Índice:
1. Castidad
1.1. Pureza de corazón y santidad
1.2. Sin la santa pureza no se puede contemplar a Dios
1.3. La pureza, íntimamente relacionada con la humildad
1.4. Necesaria para ser apóstol
1.5. Es consecuencia del amor
1.6. El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la santa pureza
1.7. Gula y lujuria
1.8. Especial necesidad de los medios sobrenaturales para vivir esta virtud
1.9. Belleza de la castidad
1.10. Necesidad de la mortificación. Otros medios
1.11. El amor a la Virgen y la santa pureza.
1.12. La santa pureza y la Sagrada Eucaristía
1.13. Es virtud para todos
1.14. La castidad, sin la caridad, es «lámpara sin aceite»
1.15. Pecados y vicios que se originan de la lujuria
1.16. Crear un clima favorable a la castidad
1.17. El celibato «por amor al reino de los cielos»
1.18. El pudor y la modestia, «hermanos pequeños de la pureza»
2. Virginidad
2.1. Elección libre por amor a Dios
2.2. Virginidad, humildad y caridad
2.3. Matrimonio y virginidad
2.4. En María quedó consagrada la virginidad
1. Castidad
1.1. Pureza de corazón y santidad
El fin último de nuestro camino es el reino de Dios; pero nuestro blanco, nuestro objetivo inmediato es la pureza del corazón. Sin ella es imposible alcanzar ese fin (CASIANO, Colaciones, 1, 4).
Oísteis que fue dicho a los antiguos: No adulteraras. Pues yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella. La justicia menor prohíbe cometer adulterio mediante la unión de los cuerpos; mas la justicia mas perfecta del reino de los cielos prohíbe cometerlo en el corazón. Y quien no comete adulterio en el corazón, mucho mas fácilmente cuida de no cometerlo con el cuerpo (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1, 23).
No se alcanza de golpe la perfección por solo desprenderse y renunciar a todas las riquezas y despreciar los honores, si no se añade esta caridad que el Apóstol describe en sus diversos aspectos. En efecto, ella consiste en la pureza de corazón. Porque el no actuar con frivolidad, ni buscar el propio interés, ni alegrarse con la injusticia, ni tener en cuenta el mal, y todo lo demás, ¿qué otra cosa es sino ofrecer continuamente a Dios un corazón perfecto y purísimo, y guardarlo intacto de toda conmoción de las pasiones? (CASIANO, Première Conférence, 6-7. En “Sources chretiennes”, 42, Le Cerf, 1955, p. 84).
No es pequeño el corazón del hombre capaz de abarcar tantas cosas. Si no es pequeño y si puede abarcar tantas cosas, se puede preparar en él un camino al Señor y trazar una senda derecha por donde camine la Palabra, la Sabiduría de Dios. Prepara un camino al Señor por medio de una buena conciencia, allana la senda para que el Verbo de Dios marche por ti sin tropiezos y te conceda el conocimiento de sus misterios y de su venida (ORÍGENES, Hom. 21 sobre S. Lucas).
1.2. Sin la santa pureza no se puede contemplar a Dios
¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. En primer lugar piensa en la pureza de tu corazón; lo que veas en el que desagrada a Dios, quítalo (SAN AGUSTÍN,Sermón sobre la Ascensión del Señor, 2).
¿Y qué cosa más cercana al hombre que su corazón? Allá, en el interior, es donde me han descubierto todos los que me han encontrado. Porque lo exterior es lo propio de la vista. Mis obras son reales y, sin embargo, son frágiles y pasajeras; mientras que yo, su Creador, habito en lo más profundo de los corazones puros (ANÓNIMO DEL SIGLO XIII, Meditación sobre la Pasión y Resurrección de Cristo, 38: PL 184, 766).
Ninguna virtud es tan necesaria como ésta (la castidad) para ver a Dios (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 15).
Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 95, sobre las bienaventuranzas).
Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado (SAN GREGORIO DE NISA, Hom. 6, sobre las bienaventuranzas).
Los placeres de la carne, como crueles tiranos, después de envilecer al alma en la impureza, la inhabilitan para toda obra buena (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1, 3).
Aunque los ciegos no vean, no por eso deja de brillar la luz del sol [...]. El hombre debe tener un alma pura como un brillante espejo. Una vez que la herrumbre empaña el espejo, el hombre no puede contemplar en él el nítido reflejo de su rostro. Del mismo modo, cuando el pecado se introduce en el hombre, imposibilita a este para ver a Dios [...] (S. TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Primer discurso a Autólico, 2, 7).
1.3. La pureza, íntimamente relacionada con la humildad
No es suficiente el ayuno corporal para conquistar y conservar la castidad perfecta. Contra este espíritu impuro ha de proceder la contrición del corazón, junto con la oración y la reflexión constante de las Escrituras. Hay que unir, además, el conocimiento de las cosas del espíritu y el trabajo, que tienen la propiedad de reprimir la inconstancia y veleidad del corazón. Y, sobre todo, es preciso haber echado sólidos cimientos de humildad (CASIANO, Instituciones, 6, 1).
Así como es imposible obtener la pureza si no nos cimentamos antes en la humildad, del mismo modo nadie puede llegar a la fuente de la verdadera ciencia si el vicio de la impureza permanece arraigado en el fondo del alma (CASIANO, Instituciones, 6, 18).
El que es casto en su cuerpo, no se gloríe de ello: sepa que de otro le viene la perseverancia en este don (SAN CLEMENTE, Epíst. a los Corintios, 38, 2).
El sentimiento de altivez que podría producir en nosotros la guarda de una falsa pureza, si descuidáramos la humildad, sería peor que muchos pecados e ignominias. Y cualquiera que fuere el posible grado de perfección en este aspecto, esa soberbia sería causa de que perdiésemos todo el merecimiento de nuestra castidad (CASIANO, Colaciones, 4, 16).
1.4. Necesaria para ser apóstol
La docilidad de los Magos a esta estrella nos invita a imitar su obediencia y nos impulsa, en la medida de nuestras posibilidades, a servir a esta gracia que llama a todos los hombres a Cristo. En efecto, quien lleva una vida recta e inmaculada dentro de la Iglesia, y gusta de los bienes de arriba más que de los bienes terrenos (cfr. Col 3, 2), se asemeja, de algún modo, a una luz celeste. Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una vida santa, enseña a muchos, lo mismo que una estrella, el camino que conduce a Dios (SAN LEON MAGNO, Sermón 3 para la Epifanía, 1, 2, 3, 5: PL 54, 244).
[...] sin ser (la pureza) la única ni la primera (virtud), sin embargo actúa en la vida cristiana como la sal que preserva de la corrupción, y constituye la piedra de toque para el alma apostólica (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Amigos de Dios, 175).
Comparo esta virtud a unas alas que nos permiten transmitir los mandatos, la doctrina de Dios, por todos los ambientes de la tierra, sin temor a quedar enlodados. Las alas -también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcanzan las nubes- pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo. Grabadlo en vuestras cabezas, decididos a no ceder si notáis el zarpazo de la tentación, que se insinúa presentando la pureza como una carga insoportable: ¡ánimo!, ¡arriba!, hasta el sol, a la caza del Amor. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 177).
1.5. Es consecuencia del amor
La pureza es exigencia del amor. Es la dimensión de su verdad interior en el corazón del hombre (JUAN PABLO II, Aud. gen. 3-XII-1980).
Donde no hay amor de Dios, reina la concupiscencia (SAN AGUSTÍN,Enquiridio, 117).
