Dirección: Julio Medem
Intérpretes: Manuela Vellés, Charlotte Rampling, Bebe, Asier Newman, Nicolas Cazalé, Matthias Habich, Lluís Homar.
Guión: Julio Medem
Música: Jocelyn Pook
Fotografía: Mario Montero
Distribuye en Cine: Sogepaq
Duración: 118 min.
Género: Drama
10, 9, 8, 7...
Ana vive con su padre en una cueva en Ibiza. La joven es pintora, y ambos viven con un estilo algo hippy. Justine, una extranjera, advierte el talento de Ana, y le ofrece trasladarse a Madrid, donde apadrina una especie de comuna donde se forman jóvenes artistas. Aunque le cuesta separarse de su progenitor va para allá. Allí conoce a Said, un sarahui muy especial, que estudia cinco carreras nada menos... Y comienza a tener unas extrañas experiencias, que gracias a unas sesiones de hipnosis, se revelan como sucesos vividos en existencias pasadas.
El guión se estructura como una cuenta atrás, semejante a la usada en las sesiones de hipnotismo, y la entera narración adopta un tono de que se está abordando algo muy, pero que muy imporante. Y la pregunta que surge es: ¿Hay que tomarse en serio la película de Julio Medem? Él parece ponerse muy circunspecto a la hora de hablar de vida y biología, de moléculas y genes que portan la historia de nuestros antepasados, de pueblos que sufren (el sarahui y los nativoamericanos), de guerra y paz...
Pero todo ese componente seudomístico, mitológico, esotérico o como se le quiera llamar, traspasa en demasiadas ocasiones la frontera de lo ridículo. Ya decía Chesterton que cuando se deja de creer en Dios, se acaba creyendo en cualquier cosa...
Se nos quiere pintar a Ana que toma el nombre y algunos rasgos de la hermana del director, fallecida en accidente de tráfico como un espíritu libre, una "diosa" representante de no sé qué eterno femenino. Hay muchos brochazos que al formar parte del espíritu creativo de la comuna, no sabe uno si tomarlos como declaraciones de Medem, o patochadas (con perdón) de los aspirantes a artistas.
El film da bandazos (esa definición de la amiga de Ana, de gran 'sutileza' antropológica, de que "los hombres son todos unos violadores, y las mujeres unas putas"), su grandilocuencia pedante resulta excesiva incluso para el espectador más indulgente. La visión del amor es pobre, y la insistencia en el erotismo sigue la estela de Lucía y el sexo. Luego está "la gran cagada" (dicho con ánimo puramente descriptivo, no peyorativo) en la risible puya contra la guerra, de la que, ya se sabe, tienen la culpa los yanquis, faltaría más. De este modo Medem ejecuta una nueva incursión en el terreno político, como hiciera en La pelota vasca, aunque esta vez en el terreno de la ficción. (decine21 / Almudí ER-AG)
¿Qué queda al final? Poco más que el envoltorio. Hay un inteligente uso de las cámaras de vídeo de alta definición, utilizada en distintas partes del globo. Medem usa una Sony HD 950 que da una buena calidad de imagen, y que sin duda habrá abaratado el rodaje. Y destaca la desconocida Manuela Vellés, que con su aire risueño e ingenuo ayuda a que la "caótica" Ana sea un poco menos caótica.