Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
La vida de fe es un camino y un trayecto largo, durante el que podemos encontrar varios tipos de cristianos: cristianos momias, cristianos vagabundos, cristianos testarudos, cristianos a medio camino, esos que se entusiasman ante un buen panorama y se quedan ahí plantados. Gente que, por un motivo u otro, ha olvidado que el único camino justo —lo recuerda el evangelio de hoy (Jn 14,6-14)— es Jesús, quien confirma a Tomás: Yo soy el camino…, quien me ha visto a mí ha visto al Padre.
Examinemos estos cristianos, que están confundidos por distintos motivos, comenzando por el cristiano que no camina, que da la impresión de estar un poco embalsamado. Un cristiano que no camina, que no avanza, es un cristiano no cristiano. No se sabe lo que es. Es un cristiano un poco paganizado: está ahí, quieto, no avanza en la vida cristiana, no hace florecer las Bienaventuranzas en su vida, no hace obras de misericordia... ¡Está quieto! Perdonadme la palabra, pero es como si fuera una momia, una momia espiritual. Y hay cristianos que son momias espirituales. Ahí parados. No hacen el mal, pero tampoco hacen el bien.
Luego aparece el cristiano obstinado. Cuando se camina, puede pasar que equivoquemos el sendero; pero eso no es lo peor. La tragedia es ser testarudo y decir que ese es el camino, sin dejar que la voz del Señor nos diga que no lo es, nos diga: Vuelve atrás y retoma la verdadera senda.
Otra categoría es la de los cristianos que caminan, pero sin saber adónde van. Son errantes en la vida cristiana, vagabundos. Su vida es dar vueltas, de aquí para allá, y así pierden la belleza de acercarse a Jesús, a la vida de Jesús. Pierden el camino porque dan vueltas, y muchas veces ese girar errante les lleva a una vida sin salida: dar demasiadas vueltas se convierte en un laberinto del que no saben cómo salir. Han perdido la llamada de Jesús. No tienen brújula para salir y siguen dando vueltas y vueltas, buscando.
Y luego hay otros que, en el camino, quedan seducidos por una belleza, por algo, y se quedan a mitad de camino, fascinados por lo que ven, por esa idea, por aquella propuesta, por aquel paisaje...¡Y se paran! La vida cristiana no es un encantamiento: ¡es una verdad! ¡Es Jesucristo!
Observando este cuadro, uno se plantea: el camino cristiano que comencé en el bautismo, ¿cómo va? ¿Estoy quieto? ¿He equivocado el camino? ¿Estoy dando vueltas continuamente y no sé adónde ir espiritualmente? ¿Me paro ante las cosas que me gustan: la mundanidad, la vanidad, o voy siempre adelante, concretando las Bienaventuranzas y las obras de misericordia? Porque el camino de Jesús está tan lleno de consuelo, de gloria, pero también de cruz. Pero siempre con paz en el alma.
Quedémonos hoy con la pregunta:¿Cómo estoy yo en este camino cristiano? ¿Quieto, equivocado, dando vueltas, quedándome ante las cosas que me gustan, o es el de Jesús: Yo soy el camino? Y pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a caminar bien, ¡siempre! Y cuando nos cansemos, un pequeño descanso y adelante. Pidamos esa gracia.