(Si el pecado original rompió la armonía de nuestras facultades), la continencia nos recompone; nos vuelve a llevar a esa unidad que perdimos (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 29).
La santa pureza no es ni la única ni la principal virtud cristiana: es, sin embargo, indispensable para perseverar en el esfuerzo diario de nuestra santificación y, si no se guarda, no cabe la dedicación al apostolado. La pureza es consecuencia del amor con el que hemos entregado al Señor el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos. No es negación, es afirmación gozosa (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 5).
1.6. El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la santa pureza
El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos (SAN BASILIO, Coment. sobre Isaías, 3).
Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y siga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 130).
1.7. Gula y lujuria
Entre la gula y la lujuria existe un parentesco y una analogía peculiares (CASIANO, Colaciones, 5, 10).
La gula es la vanguardia de la impureza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,Camino, n. 126).
Mal se podrá contener en la lujuria quien no corrija primero el vicio de la gula (CASIANO, Colaciones, 5, 10).
1.8. Especial necesidad de los medios sobrenaturales para vivir esta virtud
Cierto que para todo progreso en la virtud y para alcanzar el triunfo sobre un vicio cualquiera se necesita la gracia de Dios y es suya la victoria. Pero hay en la adquisición de la pureza una gracia particular del Cielo, un don especial (CASIANO, Instituciones, 6, 6).
Para conservar la castidad no bastan ni la vigilancia ni el pudor. Es necesario también recurrir a los medios sobrenaturales: a la oración, a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a una ardiente devoción hacia la Santísima Madre de Dios (Pío XII, Sacra virginitas, 25-3-1954).
Que nadie piense que ha adquirido la castidad a base de su trabajo personal. Nadie puede vencer la inclinación de la naturaleza; y por eso, cuando la mala inclinación ha sido vencida, hemos de reconocer que ha habido una intervención de Aquel que esta por encima (SAN JUAN CLÍMACO, Escala del paraíso).
1.9. Belleza de la castidad
Es digna de ser amada la belleza de la castidad, cuyo paladeo es más dulce que el de la carne, pues la castidad encierra un fruto muy suave y es la belleza sin mancha de los Santos. La castidad ilumina la mente y da salud al cuerpo (SAN ISIDORO, Sobre el bien supremo, II, 1, 9).
1.10. Necesidad de la mortificación. Otros medios
No paséis con ligereza por encima de esas normas que son tan eficaces para conservarse dignos de la mirada de Dios: la custodia atenta de los sentidos y del corazón; la valentía -la valentía de ser cobarde- para huir de las ocasiones; la frecuencia de los sacramentos, de modo particular la Confesión sacramental; la sinceridad plena en la dirección espiritual personal; el dolor, la contrición, la reparación después de las faltas. Y todo ungido con una tierna devoción a Nuestra Señora, para que Ella nos obtenga de Dios el don de una vida santa y limpia (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 185).
La castidad no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana (PABLO VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus, 24-VI-1967, n. 73).
Si vemos así la pureza como fruto y fuente de amor, la consolidaremos en nuestra vida, la amaremos y la custodiaremos en toda su maravillosa extensión y grandeza: Dios nuestro Señor nos pide la pureza de cuerpo, de corazón, de alma y de intención. La pureza es una virtud frágil, o mejor, llevamos el gran tesoro de esta virtud en vasos frágiles -in vasis fictilibus-; por esto le hace falta una custodia prudente, inteligente y delicada. Pero para la custodia y para la defensa de esta virtud tenemos armas invencibles: las armas de nuestra humildad, de nuestra oración y de nuestra vigilancia. (S. CANALS, Ascética meditada, p. 97).
La pureza del alma esta en razón directa de la mortificación del cuerpo. Ambas van a la par. No podemos, pues, gozar de la castidad si no nos resolvemos a guardar una norma constante en la temperancia (CASIANO,Instituciones, 5, 9).
(La penitencia) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 73).
A la impureza debemos poner el remedio de la oración. Como los ojos de los siervos están pendientes de las manos de sus señores, así debemos mirar al Señor Dios nuestro, hasta que tenga piedad de nosotros. Sólo Él es purísimo y sólo Él puede limpiar a quien ha sido concebido en pecado. Además, contra nuestros pecados instituyó el remedio de la Confesión, pues este Sacramento todo lo lava (SAN BERNARDO, Hom. en la festividad de todos los Santos, 1, 13).
Si queremos guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente, sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada (SANTO CURA DE ARS,Sermón sobre la penitencia).
Difícilmente se refrenaran las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si [...] se es incapaz de mortificar siquiera un instante las delicias del paladar (CASIANO, Colaciones, 5, 11).
No se puede andar haciendo equilibrios en las fronteras del mal: hemos de evitar con reciedumbre el voluntario in causa, hemos de rechazar hasta el más pequeño desamor; y hemos de fomentar las ansias de un apostolado cristiano, continuo y fecundo, que necesita de la santa pureza como cimiento y también como uno de sus frutos más característicos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 186).
1.11. El amor a la Virgen y la santa pureza.
Debemos profesar una ferviente devoción a la Santísima Virgen, si queremos conservar esta hermosa virtud; de lo cual no nos ha de caber duda alguna, si consideramos que ella es la reina, el modelo y la patrona de las vírgenes. San Ambrosio llama a la Santísima Virgen señora de la castidad; San Epifanio la llama princesa de la castidad, y San Gregorio, reina de la castidad [...] (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la pureza).
Mas para guardar inmaculada y perfeccionar la castidad, existe ciertamente un medio, cuya maravillosa eficacia se halla confirmada continuamente por la experiencia de siglos: Nos referimos a una devoción sólida y ardiente hacia la Virgen Madre de Dios. En cierto modo, todos los demás medios se resumen en esta devoción; porque todo el que vive sincera y profundamente la devoción mariana se siente ciertamente inclinado a vigilar, a orar, a acercarse al tribunal de la Penitencia y a la Eucaristía (Pío XII, Sacra virginitas, 57)
La Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, aquietará tu corazón, cuando te haga sentir que es de carne, si acudes a Ella con confianza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 504).
1.12. La santa pureza y la Sagrada Eucaristía
Cuanto más pura y más casta sea un alma, tanto más hambre tiene de este Pan, del cual saca la fuerza para resistir a toda seducción impura, para unirse mas íntimamente a su Divino Esposo: Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mi, y yo en él (LEÓN XIII, Enc. Mirae caritatis, 28-V-1902).
1.13. Es virtud para todos
¿Qué quieres que hagamos? ¿Subirnos al monte y hacernos monjes? Y eso que decís es lo que me hace llorar: que penséis que la modestia y la castidad son propias sólo de los monjes. No. Cristo puso leyes comunes para todos. Y así, cuando dijo el que mira a una mujer para desearla (Mt5, 28), no hablaba con el monje, sino con el hombre de la calle... Yo no te prohíbo casarte, ni me opongo a que te diviertas. Solo quiero que se haga con templanza, no con impudor, no con culpas y pecados sin cuento. No pongo por ley que os vayáis a los montes y desiertos, sino que seáis buenos, modestos y castos aun viviendo en medio de las ciudades (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 7, 7).
[...] cada uno en su sitio, con la vocación que Dios le ha infundido en el alma -soltero, casado, viudo, sacerdote- ha de esforzarse en vivir delicadamente la castidad, que es virtud para todos y de todos exige lucha, delicadeza, primor, reciedumbre, esa finura que solo se entiende cuando nos colocamos junto al Corazón enamorado de Cristo en la Cruz (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 184).
