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Los distintos modos de ver las cosas son enriquecedores, y una ocasión estupenda para ejercitar la actitud de respeto
Una de las lecciones que veo cada día con más claridad que hemos de enseñar en las aulas pero especialmente en casa es ésta: enseñar a hablar con respeto, enseñar a discrepar con respeto… y eso afortunada o desafortunadamente no se aprende teorizando, al final sólo se aprende con el ejemplo personal de los propios padres y profesores.
Por mucho que hablemos de respeto, uno sólo puede aprender a respetar viendo cómo otros lo hacen. En una familia en la que al hablar de personas, compañeros de trabajo, familiares, profesores, política, religión, etc., los padres no hablaran con respeto, los hijos repetirán esa actitud también en el colegio, entre sus amigos y allá donde estén…. Da igual que vaya a un buen colegio de pago o no, eso se aprende sobre todo en casa. .
En la edad de la pre-adolescencia y adolescencia, cuando nuestros hijos empiezan a agudizar su sentido crítico hacia los acontecimientos y las personas, qué importante es que los padres sepan reconducir sus comentarios y sean capaces de hacerles ver los aspectos positivos que siempre hay en los mismos. Si por ejemplo critican a una compañera o profesora de clase por una actuación determinada, qué bueno es recordarles aquella vez que esa misma compañera o profesora les ayudó en aquella otra situación. Cuesta mucho más descubrir los aspectos positivos de los demás — que siempre son más numerosos y atractivos— que los negativos.
Estamos en una sociedad muy plural, y el universo de lo opinable es muy grande. Los distintos modos de ver las cosas son enriquecedores, y una ocasión estupenda para ejercitar la actitud de respeto. Las acciones efectivamente pueden estar bien o mal, pero al hablar de las personas que las han realizado cabe tratarlas con respeto y comprensión, o por el contrario con desprecio e intransigencia.
Como decía Luis Vives: «no hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras», en otras palabras «de lo que sale del corazón habla la boca». Si esto es así, hay mucho que reeducar porque basta escuchar a personas adultas y adolescentes, leer un periódico, escuchar la radio o encender la televisión para oír o leer palabras que no están a la altura del que las utiliza, y que además hieren con mucha frecuencia la dignidad de las personas o instituciones.
Como leí en un artículo de Pablo Cabellos «con demasiada frecuencia, parece que la libertad de expresión consista en ofender a otros, bien frivolizando lo que para unos es serio, bien adjetivando de forma manipuladora, también con el uso de palabras y expresiones malsonantes o poniendo en ridículo aquel o aquello con lo que no se está de acuerdo. No me refiero sólo a los profesionales de la comunicación, sino a todos los que de un modo u otro opinamos en público».
Opinar sin herir es, pues, una asignatura pendiente que hemos de empeñarnos en enseñar en primer lugar en casa con el testimonio personal de los padres, y en segundo lugar en la escuela. Ya sé que no es una tarea fácil pero sí es urgente y necesario que nos la tomemos más en serio si queremos convivir en una sociedad plural como la que vivimos. Los padres y educadores tenemos que hacer un firme propósito para hablar y vivir en positivo. Como decía San Josemaría, «si no puedes alabar, cállate».
Elizabete Bengoetxea Kortazar
Licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Deusto
Máster en Dirección de Empresas Educativas, y Máster en Asesoramiento Familiar