“El cristiano no teme ensuciarse las manos con los pecadores”

Homilía de la Misa en Santa Marta

Hemos escuchado dos parábolas: la oveja descarriada y la moneda perdida (Lc 15,1-10). Los escribas y fariseos se escandalizan porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos (Lc 15,2). Para esa gente era un auténtico escándalo en aquel tiempo. ¡Imaginaos si en esa época llega a haber periódicos! Pero Jesús vino para eso: para buscar a los que se habían alejado del Señor. Las dos parábolas nos hacen ver cómo es el corazón de Dios. Dios no se detiene, no va hasta cierto punto, va hasta el fondo, al límite, siempre va al límite; no se queda a mitad del camino de la salvación, como si dijese: He hecho todo, el problema es suyo. Él siempre sale y va al campo.

Los escribas y fariseos, en cambio, se quedan a mitad de camino. A ellos les importaba que el balance entre beneficios y pérdidas fuese más o menos favorable, y con eso estaban tranquilos. Sí, es verdad, he perdido tres monedas, he perdido diez ovejas, pero he ganado mucho. Esto no entra en la mente de Dios, Dios no es un negociante, Dios es Padre y va a salvar hasta el final, hasta el límite. Ese es el amor de Dios. ¡Es triste el pastor a mitad de camino! ¡Es triste el pastor que abre la puerta de la Iglesia y se queda allí esperando! ¡Es triste el cristiano que no siente dentro, en su corazón, la necesidad de ir a contar a los demás que el Señor es bueno! ¡Cuánta perversión hay en el corazón de los que se creen justos, como esos escribas y fariseos! ¡No quieren ensuciarse las manos con los pecadores! Acordaos de lo que pensaban: si este fuera un profeta, sabría que esa es una pecadora (Lc 7,39). El desprecio: usaban a la gente, y luego la despreciaban.

Ser un pastor a mitad de camino es un fracaso. Un pastor debe tener el corazón de Dios, llegar al límite, porque no quiere que ninguno se pierda. Y por eso no teme ensuciarse las manos. No le da miedo. Va a dónde tenga que ir. Arriesga su vida, su fama, hasta perder su comodidad, su status, incluso en la carrera eclesiástica, ¡pero es un buen pastor! También los cristianos tienen que ser así. Es tan fácil condenar a los demás, como hacían aquellos –a los publicanos y pecadores–, es tan fácil, pero no es cristiano. No es de hijos de Dios. El Hijo de Dios va al límite, da la vida, como la dio Jesús, por los demás. No puede estar tranquilo, protegiéndose a sí mismo: su comodidad, su fama, su tranquilidad. Acordaos de esto: ¡pastores a mitad de camino no, nunca! ¡Cristianos a mitad de camino jamás! Es lo que hizo Jesús.

El buen pastor, el buen cristiano, sale, está siempre en salida: en salida de sí mismo, en salida hacia Dios en la oración y en la adoración; en salida hacia los demás para llevarles el mensaje de salvación. Y el buen pastor, el buen cristiano, conoce lo que es la ternura. Aquellos escribas y fariseos no lo sabían, no sabían lo que es cargar a la oveja sobre los hombros, con esa ternura, y devolverla con las otras a su sitio. Esa gente no sabe qué es la alegría. El cristiano y el pastor a mitad de camino a lo mejor saben de diversión, de tranquilidad, de cierta paz, pero ¿alegría, esa alegría que hay en el Paraíso, la alegría que viene de Dios, la alegría que viene precisamente del corazón de padre que va a salvar? He escuchado las quejas de mi pueblo y bajo a librarlos (Ex 3,7-8). Esto es tan bonito, no tener miedo de que se nos critique por ir a buscar a los hermanos y hermanas que se han alejado del Señor. Pidamos esta gracia para cada uno de nosotros y para nuestra Madre, la Santa Iglesia.