1.14. La castidad, sin la caridad, es «lámpara sin aceite»
Aunque la castidad sobresalga de modo eminente, sin la caridad no tiene valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite (SAN BERNARDO, Trat. sobre costumbres y ministerios de los obispos, 3, 8).
1.15. Pecados y vicios que se originan de la lujuria
(La lujuria origina) la ceguera de espíritu, la inconsideración, la precipitación, la inconstancia, el egoísmo, el odio a Dios, el apagamiento a este mundo, el disgusto hacia el mundo futuro (SAN GREGORIO MAGNO,Moralia, 31, 45).
¿No habéis visto a esos pacientes con parálisis progresiva, que no consiguen valerse, ni ponerse de pie? A veces, ni siquiera mueven la cabeza. Eso ocurre en lo sobrenatural a los que no son humildes y se han entregado cobardemente a la lujuria. No ven, ni oyen, ni entienden nada.Están paralíticos y como locos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 181).
Especialmente el fuego de la lujuria prende en seguida allí donde halla el veneno de la ira, que es como su excitante inmediato (CASIANO,Instituciones, 6, 23).
Quien no sabe dominar su concupiscencia es como caballo desbocado, que en su violenta carrera atropella cuanto encuentra, y él mismo, en su desenfreno, se maltrata y hiere (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, III, 5).
[...] Se sigue un doble acto desordenado. El primero hace referencia al fin, y es el egoísmo, que busca un placer desordenado y es causa del odio a Dios, impidiendo, con la misma fuerza de la concupiscencia, el amor de Dios. El segundo hace referencia a los medios, y es la complacencia en la vida presente, en la que se encuentra el placer, junto con la desesperación de la vida futura; pues quien no reprime los placeres carnales no se preocupa de adquirir los espirituales, sino que siente fastidio de ellos (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 153, a. 5 c).
Son individuos infelices, y de nuestra parte -además de las oraciones por ellos- brota una fraterna compasión, porque deseamos que se curen de su triste enfermedad; pero, desde luego, no son jamás ni más hombres ni más mujeres que los que no andan obsesionados por el sexo (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 179).
1.16. Crear un clima favorable a la castidad
Queremos en esta ocasión llamar la atención de los educadores y de todos aquellos a quienes incumbe una especial responsabilidad en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral. Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, el desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas, o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo por las autoridades públicas (PABLO VI, Enc. Humanae vitae, n. 22).
1.17. El celibato «por amor al reino de los cielos»
La continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos recomendada por Jesucristo Señor Nuestro, gozosamente abrazada y laudablemente observada por no pocos cristianos a través de los tiempos y también en nuestros días, siempre ha sido tenida en mucho por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal (CONC. VAT. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 16).
[...] lo mismo que en el amor humano, la plenitud de amor que lleva consigo el celibato exige una renovación realizada cada día en una renuncia alegre de sí mismo (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 94).
Tú, cultiva la vida afectiva, porque son reprendidos los que carecen de afecto, y con un sentimiento sano di: ¿Quién se pone enfermo que yo no desfallezca? (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 55).
Por la ley del celibato, el sacerdote, lejos de perder por completo el deber de la verdadera paternidad, lo realza hasta lo infinito, puesto que engendra hijos no para esta vida terrenal y perecedera, sino para la celestial y eterna (Pío XII, Menti nostrae).
Si se considera que el Amor encarnado entre los hombres evito cualquier atadura humana -por justa y noble que fuese- que pudiera en algún momento dificultar o restar plenitud a su total dedicación ministerial, se comprende bien la conveniencia de que el sacerdote haga lo mismo, renunciando libremente -por el celibato- a algo en sí bueno y santo, para unirse mas fácilmente a Cristo con todo el corazón (cfr. Mt 19, 12; I Cor 7, 32-34), y por Él y en Él dedicarse con más libertad al entero servicio de Dios y de los hombres (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 79).
La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15, 13; 3, 16); ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas, a las cuales Él ha hecho sentir sus llamadas mas comprometedoras (cfr. Mc 10, 21). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad» (L. G. n. 42); señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos (PABLO VI, Enc. Sacerdotalis coelibatus, n. 24).
Así el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia por amor de Cristo y de su reino, hallará la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque, como Él y en Él, ama y se da a todos los hijos de Dios (PABLO VI, Enc.Sacerdotalis coelibatus, n. 30).
El sacerdote, renunciando a esta paternidad que es propia de los esposos, busca otra paternidad y casi otra maternidad, recordando las palabras del Apóstol sobre los hijos, que el engendra en el dolor. Ellos son hijos de su espíritu, hombres encomendados por el Buen Pastor a su solicitud. Estos hombres son muchos, más numerosos de cuantos puede abrazar una simple familia humana. La vocación pastoral de los sacerdotes es grande y el Concilio enseña que es universal: está dirigida a toda la Iglesia y, en consecuencia, es también misionera. Normalmente, ella esta unida al servicio de una determinada comunidad del Pueblo de Dios, en la que cada uno espera atención, cuidado y amor. El corazón del Sacerdote, para estar disponible a este servicio, a esta solicitud y amor, debe estar libre. El celibato es signo de una libertad que es para el servicio. En virtud de este signo el sacerdocio jerárquico, o sea «ministerial», esta -según la tradición de nuestra Iglesia- más estrechamente ordenado al sacerdocio común de los fieles. (JUAN PABLO II, Carta Novo incipiente, n. 8).
1.18. El pudor y la modestia, «hermanos pequeños de la pureza»
El pudor advierte el peligro inminente, impide el exponerse a el e impone la fuga en ocasiones a las que se hallan expuestos los menos prudentes. El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, y detesta toda conducta inmodesta, aun la más leve; obliga con todo cuidado a evitar la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, porque llena plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo, que es miembro de Cristo (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-III-1954).
El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 128).
Léese en la Passio SS. Perpetuee et Felicitatis -considerada justamente como una de las joyas mas preciadas de la antigua literatura cristiana- que, cuando en el anfiteatro de Cartago la mártir Vibia Perpetua, lanzada al aire por una ferocísima vaca, cayó sobre la arena, su primer cuidado y su primer ademán fue arreglarse bien su túnica, que se le había abierto al costado, para recubrirla «pudoris potius memor quam doloris», más solícita del pudor que del dolor (Pío XII, Aloc. 6-X-1940).
Este huerto no lo asaltan los ladrones, porque lo defiende el muro infranqueable del pudor. Y como en la heredad cercada de recia valla rinden copiosos frutos la vida y el olivo, y difunde la rosa sus perfumes, así en este místico jardín abundan los frutos de la religión (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, I, 45).
La moda y la modestia deberían andar y caminar siempre juntas, como dos hermanas, pues que ambos vocablos tienen la misma etimología, del latín modas, que es tanto como recta medida, mas acá o mas allá de la cual no puede ya encontrarse lo justo (Pío XII, Aloc. 6-X-1940).
Todos los años sube al templo de Jerusalén a celebrar la Pascua, pero acompañada de José, su casto esposo, que es enseñar a las vírgenes a escudar su virginidad con el pudor, amparo a que debe acogerse quien quiera conservarla sin quebranto en esta vida (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 2, 14).
Cristo esta presente en todas partes. Y si nos preguntáis como lo llevareis, os contestamos que principalmente con vuestra modestia cristiana. Sin gazmoñerías ni encogimientos, con buen ánimo y decisión, imponed por doquier el buen tono de vuestro recato y vuestro pudor, como exteriorización natural de vuestra piedad (Pío XII, Aloc. 1-VII-1951).
2.1. Elección libre por amor a Dios
La virginidad no es para mandada, sino para aconsejada y deseada (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).
Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios? (SAN AMBROSIO Trat. sobre las vírgenes, 1).
Quienes se hayan dedicado a Cristo, apartándose de la concupiscencia carnal, se entreguen a Dios tanto en el espíritu como en la carne [...], y que no traten de adornarse ni de agradar a nadie más que a su Señor (SAN CIPRIANO, Sobre el modo de proceder de las vírgenes, 4).
¿Quién os ha dicho que, siendo libre la mujer para elegir esposo, no lo sea para consagrarse a Dios? ¿Tanto cambiaron las cosas, que haya venido a ser culpa y agravio de la Religión la defensa de la integridad corporal y la invitación a la virginidad, predicadas continuamente por el sacerdote santo como oficio propio de su sagrado ministerio? (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 27).
La virginidad misma no merece honores por ser virginidad, sino por estar dedicada al Señor [...]. Ni tampoco nosotros elogiamos en las vírgenes el que sean vírgenes, sino el que lo sean con pía continencia por estar consagradas a Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la santa virginidad, 8).
Tal es la finalidad principal y la razón primaria de la virginidad cristiana, a saber, dirigirse únicamente a las cosas divinas poniendo en ello la mente y el corazón; querer en todas las cosas agradar a Dios, pensar en Él constantemente y consagrarle por completo cuerpo y espíritu (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-3-1954, n. 5).
El celibato y la castidad perfecta dan al alma, al corazón y a la vida externa de quien los profesa, aquella libertad de la que tanta necesidad tiene el apóstol para poderse prodigar en el bien de las otras almas. Esta virtud que hace a los hombres espirituales y fuertes, libres y ágiles, los habitúa al mismo tiempo a ver a su alrededor almas y no cuerpos, almas que esperan luz de su palabra y de su oración, y caridad de su tiempo y de su afecto.
Debemos amar mucho al celibato y la castidad perfecta, porque son pruebas concretas y tangibles de nuestro amor de Dios y son, al mismo tiempo, fuentes que nos hacen crecer continuamente en este mismo amor. (S. CANALS, Ascética meditada, p. 93).
2.2. Virginidad, humildad y caridad
Puesto que la perpetua continencia, y más aún la virginidad, es un espléndido don de Dios en los santos, preciso es velar con suma vigilancia, no sea que se corrompa con la soberbia. Y cuanto mayor me parece este bien, tanto más temo que traidoramente lo arrebate la soberbia. Ese don de la virginidad nadie lo guarda mejor que Dios, pues Él mismo la concedió; y Dios es caridad. Por lo tanto, la guardiana de la virginidad es la caridad, pero el castillo de tal guardia es la humildad (SAN AGUSTÍN,Sobre la santa virginidad, 33).
No es fecunda la virginidad tan sólo por las obras exteriores a que pueden dedicarse por completo y con facilidad quienes la abrazan; lo es también por las formas más perfectas de caridad hacia el prójimo, cuales son las ardientes oraciones y los graves sufrimientos voluntarios y generosamente soportados por tal finalidad (Pío XII, Enc. Sacra virginitas, 25-III-54).
Hermosa es la unión de la virginidad y de la humildad; y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad (SAN BERNARDO, Hom. sobre la Virgen Madre, 1).
2.3. Matrimonio y virginidad
La santa virginidad supera en excelencia al matrimonio. Ya el Divino Redentor la había propuesto a sus discípulos como un consejo de vida más perfecta (cfr. 1 Cor 7, 33). [...] La virginidad consagrada a Dios es por sí misma una expresión tal de fe en el reino de los cielos y una prueba tal de amor al Divino Redentor, que no es de maravillar el que produzca tamaños frutos de santidad [...].
Recientemente hemos condenado, con tristeza de nuestra alma, la opinión de los que llegan a defender que el matrimonio es el único medio de asegurar a la persona humana su incremento natural y su debida perfección: afirman que la gracia divina, conferida por el sacramento del matrimonio ex opere operato, hace tan santo el uso del matrimonio que lo convierte en instrumento más eficaz aún que la misma virginidad para unir las almas con Dios. Doctrina ésta, que hemos denunciado como falsa y muy peligrosa. Verdad es que este sacramento concede a los esposos la gracia divina para cumplir santamente sus deberes conyugales, y que afianza los lazos del amor que recíprocamente les unen [...J.
Posible es llegar a la santidad, aun sin consagrar a Dios la propia castidad; bien lo prueba el ejemplo de tantos santos y santas, honrados por la Iglesia con culto público, que fueron fieles esposos, ejemplares padres y madres de familia; ni es raro tampoco hoy encontrar personas casadas que con todo empeño tienden a la cristiana perfección. (Pío XII, Sacra virginitas, 25-III-54).
La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos (JUAN PABLO II,Exhortac. Apost. Familiaris consortio, 22-XII-1981, n. 16).
Buena obra hace la que se casa; pero la que no se casa, hace mejor. Aquélla no peca escogiendo matrimonio, mas la virgen gozará de la eternidad, brillando perpetuamente en la gloria ]...[. No condeno a la casada, pero alabo fervorosamente a la virgen (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).
Quien condena al matrimonio, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente cuando es comparado con un mal, no es un bien demasiado grande; pero lo que es considerado como algo más excelente que los bienes considerados por todos como tales, es, ciertamente, un gran bien. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Trat. sobre la virginidad, 10).
Su condenación (del matrimonio) llevaría aparejada la de nuestro nacimiento, que no podría ser cosa buena siendo malo su origen. Por eso no van contra él mis alabanzas a la santa virginidad, ni pretendo con ellas alejar del matrimonio a los hombres, sino mostrarles un don precioso, que por ser desconocido de muchas almas tiene pocos devotos en el mundo, al revés del matrimonio, que nadie ignora, buscan muchos y a todos es lícito (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).
La virginidad mantiene viva en la Iglesia la conciencia del misterio del matrimonio y lo defiende de toda reducción y empobrecimiento.
Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre (cfr. 1 Cor 7, 32), ]...[ la virginidad testimonia que el Reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor aunque sea grande, es más, que hay que buscarlo como el único valor definitivo. Por eso, la Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios.
Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios. (JUAN PABLO II,Exhortac. Apost. Familiaris consortio, n. 16).
2.4. En María quedó consagrada la virginidad
La virginidad está consagrada en María y en Cristo (SAN JERÓNIMO,Epístola 22, a Eustaquio).
La dignidad virginal comenzó con la Madre de Dios (SAN AGUSTÍN,Sermón 51).
(Dios) amó tanto a esta virtud, que no quiso venir al mundo sino acompañado de ella, naciendo de Madre virgen (SAN AMBROSIO, Trat. sobre las vírgenes, 1).
Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres su gracia, cuando les llama con una vocación especifica, es como si les tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de amor, porque nos busca uno a uno, como a hijas e hijos suyos, y porque conoce nuestra debilidad. Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano, esa mano que Él nos acerca: Dios nos pide un esfuerzo, prueba de nuestra libertad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 17).
Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1).
3.4. Recibimos constantemente innumerables gracias y dones por parte de Dios
En ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón ]...[. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza (CASIANO, Colaciones, 4)
3.5. La Encarnación del Hijo de Dios, la mayor muestra de su Amor
]...[ ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1.c., 59).
¡Qué grande y qué manifiesta es esta misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una gran prueba de su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al titulo de hombre (SAN BERNARDO,Sermón 1, sobre la Epifanía).
