No es lo mismo ser iluso que estar ilusionado; se parecen, pero es distinto
No son pocas las voces que anuncian nuevos tiempos jamás soñados por la Humanidad. En cierto sentido, hay motivos para pensar así. La revolución tecnológica y biológica a la que estamos asistiendo no tiene precedentes históricos. Sin embargo, puede confundirnos con su esplendoroso desarrollo.
Tengo un amigo que, en cierta ocasión, se hizo un trabalenguas y se refirió al matrimonio roto y consumido (sic) queriendo decir rato y consumado. Y a nosotros nos puede suceder otro tanto: confundir los deseos (desiderium, referente a las estrellas) con las realidades; el sueño con la vigilia, hasta hacerse irreconocible: no saber si estamos dormidos o despiertos.
Cuando Cela fue senador, en la transición, durante un pleno, le llamaron la atención −¡Señoría, está durmiendo!− y al despertarse dijo: «No estaba durmiendo, sino dormido». A lo que el presidente del Senado le reprochó: «¡Da igual!» Cela, con su característico sentido burlón, le replicó: «¡Se equivoca, señor presidente, no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo!»
Sirva esta introducción para referirme, brevemente, a que no es lo mismo ser iluso que estar ilusionado. Se parecen, pero es distinto. Se nos habla de vida inmortal: la ciencia tiene la llave para hacernos inmortales, se lee en algunas publicaciones. En realidad, la inmortalidad en este mundo es un sueño imaginario imposible de suceder.
Ciertamente el deseo del ser humano es vivir para siempre. Cuando nace una nueva criatura, sus padres se dicen: este fruto de nuestro amor no puede morir nunca. Y así es con las personas a las que amamos. Cuando ojeas más de cerca la entrevista a ese experto, te das cuenta de que esa durabilidad no es la inmortalidad, sino que podríamos llegar a vivir 200 años, a base de regeneración celular, ortoartilugios biónicos, nanomedicina, etcétera.
Pero, suponiendo que sea cierto (¿en qué condiciones llegaremos?) 200 años no es ser inmortal: es ser sumamente viejo. Y ni por asomo se puede comparar, por ejemplo, con una edad geológica de varios millones de años. Una insignificancia, una gota en el océano.
Las personas necesitamos tener la ilusión de vivir una vida tranquila, pacífica, ordenada, para desplegar el dinamismo propio de la existencia; y acometer arduas empresas vitales. Vivir eternamente es ilusorio, salvo que tengamos la convicción de que esta vida es tránsito para la otra (la de verdad); y entonces puede ser una gran ilusión.
Si no compartimos esta visión, seríamos entonces sumamente ilusos si creyéramos que vamos a vivir perpetuamente en este mundo: como el niño que se tapa los ojos, o se mete debajo de la almohada, para pasar desapercibido. La eternidad es otra cuestión: el vivir siempre de los poetas, de los filósofos, de los amantes, de Dios.
Pedro López, en levante-emv.com.