A través de estos cánticos aprehendemos la trascendencia y el sentido familiar de la Navidad, aunque algunos quieran llenarla de vulgaridad mercantil
Me va a permitir el amable lector, con quien mantengo esta correspondencia desde hace tiempo, que hoy me aleje del fragor de la actualidad que tiende al caos, y escriba sobre la Navidad. Estamos a las puertas de la misma y este año parece que la vamos a celebrar de una manera más íntima de lo habitual. Es obligatorio por la pandemia que todo lo muda, pero nos da la oportunidad de tratar de encontrar la hermosura que se guarece en las más antiguas y sencillas tradiciones que se remontan nada menos que dos mil veinte años, cuando Dios decidió encarnarse en hombre para protagonizar la historia más increíble jamás contada, y cambiar el mundo. Para conmemorar semejante acontecimiento, a pesar de la humildad de las formas, los hombres hemos creado un buen número de tradiciones, que van desde el belén hasta el turrón, pasando por la proverbial cascada de felicitaciones y regalos. Entre las costumbres más arraigadas se encuentran los villancicos, esas canciones donde la melodía más hermosa toma cuerpo y nos eleva el espíritu, cuando no nos emocionan.
Acepte el lector mi sugerencia: desde hoy mismo haga que suenen muchos villancicos en su casa. Enseñe a sus hijos y a sus nietos tan delicada tradición, cargada de cultura y de emotiva ternura. A través de los villancicos aprehendemos la trascendencia y el sentido familiar que estas fiestas religiosas tienen, aunque algunos quieran llenarlas de prosaica vulgaridad mercantil. La Navidad, junto con la Semana Santa, es la síntesis de todos los valores del pensamiento cristiano, ese que predicó Jesús, acerca de un Dios bueno que caminaba con los humildes, con los pobres, con los niños, con los vulnerables. Que suenen los cánticos de nuestra tierra y también los villancicos más hermosos que en cualquier otro lugar se hayan compuesto. Transmita a los suyos la belleza de los ritos que desde hace más de veinte siglos le dejaron en patrimonio íntimo e intransferible sus propios antepasados.
Bieito Rubido, en eldebatedehoy.es