Aprende, pues, ¡oh, hombre!, y conoce a qué extremos llegó Dios por ti. Aprende (en Belén) esa lección de humildad tan grande que te da un maestro sin hablar todavía. En el paraíso tú tuviste tal honor que pudiste poner nombres a todos los animales, y aquí tu Creador se ha hecho tan niño, que ni aun puede dar a la suya el de madre. Tú en aquel vastísimo lugar de ricos bosques te perdiste desobedeciendo. El se ha hecho hombre mortal en tan estrecha posada para buscar, muriendo, al que estaba muerto. Tú, hombre, quisiste ser Dios y pereciste. El, Dios, quiso ser hombre y te salvó. ¡Tanto pudo la soberbia humana que necesitó de la humildad divina para curarse! (SAN AGUSTÍN, Sermón 183).
3.6. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su Amor
El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones ]...[ (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 28).
Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el alma no tiene ningún grado de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios, por pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco amor. Cuanto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud (SAN JUAN DE LA CRUZ,Cántico espiritual, 11, 11).
No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).
Cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros le amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí (SAN BERNARDO, Sermón 83).
4. Presencia de Dios
4.1. El Señor está con nosotros: nos ve y nos oye
Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso—a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... —Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor, que está junto a nosotros y en los cielos. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 267).
Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de si mismo: Yo soy —dice— un Dios cercano, no lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. (S. COLUMBANO, Instrucciones sobre la fe, 1).
¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna. (S. AGUSTÍN, Sermón 21).
Nuestro Dios no nos pierde de vista, como una madre que está vigilando al hijito que da los primeros pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes». «¡Dios mío!, exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz: con ello tendré cuanto puedo desear» (Ex23, 13). Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el Corpus Christi).
Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 344).
No calles, no guardes silencio en su presencia. Háblale para que también El te hable (S. BERNARDO. Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 15).
Quien ama a Jesús está con Jesús y Jesús está con él. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 12).
Porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve. ¡Oh, Dios mío, qué daño hace en el mundo tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en guardarnos de descontentaros a Vos. (SANTA TERESA, Vida 2, 4).
Todo lo ve, incluso los pensamientos y los secretos de la voluntad. De ahí que también a los hombres de manera especial les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen está patente a la mirada divina. Todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de Él(Heb 4, 13). (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1, 1.c., p.36).
Llega sin ser visto y se aleja sin que se le sienta. Su presencia, por si sola, es luz del alma y del espíritu: en ella se ve lo invisible y se conoce lo incognoscible. (BEATO GUERRIC, Sermón 2° de Adviento).
Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Sólo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) ]...[. Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).
4.2. En medio de las ocupaciones
Cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entender que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior. (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 8).
No se os pide aplicación continua del espíritu que os haga olvidar vuestros asuntos y vuestros descansos. Sin descuidar vuestras ocupaciones, no se os pide más que hacer por Dios lo mismo que hacéis siempre por los que os aman y vosotros amáis. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).
Conviene que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios de modo repentino, en el momento en que nos decidimos a orar, sino que hay que procurar también que cuando está ocupada en otros menesteres, no prescinda del deseo y el recuerdo de Dios. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).
No te preocupes demasiado por saber quién está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).
Cuando dice: no andéis solícitos..., no quiere decir que no trabajéis, sino que las cosas del mundo no absorban nuestra alma: porque podemos trabajar sin que nos turbe la inquietud. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 87).
Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil seria abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡todo por darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 67).
Mis delicias, leemos en el libro de los Proverbios, son estar con los hijos de los hombres (7, 31). El paraíso de Dios, por decirlo así, es el corazón del hombre. Dios os ama: amadlo. Sus delicias son estar con vosotros: que las vuestras sean estar con él y pasar el tiempo de vuestra vida junto a aquel con quien esperáis pasar la eternidad en su amable compañía.
Tomad la costumbre de hablarle a solas, familiarmente, con confianza y amor, como a vuestro amigo, como al que más queréis y el que más os quiere. (S. ALFONSO Mª DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).
Cuando de dos cosas una es la razón de la otra, la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra ]...[.
Y como Dios es aprehendido por los santos como la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación al percibir las cosas sensibles o al contemplar o al hacer cualquiera otra cosa, en nada les impide la divina contemplación ni viceversa. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Supl., q. 82, a. 3).
4.3. Sintiéndonos templos de Dios
Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él. (SANTA TERESA, Vida, 10, 1).
¡Oh alma hermosísima más que todas las criaturas! Ya sabes el lugar que deseas. ¡Ya sabes dónde se encuentra tu Amado para buscarte y unirte con El! Tú misma eres su morada. Tú misma el escondite donde está escondido. ¡Alegría grande debe darte saber que está en ti misma! No puedes tú estar sin Él: Mirad, ¡dentro de vosotros está el reino de Dios!(Lc 17, 21); porque nosotros somos templo de Dios vivo (2 Cor 6, 16). (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 7).
Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivo más que suficiente para amarlo. (S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Efesios).
¿Cómo he podido yo saber que estaba presente? Porque está vivo y es eficaz; apenas entra en mí, despierta mi alma adormecida, vivifica, enternece y excita mi corazón embotado y duro como una piedra. Comienza por arrancar y destruir, por edificar y plantar, por regar mi sequedad, por iluminar mis tinieblas, por abrir lo que estaba cerrado, por inflamar mi frialdad, y también por enderezar los senderos tortuosos y allanar las rugosidades de mi alma, de tal suerte que pueda bendecir al Señor y que todo lo que hay en mí bendiga su santo Nombre (cfr. Sal 102, 1). (S. BERNARDO, Sermón 74 sobre el Cantar de los Cantares).
Considerad, pues, que hay sin duda dentro del alma de cada uno un pozo de agua viva ]...[. Dios está cerca de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y quita la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva (ORIGENES, Hom. sobre el Génesis, 13).
4.4. El cristiano ha de procurar que la presencia de Dios sea continua
Porque yendo con consideración todo es amor. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, 7).
Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos. (S. AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 148).
Nada hay mejor, que la oración y coloquio con Dios ]...[. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).
Así, pues, todo hombre que vive entre los hombres busque a Aquel a quien ama de modo que no abandone a aquel con quien camina; y preste a éste su auxilio de tal manera que bajo ningún motivo se separe de aquel a quien se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evangelios).
Debemos considerar como una infidelidad a nuestros ojos el alejarnos, aunque no sea más que un instante, de la contemplación de Cristo. (CASIANO, Colaciones, 1).
Aspira, pues, a Dios muy a menudo ]...[, con breves pero ardientes suspiros del corazón, admira su hermosura; implora su auxilio, arrójate en espíritu a los pies de la cruz, adora su bondad, consúltale continuamente sobre tu salud espiritual, entrégale mil veces al día tu alma, fija la vista interior en su dulzura; extiende hacia Él los brazos como un niño chiquito a su padre, para que Él te lleve; ponle como delicioso ramillete sobre tu pecho, fijare en tu alma como bandera y ejercita todos los movimientos del corazón para concebir amor de Dios y excitar en ti una tierna y apasionada dilección del divino Esposo. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 13).
Así como los que están enamorados con amor humano y natural casi siempre tienen empleado el pensamiento en recordar, el corazón en estimar y la boca en alabar al objeto de sus amores, y cuando se hallan ausentes no pierden ocasión de manifestar su afecto por cartas, y en cualquier árbol que encuentran escriben el nombre de la persona amada, así los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, suspirar por Él, aspirar a Él y hablar de Él, y quisieran, si fuese posible, grabar en todos los corazones del mundo el santo y sagrado nombre de Jesús (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 13).
Este debe ser nuestro principal objetivo y el designio de nuestro corazón: que nuestra alma esté unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir, el último de todos. Inclusive debemos considerarlo como un daño positivo. (CASIANO,Colaciones, 1).
