Al Papa le preocupan los silencios cómplices, la indiferencia, ante los sufrimientos de las víctimas de conflictos y opresiones
Me impresionó mucho el gesto severo del papa Francisco −habitualmente jovial antes de impartir la bendición Urbi et Orbi el día de Navidad. Aunque los datos de hecho no se deducen, pienso que está abrumado ante la dificilísima tarea de construir la paz en un mundo bañado de violencias. Además, buena parte de la barbarie se cierne sobre los cristianos de regiones donde llevan viviendo casi desde los tiempos apostólicos.
Estos días han sido muchas las referencias a favor de la paz, la concordia y el diálogo para resolver los conflictos. Y en este 2014, para mí inseparable del centenario y de la beatificación de don Álvaro del Portillo, me ha venido muchas veces a la memoria el recuerdo de su temple amable, que tanta paz daba a cuantos estaban cerca. Lo he evocado expresamente en muchas felicitaciones de Navidad, porque estoy persuadido de que es un gran intercesor por la paz en las familias, en la sociedad y en el mundo: conflictos aparentemente irresolubles se han superado por la intercesión del nuevo beato.
Para mí, su año no termina el 31 de diciembre, sino el día primero de 2015, jornada mundial de la paz: no dejo de proponerlo una y otra vez como intercesor. Cuando redacté en 1995 mis recuerdos sobre su vida, sinteticé su bondad y energía, su cariño y fortaleza. No olvido la paz y sosiego que vivía e infundía, muestra de su unión con Dios. Al observar en la madurez de su vida esa bondad no bondadosidad, sino serenidad deslumbrante, concluía que era fruto de la lucha cristiana, de la victoria de la voluntad y del entendimiento, dóciles a la gracia divina, sobre los rasgos de un carácter enérgico.
Llevaba también en su alma la pasión por la concordia entre los pueblos desde muy joven, antes incluso de haber sufrido las amarguras de la guerra civil española, incluidos tiempos de cárcel y de refugios. Ordenado sacerdote el 25 de junio de 1944, celebró su primera Misa solemne tres días después, en la fiesta de san Ireneo. Le tenía devoción, entre otros motivos, porque la liturgia recogía una oración que se la sabía de memoria, que imploraba por esa paz, tan alejada hoy del horizonte vital de tantos ciudadanos del mundo.
Por eso secundó decididamente las llamadas apremiantes de los pontífices del siglo XX por la concordia entre los pueblos. Recuerdo cómo, antes del 27 de octubre de 1986 −celebración en Asís de una Jornada ecuménica e interreligiosa de oración en favor de la paz, propuso a los miembros del Opus Dei un objetivo claro: "nos hemos de esforzar en que suba al Cielo un gran clamor de oración, unida al ayuno, por la paz del mundo".
Actitudes semejantes reiteró en momentos cruciales de años transidos de conflictos, desde los Balcanes a Oriente. Muchos textos se incluyen en Rendere amabile la verità, raccolta di scritti que preparó el Ateneo Romano de la Santa Cruz con ocasión de las bodas de oro sacerdotes de don Álvaro (Libreria Editrice Vaticana, 1995, 693 págs.). Ahí está, por ejemplo, su personal adhesión a los esfuerzos de Juan Pablo II en favor de la paz en el golfo pérsico desde enero de 1991.
Su esfuerzo por la paz iba de la mano de la lucha por la justicia, tras la estela de Pío XII y de la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII. En su trabajo como canonista, destaca un libro de 1969, Fieles y laicos en la Iglesia, auténtico canto a los derechos de la persona. Imagino que le habrá encantado el mensaje del papa Francisco para la jornada mundial de la paz de 2015: vincula una vez más la paz a la superación de graves violaciones de los derechos humanos, sintetizadas ahora en las modernas esclavitudes.
Francisco recuerda la carta de san Pablo a Filemón, sobre su antiguo siervo Onésimo: la conversión a Cristo “regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social”. A esa virtud se opone el crimen de la esclavitud, aunque esté oficialmente abolida en los ordenamientos jurídicos: “todavía hay millones de personas −niños, hombres y mujeres de todas las edades− privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”. Al papa le preocupan los silencios cómplices, la indiferencia, ante los sufrimientos de las víctimas de conflictos y opresiones. Lo repitió también el día de Navidad, aunque muchas personas e instituciones −también religiosas trabajen a diario contra esa lacra. Para lograr la paz en el mundo, es preciso “globalizar la fraternidad, no la esclavitud ni la indiferencia”.
El papa Francisco propone objetivos ambiciosos, y apela a la iniciativa y al trabajo de todos. Por mi parte, no dejo de acudir a la intercesión del beato Álvaro, para que desde el Cielo siga contribuyendo a la paz y la justicia en un mundo quizá demasiado atormentado en este cambio de año.
Salvador Bernal