y escaparates que nos envuelve viene a ser hoy como el dedo del sabio; y su objetivo, no ya la luz de la luna que también la tiene, sino la del Hijo de Dios, nacido niño en Belén que dirá de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo”. En este punto, un lector agnóstico o de fe y cultura distintas de la cristiana, diría: bueno, pero eso habría que verlo… Ciertamente, y no solo verlo sino también creerlo; pero lo que no cabe duda es que si este folclore luminoso aparece ahora, y no en los días de primavera o de verano, es porque anuncia la próxima fiesta cristiana de Navidad.
A nadie debería molestar esa asociación de fe cristiana y cultura en nuestros lares. Y tampoco si un cristiano con mirada trascendente afirma que tenemos luces artificiales, naturales y sobrenaturales. Para artificiales las del millón de bombillas; naturales, las de la luna, las estrellas y el sol; y sobrenaturales las que nos ofrece la Luz de Dios en Cristo, nacido de María en Belén. ¿Cómo se ve y respeta esta creencia en el mundo de hoy?
En un mundo defensor de la pluralidad y diversidad en los más diversos ámbitos, y del reclamo de respeto para quienes sustentan distintos principios y creencias, debe concederse igual trato a la fe y cultura cristianas. Sin embargo, no faltan personas e instituciones empeñadas en poner puertas al campo en ese terreno; y esto, haciendo desaparecer términos como “Navidad”, con su inequívoca referencia al nacimiento de Cristo; o bien, ocultando su rostro y el de la Madre de Dios en representaciones del nacimiento: o, en fin, animando a no poner el Belén en espacios públicos. Desgraciadamente hablo de hechos y no de “new-fakes”, aparecidos estos días en las redes sociales.
En nuestro país, y en el calendario escolar no universitario de cierta comunidad autónoma para este curso 2025-2026, se han eliminado los nombres tradicionales de “Vacaciones de Navidad” y de “Semana Santa”, sustituidos por los de “Descanso primer trimestre” y “Descanso segundo trimestre”, respectivamente. Son términos neutros y habría que estar ciegos para no advertir que tamaño cambio supone un burdo intento de una secularización mal entendida; como un quedarse con el dedo en el aire, del proverbio oriental, apuntándose a sí mismo, huérfano de trascendencia.
El segundo caso de poner puertas al campo de la fe cristiana ha tenido lugar en Bruselas. Se trata del Belén instalado por el ayuntamiento en la Grand Place, y en el que con finas telas belgas se oculta el rostro del Niño-Dios, el de su Madre la Virgen María y el de San José. Los bustos de sus figuras están representados por retales, que cubren también sus rostros haciéndolos invisibles. Pero lo que suscita máxima extrañeza -por no decir pena o irrisión- es la engañosa fraseología con que se ha intentado argumentar esa modernísima representación del Nacimiento de Dios.
La autora de la obra ha dicho: ”La ausencia de rostros busca dejar espacio a la imaginación del público, mientras que la elección de la tela rinde homenaje a la historia textil belga”. Por su parte, el alcalde argumentó que el antiguo Belén que allí se instalaba estaba muy deteriorado y para reemplazarlo se optó por “mantener el símbolo cristiano, pero en una versión renovada”. Al fin, la razón última que comprende a todas las demás, es que ese ocultamiento de los rostros tornaba el Belén «más inclusivo» y moderno haciéndolo accesible “a todos los rostros”.
Basta el sentido común para decirnos que solo un rostro humano que se ve y contempla, puede acogerse y hacerse accesible a muchos rostros, pero no unas telas por muy finas y ricas que sean. Con todos mis respetos hacia la industria textil belga y hacia el dudoso simbolismo universal de unas siluetas sin rostro, era completamente innecesario llegar a esos extremos. Más aún: ambas cosas -tejidos y simbolismo plural- habrían quedado mucho más y mejor enaltecidos, dejando ver los rostros que adornaban: los del Niño-Dios, María y José. De nuevo, el dedo del sabio se quedó sin apuntar a la luna, vuelto esta vez narcisista hacia la industria textil belga.
Un último caso, en un tercer país europeo con seculares raíces cristianas. En alguna de sus escuelas se ha comentado que este año sería mejor no montar belenes porque, de algún modo, esto podría ofender a quienes viven en otra cultura.
Al cabo, lo que está en juego en los casos presentados -dentro de sus propias particularidades-, es el obscurecimiento de la fe y cultura cristianas, en sociedades que presumen como decíamos antes, de respetar la pluralidad y diversidad en todos los ámbitos. Pero al fin, se puede terminar por suprimir la libertad de todos -sean o no cristianos-, al pretender meterlos en el mismo saco, como cabría concluir ante el “Belén inclusivo de Bruselas”.
Una metáfora pictórica vendrá como anillo al dedo para las precedentes reflexiones. La tomo del famoso cuadro de William Holman, pintor británico del XIX, que tituló: “La luz del mundo”. Aparece Cristo, con un farol encendido en su mano izquierda y llamando con la derecha a la puerta de una casa. La metáfora es clara: Él desea ofrecer a cada uno la luz de su vida y doctrina. Pero la libertad está por medio, y su llamada puede, o no, acogerse; de ahí que Holman pintase la puerta sin cerradura, porque solo quien está dentro puede libremente abrirla.
Estupendo paradigma artístico de la libertad para acoger y vivir la fe cristiana, y también del respeto que merece quien, por los motivos que fueren no ha recibido esa llamada o, habiéndole llegado, no la acogió, y sigue otros caminos. Y para quienes la han acogido solo me queda desearles que, en la próxima Navidad, esa luz de Cristo brille con más intensidad en sus vidas y en las de todos con quienes se relacionen y convivan.
José Antonio García-Prieto Segura en elconfidencialdigital.com