Reflexiona el Prelado sobre la cruz, y recuerda que acompañar a los enfermos y a los ancianos en el camino del dolor es una obra de misericordia que da gloria a Dios
Después de recordar, al inicio de su Carta pastoral, dos fechas de este mes de septiembre –el día 14, la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y el 15 la memoria de María al pie de la Cruz− afirma Mons. Javier Echevarría que la Iglesia, Madre y Maestra, nos invita a adentrarnos más en los frutos de la redención, por lo que sugiere vivirlas de modo que nos interpelen también sobre nuestra respuesta diaria al misterio del dolor, cuando se presenta en nuestro camino.
Sin embargo, continúa, a veces, los hombres sólo consideramos como "éxitos" lo que halaga a los sentidos o contenta al propio yo, mientras tenemos como "fracasos" las contrariedades, lo que no sale como deseábamos, lo que nos trae sufrimiento al cuerpo o al alma, por lo que propone procurar superar esa lógica equivocada, porque −como escribió san Josemaría− «el éxito o el fracaso está en la vida interior. El éxito está en recibir con sosiego la Cruz de Jesucristo, en extender los brazos abiertos, porque para Jesús como para nosotros la Cruz es un trono, es la exaltación del amor; es el colmo de la eficacia redentora, para llevar las almas a Dios, para llevarlas según nuestro modo laical: con nuestro trato, con nuestra amistad, con nuestro trabajo, con nuestra palabra, con nuestra doctrina, con la oración y la mortificación».
Observando la huida de la Cruz, que desgraciadamente vemos en tantos ambientes, invita a que podemos preguntarnos, haciendo eco al Papa (Homilía en Santa Marta el pasado 3 de mayo): el camino cristiano que comencé en el Bautismo, ¿cómo va? ¿Estoy quieto? (...). ¿Me paro ante las cosas que me gustan: la mundanidad, la vanidad, o voy siempre adelante, concretando las bienaventuranzas y las obras de misericordia? Porque el camino de Jesús está tan lleno de consuelo, de gloria, pero también de cruz. Siempre con paz en el alma.
Se refiere el Prelado a que entre las obras de misericordia, que estamos tratando de practicar más especialmente a lo largo de este Año jubilar, hay una que se manifiesta al mismo tiempo corporal y espiritual. Me refiero al cuidado de los enfermos y de los ancianos: no se agota en socorrer las necesidades materiales, sino que recoge siempre una vertiente espiritual: ayudarles también a que, en el sufrimiento o en la soledad, descubran con continuidad una ocasión de unirse a Cristo en la Cruz, recordando algunas escenas del paso de Jesús en esta tierra: una de las señales de su condición mesiánica (…), milagros del Señor que no pretendían , lógicamente, curar sólo las enfermedades del cuerpo, sino infundir la gracia en las almas.
El dolor, la enfermedad, continua, pueden acercar a Dios si se reciben con espíritu sobrenatural. Pero también pueden alejar, si mueven a la rebeldía. San Josemaría tenía bien experimentado −tanto en su caminar personal como en la historia de la Obra− la eficacia del dolor físico o moral unido a la Cruz del Señor. Con agradecimiento a Dios y a innumerables personas que así respondían, mencionaba que «desde el principio hemos contado con la oración de muchos enfermos, que ofrecían sus sufrimientos por el Opus Dei». También ahora, la labor apostólica continúa apoyándose sobre el cimiento generoso de los enfermos y de las enfermas, que procuran transformar su sufrimiento en oración por la Iglesia, por el Papa, por las almas.
Concreta Mons. Echevarría algunos modos con los que se puede materializar la ayuda a los enfermos, con atención y gratitud: con cariño, con cuidados materiales y espirituales, pidiendo a Dios que les conceda la salud, si conviene a sus almas; y, si no, que afronten con alegría la enfermedad, los achaques de la vejez, las penas de cualquier tipo que padezcan; y siempre con el gozo sobrenatural de estar colaborando en la aplicación de los méritos redentores de Cristo, recordando unas palabras de san Josemaría en una reunión familiar: «el dolor físico, cuando se puede quitar, se quita. ¡Bastantes sufrimientos hay en la vida! Y cuando no se puede quitar, se ofrece», advirtiendo el Prelado que, para comprender esta actitud tan cristiana, se requiere acercarse a esa situación con la mirada del Buen Pastor, afirmando, con palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium, 125, que sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor, podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos (...). Pienso en la fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo, que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo; o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable a Cristo crucificado.
Después de invitar a no dejar de mirar al queridísimo beato Álvaro, que supo amar con alegría la salud y la enfermedad, y que al recordarle el día 15, aniversario de su nombramiento como sucesor de san Josemaría, digámosle que nos sostenga a todas y a todos, y después de ser conocedor de las oraciones de todos por las víctimas del terremoto en Italia y por las de las otras calamidades de todos los lugares, pide a todos fomentar esta fraternidad con toda la humanidad.
Concluye Mons. Echevarría su Carta pastoral pidiendo oraciones por los seis diáconos, Agregados de la Prelatura, a los que ordenó sacerdotes ayer en el santuario mariano de Torreciudad, por los sacerdotes del mundo entero, por el Papa y por los obispos, para que el Espíritu Santo nos llene a todos de sus dones y nos haga santos, asegurando que, en esa misma fecha, nos uniremos a la alegría de la Iglesia por la canonización de la beata Teresa de Calcuta, que tanto apreció a la Obra.
Texto completo de la Carta pastoral del Prelado del Opus Dei
Fuente: opusdei.es.