Hoy recuerdo a Juan Pablo II como promotor infatigable de la nueva evangelización de los países de raigambre cristiana que sufrieron la secularización en el siglo XX
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Los grandes objetivos siguen vigentes, como muestra la creación de un dicasterio pontificio dedicado expresamente a impulsar esa nueva tarea apostólica de la nueva evangelización
Escribo estas líneas en la tarde del domingo 16, cuando se cumplen 33 años de la elección de Juan Pablo II.
Mucho se ha escrito sobre este pontífice excepcional desde tantos puntos de vista. Pero hoy lo recuerdo como promotor infatigable de la nueva evangelización de los países de raigambre cristiana que sufrieron la secularización en el siglo XX. Arrancó unos días después su pontificado con aquella memorable homilía, de la que tantas veces se citó su gran grito de esperanza: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!»
Hace poco, el día de su beatificación, Benedicto XVI sintetizaba que «aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible».
Esa misma tenacidad pedía el Papa en la JMJ. No se puede olvidar que la inmensa mayoría de los jóvenes que acudieron a Madrid no habían nacido en 1978. Muchas cosas han cambiado desde entonces, especialmente en el marco de tecnologías y comunicación. Pero los grandes objetivos siguen vigentes, como muestra la creación de un dicasterio pontificio dedicado expresamente a impulsar esa nueva tarea apostólica. Justo este último fin de semana se celebraba en Roma el primer simposio organizado por ese consejo.
Por mi parte, al resumir las líneas de fuerza de la JMJ, puse en primer lugar esta idea: nueva evangelización, sin miedo. Ya en el vuelo hacia Madrid, Benedicto XVI lo comentaba a los periodistas. Después de haber presidido dos Jornadas, concluía que Juan Pablo II había recibido una gran inspiración. Las JMJ son «una cascada de luz; dan visibilidad a la fe, a la presencia de Dios en el mundo, y confirman el coraje de ser creyentes». Frente a posibles aislamientos, aquí se palpa la universalidad, la existencia de una «red universal de amistad, que une al mundo con Dios, y que es una realidad importante para el futuro de la humanidad, para la vida de la humanidad de hoy».
A la vez, la experiencia ha confirmado que la JMJ es un acontecimiento de libertad. Frente a posibles excesos históricos, la realidad es que la verdad es accesible sólo en la libertad. «Se pueden imponer por la fuerza comportamientos, normas, actividades, ¡pero no la verdad! La verdad se abre sólo a la libertad, al consentimiento libre, y por lo tanto, la libertad y la verdad están íntimamente unidas: una es condición de la otra». De ahí la crítica del Papa a la imposición de valores desde una razón positivista. Y su convicción de que «la verdad como tal, es dialógica, porque trata de comprender y entender mejor, y lo hace en el diálogo con los demás. Por tanto, buscar la verdad y la dignidad humana es la mayor defensa de la libertad».
Desde el primer día de la JMJ, en la plaza de Cibeles, planteó la cuestión radical: «Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios».
Pero la fe no se confunde con ideologías. En el texto preparado para la vigilia en Cuatro Vientos, decía: «Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. (...) Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.
«Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida».
En definitiva, «no tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra».
Al despedirse en Barajas, prevenía a todos ante las dificultades que se presentan en algunos países: «más fuerte que todas ellas es el anhelo de Dios». Con esa certeza, aseguraba a los pastores: «no temáis presentar a los jóvenes el mensaje de Jesucristo en toda su integridad e invitarlos a los sacramentos, por los cuales nos hace partícipes de su propia vida». La metodología no puede ser más clara y convincente, para llevar adelante una tarea que se transmitirá desde generación en generación, en la estela de los primeros cristianos.