Reflexionad bien qué es en lo que estáis pensando a todas horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros en la extensión de sus posesiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y cuando el alma se ocupa de tales cosas queda doblada de la rectitud de su estado; y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia arriba, como la mujer encorvada (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 31 sobre los Evang.).
La oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa (cfr. Sal 126, 1). (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 8).
Y creedme, mientras pudiéredes no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis —como dicen—echar de vos, no os faltará para siempre, ayudaros ha en todos vuestros trabajos, tenerle heis en todas partes; mirad que es gran cosa un tal amigo al lado. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 26, 1).
Si este comportamiento es frecuente, ¡cuántos pecados se evitarían y cuántas acciones buenas se realizarían! ]...[. Porque si el recuerdo de un hombre valiente y sabio nos incita a imitarlo y reprime nuestra tendencia al mal, cuánto más nos ayudará en la oración el recuerdo de Dios, nuestro Padre, si estamos convencidos de su presencia y de que nos escucha y nos habla. (ORIGENES, Tratado sobre la oración, 8-9)
4.5. Especialmente al comenzar y al terminar el día
Del mismo modo que la pureza y la atención durante el día preparan una noche santa, así las vigilias nocturnas nos hacen atesorar energías para toda la jornada. (CASIANO, Instituciones, 6).
Oremos con acción de gracias al despuntar el nuevo día, al salir de casa, antes de comer y después de haber comido, a la hora de ofrecer incienso y entregarnos al descanso. Y aun en la misma cama quiero que alternes los salmos con la oración dominical, ya antes de que el sueño domine, ya cuando despiertes, para que el sueño te coja libre de pensamientos mundanos y ocupada en los divinos. (S. AMBROSIO, Sobre las vírgenes, 3).
Antes de que amanezca el día en el firmamento, luzca el sol de la gracia en nuestro pecho y salga de nuestros labios la confesión del Símbolo, como signo de defensa y amparo contra los peligros que rodean la vida. ¿Qué soldado va a la guerra sin llevar su santo y seña? (SAN AMBROSIO,Sobre las vírgenes, 3).
4.6. «Industrias humanas» para tener presencia de Dios
Emplea esas santas «industrias humanas» que te aconsejé para no perder la presencia de Dios: jaculatorias, actos de Amor y desagravio, comuniones espirituales, «miradas» a la imagen de Nuestra Señora... (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 272).
Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 149).
Las criaturas son como un rastro del paso de Dios. Por esta huella se rastreará su grandeza, poder, sabiduría y todos sus atributos. (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 5, 3).
¡Qué felices seríamos de no tener sino a Jesús en el entendimiento, a Jesús en la memoria, a Jesús en la voluntad, a Jesús en la imaginación! Jesús estaría por todo en nosotros, y nosotros estaríamos por todo en Él. Tratemos de que sea así; pronunciémosle tan a menudo como podamos. Aunque no sea sino tartamudeando ]...[. (S. FRANCISCO DE SALES,Epistolario, fragm. 20, 1.c., p. 654).
Rezaremos algunas preces en honor del santo Ángel de la Guarda, y no dejaremos nunca de bendecir la mesa, ni de dar gracias después de la comida, de rezar el Ángelus, y el Ave María cuando dan las horas: todo lo cual nos va recordando nuestro último fin, nos hace presente que en breve ya no estaremos en la tierra, y así nos iremos desligando de ella ]...[. Ya veis, cuán fácil es orar constantemente, practicando lo que hemos dicho. Esta es la manera como oraban siempre los santos. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la oración).
No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. Él te espera. No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de rezar a María Inmaculada una jaculatoria siquiera cuando pases junto a los lugares donde sabes que se ofende a Cristo. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 269).
Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 302).
4.7. Jaculatorias
¿Cuándo llegará la hora de su presencia? Cuando le veamos cara a cara, como dice el Apóstol; esto es lo que nos promete Dios como premio a nuestros trabajos. Cuando trabajas para esto lo haces: para llegar a la visión. (S, AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 90).
Ayuda para la memoria continua de Dios y el andar siempre en su presencia, el uso de aquellas breves oraciones que S. Agustín llama jaculatorias, porque éstas guardan la casa del corazón y conservan el calor de la devoción. (S. PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, II, 2).
Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta. (S. AGUSTIN, Carta 130, a Proba).
Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez impreso el camino de la verdad. (SANTA TERESA, Vida, I, 4).
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me inundare (Mt 8, 2.), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21, 17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed aditiva incredulitatem meam (Mc 9, 23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine non sum dignus (Mt 8, 8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20, 28), ¡Señor mío y Dios mío!... U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 119).
4.8. La plenitud de la presencia de Dios tendrá lugar después de esta vida
Yo estaré con vosotros ]...[. El que en la vida presente permanece con sus escogidos, protegiéndoles, también estará con ellos después que esto haya concluido, premiándolos. (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. III, pp. 432-433).
Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo aquel que le sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo infinito de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegidos es presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida. (SAN GREGORIO MAGNO Hom. 14 sobre los Evang.).
Podemos decir que el Señor viaja con aquellos que viven dentro de la fe ]...[, y estará con nosotros (en este mundo) hasta que, saliendo de nuestros cuerpos, nos reunamos con Él (en el cielo). (ORIGENES, enCatena Aurea, vol. III, p. 225).
4.9. A través de la Virgen
]...[ no nos importe repetirlo durante el día—con el corazón, sin necesidad de palabras—pequeñas oraciones, jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios encendidos en las Letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que —por un santo pudor que Ella entiende y aprueba— no nos atreveríamos a pronunciar en voz alta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 294).
Si te acostumbras, siquiera una vez por semana, a buscar la unión con María para ir a Jesús, verás cómo tienes más presencia de Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 276).
5. Rectitud de intención
5.1. Actuar de cara a Dios y no de cara a los hombres
No te preocupes demasiado por saber quién está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).
Pureza de intención. –La tendrás siempre, sí, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 287).
La presencia y el respeto de los hombres no le moverá a ser más honesto, ni disminuirá en nada su virtud la soledad. Siempre y dondequiera, lleva consigo el árbitro supremo de sus actos y de sus pensamientos: su conciencia. Y todo su empeño consiste en complacer a Aquel a quien sabe que no se puede eludir ni defraudar. (CASIANO, Colaciones, 11).
El corazón del hombre camina derecho cuando va de acuerdo con la voluntad divina. (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1.c., 142).
En los trabajos con que busco la nave, no es la nave lo que busco, sino la patria. (S. AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).
No nos seduzca ninguna prosperidad halagüeña, porque es un viajero necio el que se para en el camino a contemplar los paisajes amenos y se olvida del punto al que se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 14 sobre los Evang.).
Es imposible al que tiene una doble voluntad pelear y salir airoso de las batallas del Señor: El hombre dé doble corazón -dice la Escritura- es inconstante en todos sus caminos. (CASIANO, Instituciones, 7).
Hay muchos que se sienten impulsados a hacer cosas buenas refiriéndolo todo a Dios, de modo que no son ellos mismos sino su Padre celestial quien resulta glorificado. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 19).
La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención! (S. CANALS, Ascética meditada, p. 143).
Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, vol. I, p. 344).
El que no procura ser visto por los hombres, aun cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que actúa en presencia de ellos: el que hace algo por Dios, no ve más que a Dios en su corazón, por quien hace aquello, como el artista tiene siempre presente a aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 337).
