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8 de febrero. SAN JERÓNIMO EMILIANI

De las cartas de san Jerónimo Emiliani a sus hermanos de religión (Venecia, 21 de junio de 1535)

Sólo en el Señor debemos confiar

Hermanos dilectísimos en Cristo e hijos de la Sociedad de los Siervos de los pobres:

Os saluda vuestro humilde padre, y os exhorta a que perseveréis en el amor de Cristo y en la fiel observancia de la ley cristiana, tal como os lo demostré de palabra y obra cuando estaba con vosotros, a fin de que el Señor sea glorificado por mi en vosotros.

Nuestro fin es Dios, fuente de todo bien, y, como decimos en nuestra oración, sólo en él debemos confiar, y no en otros. Nuestro Señor, que es benigno, queriendo aumentar vuestra fe (sin la cual, como dice el Evangelio, Cristo no pudo hacer muchos milagros) y escuchar vuestra oración, determinó que vivierais pobres, enfermos, afligidos, cansados y abandonados de todos, y que os vieseis incluso privados de mi presencia corporal, aunque no de la presencia espiritual de este vuestro pobre padre, que tanto os ama.

Sólo Dios sabe por qué obra así con vosotros; pero podemos sospechar tres razones:

La primera, que nuestro Señor os quiere contar entre sus hijos queridos, con tal que perseveréis en sus caminos; esto es lo que suele hacer con sus amigos para santificarlos.

La otra razón es que pretende haceros confiar exclusivamente en él. Dios, como os he dicho, no realiza sus obras en aquellos que se resisten a depositar en él totalmente su fe y su esperanza; en cambio, infunde la plenitud de su caridad en aquellos que están llenos de fe y esperanza, y realiza grandes obras en ellos. Por eso, si tenéis auténtica fe y esperanza, hará con vosotros grandes cosas, él, que exalta a los humildes. Al hacer que me haya alejado de vosotros, y al alejar también a cualquier otro que goce de vuestro favor, Dios os da a elegir entre dos cosas: apartaros de la fe, volviendo a las cosas del mundo, o permanecer fuertes en la fe y obtener así su aprobación.

He aquí pues, la tercera razón: Dios quiere probaros como al oro en el crisol. El fuego va consumiendo la ganga del oro, pero el oro bueno permanece y aumenta su valor: De igual modo se comporta Dios con su siervo bueno que espera y persevera en la tribulación. El Señor lo levanta y le devuelve, ya en este mundo, el ciento por uno de todo lo que dejó por amor suyo, y después le da la vida eterna.

Así es como se comporta Dios con todos sus santos. Así hizo con el pueblo de Israel después de que pasó tantas tribulaciones en Egipto: lo condujo por el desierto entre prodigios, lo alimentó con el mana y sobre todo le dio la tierra prometida. Si vosotros perseveráis constantes en la fe en medio de las tentaciones, Dios os dar paz y descanso temporal en este mundo, y sosiego imperecedero en el otro.

10 de febrero. SANTA ESCOLÁSTICA, VIRGEN

De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno, papa (Libro 2, 33: PL 66, 194-196)

Pudo más porque amó más

Escolástica, hermana de Benito, dedicada desde su infancia al Señor todopoderoso, solía visitar a su hermano una vez al año. El varón de Dios se encontraba con ella fuera de las puertas del convento, en las posesiones del monasterio.

Cierto día, vino Escolástica, como de costumbre, y su venerable hermano bajó a verla con algunos discípulos, y pasaron el día entero entonando las alabanzas de Dios y entretenidos en santas conversaciones. Al anochecer, cenaron juntos.

Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces aquella santa mujer le dijo:

«Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana.»

A lo que respondió Benito: «Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento.»

Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.

Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.

Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y entristecerse, diciendo: «Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas de hacer?»

Respondió ella: «Te lo pedí y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, y me escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve al monasterio.»

Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.

No es de extrañar que al fin la mujer fuera más poderosa que el varón, ya que, como dice Juan: Dios es amor, y, por esto, pudo más porque amó más.

A los tres días, Benito, mirando al cielo, vio como el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.

Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en Dios, no vieron tampoco sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura.

11 de febrero. NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

De una carta de santa María Bernarda Soubirous, virgen (Carta al padre Gondrand, año 1861: cf. A. Ravier, Les écrits de sainte Bernadette Soubirous, París 1961, pp. 53-59)

La Señora me habló

Cierto día fui a la orilla del río Gave a recoger leña con otras dos niñas. En seguida oí como un ruido. Miré a la pradera; pero los árboles no se movían. Alcé entonces la cabeza hacia la gruta y vi a una mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus pies una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario.

Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Metí la mano en el bolsillo para buscar mi rosario. Quise hacer la señal de la cruz, pero fui incapaz de llevar la mano a la frente. Cuando la Señora hizo la señal de la cruz, lo intenté yo también y, aunque me temblaba la mano, conseguí hacerla. Comencé a rezar el rosario, mientras la Señora iba desgranando sus cuentas, aunque sin despegar los labios. Al acabar el rosario, la visión se desvaneció.

Pregunté entonces a las dos niñas si habían visto algo. Ellas lo negaron y me preguntaron si es que tenía que hacerles algún descubrimiento. Les dije que había visto a una mujer vestida de blanco, pero que no sabía de quién se trataba. Les pedí que no lo contaran. Ellas me recomendaron que no volviese más por allí, a lo que me opuse. El Domingo volví, pues sentía internamente que me impulsaban...

Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez, y me preguntó si querría ir durante quince días. Le dije que sí, y ella añadió que debía avisar a los sacerdotes para que edificaran allí una capilla. Luego me ordenó que bebiera de la fuente. Como no veía ninguna fuente, me fui hacia el río Gave, pero ella me indicó que no hablaba de ese río, y señaló con el dedo la fuente. Me acerqué, y no había más que un poco de agua entre el barro. Metí la mano, y apenas podía sacar nada, por lo que comencé a escarbar y al final pude sacar algo de agua; por tres veces la arrojé y a la cuarta pude beber. Después desapareció la visión y yo me marché.

Volví a ir allí durante quince días. La Señora se me apareció como de costumbre, menos un Lunes y un Viernes. Siempre me decía que advirtiera a los sacerdotes que debían edificarle una capilla, me mandaba lavarme en la fuente y rogar por la conversión de los pecadores. Le pregunté varias veces quién era, a lo que me respondía con una leve sonrisa. Por fin, levantando los brazos y los ojos al cielo, me dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción.»

En aquellos días me reveló también tres secretos, prohibiéndome absolutamente que los comunicase a nadie; lo que he cumplido fielmente hasta ahora.

14 de febrero. SAN CIRILO, MONJE, Y SAN METODIO, OBISPO, PATRONOS DE EUROPA

De la Vida eslava de Constantino Cirilo (Cap. 18: Denkschriften der kaiserl. Akademie der Wissei schaften 19, Viena 1870, p. 246)

Acrecienta tu Iglesia y reúne a todos sus miembros en la unidad

Cargado de trabajos, Constantino Cirilo cayó enfermo estuvo muchos días con fiebre y un día tuvo una visión de Dios y empezó a cantar así: «Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa Señor”; se regocijan mi corazón y mi espíritu.»

Revestido de sus ornamentos, se pasó todo aquel día lleno de contento, diciendo: «Desde ahora ya no soy siervo ni del emperador ni de hombre alguno sobre la tierra, sino sólo de Dios todopoderoso. Primero no existía, luego existí y existiré para siempre. Amen.»

Al día siguiente se vistió con el santo hábito monástico y, como quien añade luz a la luz, se impuso el nombre de Cirilo. Permaneció con este hábito durante cincuenta días.

Llegada la hora de recibir el merecido descanso y emigrar a las moradas eternas, levantó las manos hacia Dios, diciendo entre sollozos:

«Señor Dios mío, que creaste todas las jerarquías angélicas y las potestades incorpóreas, desplegaste el cielo y afirmaste la tierra y trajiste todas las cosas de la inexistencia a la existencia, que escuchas continuamente a los que hacen tu voluntad, te temen y guardan tus preceptos: escucha mi oración y guarda a tu fiel rebaño, que encomendaste a este tu siervo inepto e indigno.

Líbralos de la impiedad y del paganismo de los que blasfeman contra ti, acrecienta tu Iglesia y reúne a todos sus miembros en la unidad. Haz que tu pueblo viva concorde en la verdadera fe, e inspírale la palabra de tu doctrina, pues tuyo es el don que nos diste para que predicáramos el Evangelio de tu Cristo, exhortándonos a hacer buenas obras que fueran de tu agrado. Te devuelvo como tuyos a los que me diste; dirígelos con tu poderosa diestra y guárdalos bajo la sombra de tus alas, para que todos alaben y glorifiquen el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.»

Y, besando a todos con el ósculo santo; dijo: «Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos.» Y con esto se durmió en el Señor. Tenía cuarenta y dos años de edad.

El papa ordenó que todos los griegos residentes en Roma, así como los romanos, asistieran con cirios al funeral de aquel santo varón, y que lo hicieran como si del mismo papa se tratase.

