Ignoro la realidad del ‘vatileaks’ y además no me interesa en absoluto
RevistaEcclesia.com
Que en una institución formada por personas haya infidelidades, intrigas y traiciones es tan antiguo como el Evangelio
Si nos atenemos a lo publicado en algunos medios, la Iglesia es una institución plagada de espías, figuras siniestras, conspiradores natos y “cuervos” de los más diversos pelajes. Es muy mediático un escenario de clérigos de gafas oscuras y barba falsa, archivos violentados y secretos supuestamente “inconfesables” expuestos a la luz pública. Conspiración para presionar al Papa; complot entre bandos eclesiásticos por el poder en la Iglesia. Qué horror.
Ignoro la realidad del vatileaks y además no me interesa en absoluto. Que en una institución formada por personas haya infidelidades, intrigas y traiciones es tan antiguo como el Evangelio; entre los discípulos no faltan quiénes “venden” al Señor; quiénes le niegan (en esa posición nos sentimos más identificados) y quienes sencillamente le ignoran.
Hace unos días Benedicto XVI agradecía a los cardenales, en una cena, las felicitaciones por su cumpleaños. Y tras constatar, en el brindis, la existencia del mal (al que la Iglesia ni ningún ser humano es ajeno), les recordaba algo esencial, dicho casi en términos “deportivos”: somos del equipo ganador, somos del equipo del Señor.
Pues qué quieren que les diga; entre pertenecer a esa siniestra caricatura de Iglesia que nos pintan algunos medios y ser parte del “equipo del Señor” me quedo con este último. Perdedor a los ojos del mundo; ganador en la historia de la Salvación. Es el equipo de las familias que acudieron a Milán a testimoniar que eran, simplemente, familias; las que han acompañado al Papa Ratzinger en el Corpus Christi romano; los que el próximo domingo recorreremos capitales y aldeas (yo espero estar en una de estas últimas, una sola calle hostil y silenciosa ante la presencia de Jesús sacramentado) a las que Dios bendice con su presencia misteriosa y callada. En fin, que prefiero al Dios reconocible en el Santísimo, en los santos, en los mártires, en los pobres, enfermos y abandonados; en sus cuidadores. Y esa es mi Iglesia, no su caricatura.