Tened confianza, carísimo amigo, le decía el sacerdote que le asistía, después de haberle administrado los últimos sacramentos. Os habéis comportado con suma integridad en vuestra vida sacerdotal, y los millares de sermones que habéis predicado sostendrán vuestra causa ante Dios, defendiéndoos contra la insuficiencia de la vida interior de que habláis. -¡Mis sermones! ¡Con qué ojos tan distintos los contemplo en estos momentos! ¡Ah! Si Nuestro Señor no empieza a hablarme de ellos, seguramente que no seré yo el primero en mencionarlos. (J.B. CHAUTARD, El alma de todo apostolado, pp. 107-108).
5.2. Rectificar muchas veces la intención
El que desea saber si habita en él Dios, examine sinceramente el fondo de su corazón e indague con empeño con qué humildad resiste al orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué medida vence los halagos y se alegra con el bien ajeno. Examine sí no desea volver mal por mal y sí prefiere perdonar las injurias antes que perder la imagen y semejanza de su Creador. (S. LEÓN MAGNO, Sermón 8, para la Epifanía).
(Debemos) examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. sobre Ezequiel 2).
La inclinación de la carne, la propia voluntad, la esperanza del galardón, la afección del provecho pocas veces nos dejan. (Imitación de Cristo, I, 15, 2).
Pureza de intención. -Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gracia, vences.
Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo -por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloría.
Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor, para mi nada quiero. -Todo para tu gloría y por Amor». (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Camino, n. 788).
Todos los males mortifican a los hijos del diablo, pero el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios que a los hijos del diablo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).
Volved, hermanos carísimos, dentro de vuestro corazón y ved siempre qué es lo que a todas horas estáis revolviendo en vuestros pensamientos: el uno en los honores, el otro en las riquezas, aquel en la extensión de sus predios. Todas estas cosas de abajo son, y cuando el alma se enreda en ellas, declina el estado de su rectitud. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 31).
5.3. Huir del aplauso humano
Examina bien los motivos que te impulsan a obrar para descubrir las emboscadas de la vanidad y del amor propio; sólo a Dios debes referir todo el bien que hagas, porque has de saber que es una gran ganancia mantener oculta y secreta una obra buena de modo que sólo Dios la conozca; sí por descuido tuyo viene a ser conocida de los hombres, pierde casi todo su valor, como un hermoso fruto que los pájaros han empezado a picotear. (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 48).
De nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes).
Tampoco aquí se dice que sea ilícito el ser vistos de los hombres, sino el obrar para ser vistos de ellos. Es superfluo repetir siempre lo mismo, ya que la regla que debe observarse es una sola: temer y rehuir, no que los hombres conozcan nuestras buenas obras, sino el hacerlas con la intención de que nuestro galardón sea el aplauso humano. (S. AGUSTÍN,Sobre el Sermón de la Montaña, 2).
Todo lo que a tu alrededor o en ti mismo te conduce a la presunción, recházalo. No presumas más que de Dios; ten necesidad únicamente de él y él te llenará. (S. AGUSTÍN, Coment. sobre el salmo 85).
5.4. El premio de las obras hechas con rectitud de intención
Jamás llegaremos a comprender el grado de gloria que nos proporcionará en el cielo cada acción buena, sí la realizamos puramente por Dios. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la esperanza).
La serpiente (se refiere a la vanagloria) que debemos vigilar es invisible; entra en secreto y seduce. Sí esta invasión del enemigo sucede en un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las influencias de un espíritu extraño (y puede rectificar); pero si el corazón está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del demonio. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).
]...[ En todo el bien que hacemos a nuestro prójimo, hemos de tener como objetivo el agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando vuestras limosnas no vayan acompañadas de estas dos intenciones, la obra buena resultará perdida para el cielo. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).
Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra; porque es fácil no buscar la propia alabanza cuando ésta es negada, pero es difícil no complacerse en ella cuando se ofrece. (S. AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).
Aquel que, después de ser menospreciado, deja de hacer el bien que hacía, da a entender que actúa por el aplauso de los hombres; pero si en cualquier circunstancia hacemos el bien a los demás, tendremos una grandísima recompensa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. II, p. 43).
5.5. Frutos
No existen los fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios, contando siempre con su gracia y con nuestra nada. (J. ESCRIVÁ DE BALAOLER, Es Cristo que pasa, 76).
Si fuese Dios siempre el fin último de nuestro deseo, no tan presto nos turbaría la contradicción de nuestra sensualidad. Pero muchas veces tenemos algo de dentro escondido, o algo ocurre fuera cuya afición nos lleva tras sí. Muchos buscan su propio interés secretamente en las obras que hacen, y no lo entienden; y paréceles estar en buena paz cuando se hacen las cosas a su propósito; mas sí de otra manera suceden, presto se alteran y entristecen. (Imitación de Cristo, I, 14, 2).
Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te responderé: «Muéstrame primero qué tal sea tu persona», y entonces te mostraré a mi Dios. Muéstrame primero si los ojos de tu mente ven, si los oídos de tu corazón oyen. (S. TEÓFILO DE ANTIOQUIA, Libro 1).
No es pequeño fruto el desprecio de la gloria humana; y es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 380).
5.6. Rectitud de intención del sacerdote
He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención: 1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve. 2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por el contrarío, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo por Dios. 3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloría de Dios. (S. ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Plática sobre el amor a Dios, 1.c., p. 312).
6. Tibieza
6.1. Tristeza y pereza en el trato con Dios. Causas
Una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan (SANTO TOMÁS,Suma Teológica, 1, q. 63, a. 2 ad 2).
Tristeza ante el bien espiritual y divino (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 3).
No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).
No por causa de faltas aisladas merece uno el reproche de ser tibio. La tibieza es más bien un estado que se caracteriza por no tomar en serio, de un modo más o menos consciente, los pecados veniales, un estado sin celo por parte de la voluntad. No es tibieza el sentirse y hallarse en estado de sequedad, de desconsuelo y de repugnancia de sentimientos contra lo religioso y lo divino, porque, a pesar de todos estos estados, puede subsistir el celo de la voluntad, el querer sincero. Tampoco es tibieza el incurrir con frecuencia en pecados veniales, con tal de que se arrepienta uno seriamente de ellos y los combata. Tibieza es el estado de una falta de celo consciente y querida, una especie de negligencia duradera o de vida de piedad a medias, fundada en ciertas ideas erróneas: que no debe ser uno minucioso, que Dios es demasiado grande para ser tan exigente en las cosas pequeñas, que otros también lo practican así, y excusas semejantes (B. BAUR, La confesión frecuente, p. 103).
La diferencia entre la caridad y la devoción es la misma que hay entre el fuego y la llama ]...J. Así que la devoción sólo añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, I, 1).
Esa tristeza es una carencia de grandeza de ánimo; no quiere proponerse la empresa grande propia de la naturaleza del cristiano. La «acedia» es una humildad pervertida; no quiere aceptar los bienes sobrenaturales, porque implican esencialmente una exigencia para el que los recibe [...].
La «acedia» es, en la medida en que pasa del terreno del afecto al de la decisión espiritual, una aversión consciente, una auténtica huida de Dios. El hombre huye ante Dios porque le ha elevado a un modo de ser superior, divino, y le ha obligado, por tanto, a una norma superior de deber. La «acedia» finalmente, es una franca «detestatio boni divinis», lo cual significa la monstruosidad de que el hombre tenga la convicción y el deseo expreso de que Dios no le debería haber elevado sino «dejado en paz».
La pereza como pecado capital es la renuncia malhumorada y triste, estúpidamente egoísta, del hombre a la «nobleza que obliga» de ser hijos de Dios (J. PIEPER, Sobre la Esperanza, pp. 61-63).
