Homilía de la Misa en Santa Marta
En las lecturas de la misa, san Pablo recuerda a los Corintios que no les anunció el Evangelio basándose en discursos persuasivos de sabiduría. Pablo dice: Yo no fui a vosotros para convenceros con argumentos, con palabras, o cosas bonitas… No. Fui de otro modo, con otro estilo. Fui por la manifestación del Espíritu y de su poder. Para que vuestra fe no se fundase en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios. Así pues, la Palabra de Dios es algo distinto, no es igual a una palabra humana, a una palabra sabia, a una palabra científica, a una palabra filosófica… no: es otra cosa, viene de otro modo.
Es lo que pasa con Jesús, cuando comenta las Escrituras en la Sinagoga de Nazaret, donde había crecido. Sus paisanos, inicialmente, lo admiran por sus palabras, pero luego se enfadan e intentan matarlo. Pasan de un extremo al otro, precisamente porque la Palabra de Dios es distinta a la palabra humana. De hecho, Dios nos habla en el Hijo, es decir, la Palabra de Dios es Jesús, Jesús mismo, y ese Jesús es motivo de escándalo, como la Cruz de Cristo también escandaliza.
Pues esa es la fuerza de la Palabra de Dios: Jesucristo, el Señor. ¿Y cómo debemos recibir la Palabra de Dios? Como se recibe a Jesucristo. La Iglesia nos dice que Jesús está presente en la Escritura, en su Palabra. Por eso, es tan importante leer durante el día un pasaje del Evangelio. ¿Para qué, para aprender? ¡No! Para encontrar a Jesús, porque Jesús está precisamente en su Palabra, en su Evangelio. Cada vez que leo el Evangelio, encuentro a Jesús. ¿Cómo recibo esa Palabra? Se debe recibir como se recibe a Jesús, es decir, con el corazón abierto, con el corazón humilde, con el espíritu de las Bienaventuranzas. Porque Jesús vino así, con humildad, con pobreza, con la unción del Espíritu Santo.
Él es fuerza, la Palabra de Dios, porque está ungido por el Espíritu Santo. También nosotros, si queremos escuchar y recibir Palabra de Dios, debemos rezar al Espíritu Santo y pedirle esa unción del corazón, que es la unción de las Bienaventuranzas. Un corazón como el corazón de las Bienaventuranzas.
Nos vendrá bien, durante el día, preguntarnos: ¿Cómo recibo yo la Palabra de Dios, como algo interesante? Ah, el cura ha predicado hoy de esto… ¡qué interesante! ¡Qué listo ese cura! ¿O la recibo así, simplemente porque es Jesús vivo, su Palabra? ¿Y soy capaz —¡atentos a la pregunta!—, soy capaz de comprar un pequeño Evangelio —cuesta poco—, comprar un pequeño Evangelio y llevarlo en el bolsillo, en el bolso, y cuando pueda, durante el día, leer un pasaje, para encontrar a Jesús ahí? Estas dos preguntas nos harán bien. Que el Señor nos ayude.