Y pierden del todo el agua, sin beber poca ni mucha, ni de charco ni de arroyo (SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 5).
¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma; pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos! (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 39).
Suelen tener tedio (los principiantes) en las cosas que son más espirituales y huyen de ellas, como son aquellas que contradicen el gusto sensible [...]. Y así por esta acedia posponen el camino de perfección (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 7).
Debemos observar que el siervo inútil llama duro a su señor, a quien sin embargo rehúsa servir, y dice que temió negociar con el talento recibido el que sólo debía temer devolvérselo a su señor sin lucro alguno. Pues hay muchos dentro de la Santa Iglesia de los que es una viva imagen este siervo, los cuales temen emprender el camino de mejor vida y no temen permanecer en la indolencia; y considerándose pecadores, tiemblan de entrar en las vías de la santidad, y no tiemblan de seguir en sus vicios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).
6.2. Síntomas de la tibieza
[...] porque de razón de tibieza es no se le dar mucho, ni tener solicitud interior por las cosas de Dios [...]. Lo que es sólo sequedad purgativa tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena, como digo, de que no sirve a Dios [...] (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 9).
Nadie atribuya su descarrío a un repentino derrumbamiento, sino a haber seguido malos consejos o haberse apartado de la virtud poco a poco, por una pereza mental prolongada. De ese modo es como comienzan a ganar terreno insensiblemente los malos hábitos, y sobreviene una situación extrema. El derrumbamiento -se lee en los Proverbios- viene precedido por un deterioro y éste por un mal pensamiento (Prov 16, 18). Sucede lo mismo que con una casa: se viene abajo un buen día sólo en virtud de un antiguo defecto en los cimientos, o por una desidia prolongada de sus moradores. Gotitas muy pequeñas penetran imperceptiblemente, corroyendo los soportes del techo; y gracias a esa falta de atención repetida, se agrandan los boquetes y los desperfectos. Después la lluvia y la tempestad penetran a mares (CASIANO, Colaciones, 6).
(La curiosidad) embaraza los sentidos, inquieta el ánimo y derrámala en muchas partes, y así impide la devoción (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA,Trat. de la oración y meditación, 2,3).
Así se apodera poco a poco el enemigo del todo, por no resistirle al principio. Y cuanto uno fuere más perezoso en resistir, tanto cada día se hace más flaco, y el enemigo contra él más fuerte (Imitación de Cristo, I, 13, 5).
El alma tibia no está aún absolutamente muerta a los ojos de Dios, ya que no están enteramente extinguidas en ella la fe, la esperanza y la caridad, que constituyen su vida espiritual. Pero su fe es una fe sin celo; su esperanza, una esperanza sin firmeza; y su caridad, una caridad sin ardor. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).
Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo género de persona es muy dañoso, mucho más lo es en los que comienzan, porque [...] siendo aún nuevo y mozo, comienza a tratarse y regalarse como viejo (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 5).
(El tibio) se parece a una persona que sintiese deseos de pasear en carro triunfal, mas no se dignase ni tan sólo levantar el pie para subir a él (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).
Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o «cuquería» el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 331).
6.3. Consecuencias
Muchos hay que envejecen en la tibieza y relajación que han contraído en su adolescencia, intentando granjearse autoridad no por la madurez de su vida, sino por su edad avanzada (CASIANO, Colaciones, 2).
Con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 3).
(Los demonios, a quienes están metidos en la tibieza y no hacen nada por salir de ella) empiezan a despojarles del temor y recuerdo de Dios, así como de la meditación espiritual. Luego, una vez desarmados del socorro y protección divinos, se abalanzan osados sobre sus víctimas como sobre una presa fácil. Y así acaban por establecer allí su morada, cual si fuera una posesión que ha sido entregada en sus manos (CASIANO, Colaciones, 7).
(De la tibieza) nace la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la falta de esperanza, la indolencia en lo tocante a los mandamientos, la divagación de la mente por lo ilícito (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 31).
Las imperfecciones de aquellos que caminan con tibieza a la perfección, por más que las sufran los fuertes y tolerantes, los mismos imperfectos no pueden soportarlas. Mejor dicho, no pueden sufrir que les sufran. Viven en su corazón y están connaturalizadas con ellos las causas de sus enojos; por eso no les dejan vivir en paz y armonía. Les sucede lo que a los enfermos, imputan a negligencia de los cocineros o de sus domésticos las repugnancias de su estómago enfermizo. Y por mucho que se esmere uno en atenderles, no dejan de hacer responsables a los sanos de su abatimiento morboso, sin percatarse de que éste se encuentra en sí mismos y responde al estado anormal de su salud quebrantada (CASIANO,Colaciones, 16).
En fin, van siempre errantes al albur de una imaginación sin freno. Ni pasa por sus mentes lamentarse cuando se ven alejados de la divina contemplación, que es algo único y simplicísimo. Más: no tienen nada cuya pérdida puedan deplorar. Abriendo su alma de par en par a todo pensamiento que la invade, no tienen ningún objeto en que afincarse y que polarice todos sus deseos (CASIANO Colaciones, 23).
Porque dormir es morir. Dormitar antes del sueño significa debilitarse la salud; porque por la enfermedad se llega al sueño de la muerte (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 12 sobre los Evang.).
(Palabras de S. Basilio a un monje poco entregado). «Et senatorem perdidisti, et monachum non fecisti»: Has sacrificado al senador y no has hecho al monje (CASIANO, Instituciones, 7).
La devoción, que Santo Tomás define como «voluntad decidida para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios», desaparece en el estado de tibieza (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 82, a. 1).
A medida que el alma se vea endurecida con sus acciones, cuesta más el ablandarla para las cosas que pertenecen al amor de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).
Todo le indigna, todo le exaspera; el trabajo le causa tedio y es motivo para que murmure sin cesar. No conoce moderación ninguna, y como un caballo indómito corre vertiginoso y sin freno hacia el precipicio. Vive descontento de todo; del régimen de vida, del vestido, de la convivencia con los hermanos. Y dice paladinamente que no podrá soportar por mucho tiempo tal estado de cosas (CASIANO, Instituciones, 7).
Las más de las veces se funda en no haber renunciado en un principio con sinceridad a todas las cosas y en un amor tibio hacia Dios (CASIANO,Instituciones, 7).
6.4. Remedios
Nosotros somos los vasos, Cristo es la fuente (SAN AGUSTÍN, Sermón 289).
Hemos de huir siempre del pecado; pero la tentación del pecado hay que vencerla unas veces huyendo y otras ofreciendo resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta el incentivo del pecado, como sucede en la lujuria [...]. Resistiendo, empero, cuando el pensar detenidamente en el objeto que la provoca, ayuda a alejar el peligro, que precisamente nace de no considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en los bienes espirituales más nos agrada, y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1).
Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios, que si nos esforzamos poco a poco, aunque no sea enseguida, podremos llegar con su favor a lo mismo que muchos santos (SANTA TERESA, Vida, 13, 2).
Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado. –Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: «confige timore tuo carnes meas!» -¡dadme, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 326).
Que siempre vuestros pensamientos sean animosos, que de aquí vendrá el que el Señor os dé gracias para que lo sean las obras (SANTA TERESA,Meditaciones sobre los cantares, 2, 19).
Cristo es fuente de vida: acércate, bebe y vive; es luz: acércate, ilumínate y ve. Sin su influjo estarás seco y ciego (SAN AGUSTÍN, Sermón 284).
6.5. El amor a la Virgen, remedio contra la tibieza
El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 492).
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