17 de febrero. LOS SIETE SANTOS FUNDADORES DE LA ORDEN DE LOS SIERVOS DE LA VIRGEN MARÍA

De la tradición sobre el origen de la Orden de los Siervos de la Virgen María. (Monumenta Ordinis Servorum Beatae Maríae Virginis, 1, 3. 5. 6. 9. 11: pp. 71 ss.)

Hagamos el elogio de los hombres ilustres

Siete fueron los varones, dignos de reverencia y honor, que reunió nuestra Señora como siete estrellas, para dar comienzo, por la concordia de su cuerpo y de su espíritu, a la Orden de sus siervos.

Cuando yo entré en la Orden sólo vivía uno de aquellos, que se llamaba hermano Alejo. Nuestra Señora tuvo a bien mantenerlo en vida hasta nuestros días para que nos contara los orígenes de la Orden. La vida de este hermano Alejo era, como pude ver con mis propios ojos, una vida tan edificante que no sólo movía con su ejemplo a todos los que con él vivían, sino que constituía la mejor garantía a favor de su espíritu, del de sus compañeros y de nuestra Orden.

Su estado de vida, antes de que vivieran en comunidad, constaba de cuatro puntos. El primero, referente a su condición ante la Iglesia. Unos habían hecho voto de virginidad o castidad perpetua, otros estaban casados y otros viudos. Referente a su actividad pública, eran comerciantes. Pero en cuanto encontraron la perla preciosa, es decir, nuestra Orden, no solamente dieron a los pobres todo lo que poseían, sino que se entregaron con gran alegría al servicio de Dios y de la Señora.

El tercer punto se refiere a su devoción a la Virgen. En Florencia existía una antiquísima congregación que, debido a su antigüedad, su santidad y número de miembros, se llamaba «Sociedad mayor de nuestra Señora». De esta sociedad procedían aquellos siete varones, tan amantes de nuestra Señora.

Por último, me referiré a su espíritu de perfección. Amaban a Dios sobre todas las cosas, a él dirigían, como pide el debido orden, todo cuanto hacían y le honraban con sus pensamientos, palabras y obras.

Una vez que tomaron la decisión de vivir en comunidad, y confirmado su propósito por inspiración divina, ya que nuestra Señora les impulsaba especialmente a este género de vida, fueron arreglando la situación de sus familias, dejándoles lo necesario y repartiendo lo demás entre los pobres. Después buscaron a varones prudentes, honestos y ejemplares y les participaron su propósito.

Subieron al monte Senario, edificaron en lo alto una casita y se fueron a vivir allí. Comenzaron a pensar que no sólo estaban allí para conseguir su santidad, sino que también debían admitir a otros miembros para acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado con ellos. Dispuestos a recibir a más hermanos, admitieron a algunos de ellos y así fundaron nuestra Orden. Nuestra Señora fue la principal artífice en la edificación de la Orden, fundada sobre la humildad de nuestros hermanos, construida sobre su caridad y conservada por su pobreza.

21 de febrero. SAN PEDRO DAMIANI, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

De las cartas de san Pedro Damiani, obispo (Libro 8, 6: PL 144, 473-476)

Tras la tristeza, espera con alegría el gozo

Me has pedido, dilectísimo hermano, que te transmita por carta unas palabras de consuelo capaces de endulzar tu corazón, amargado por tantos sufrimientos como te afligen.

Pero si tu inteligencia está despierta, a mano tienes el consuelo que necesitas, pues la misma palabra divina te instruye como a hijo, destinado a obtener la herencia. Medita en aquellas palabras: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente.

Donde está el temor está la justicia. La prueba que para nosotros supone cualquier adversidad no es un castigo de esclavos, sino una corrección paterna.

Por esto Job, en medio de sus calamidades, si bien dice: Que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida, añade a continuación: Seria un consuelo para mi; aun torturado sin piedad, saltaría de gozo.

Para los elegidos de Dios, sus mismas pruebas son un consuelo, pues en virtud de estos sufrimientos momentáneos dan grandes pasos por el camino de la esperanza hasta alcanzar la felicidad del cielo.

Lo mismo hacen el martillo y la lima con el oro, quitándole la escoria para que brille más. El horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en la tribulación. Por esto dice también Santiago: Hermanos míos: Teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas.

Con razón deben alegrarse quienes sufren por sus malas obras una pena temporal, y, en cambio, obtienen por sus obras buenas los premios sempiternos del cielo:

Todo ello significa que no deben deprimir tu espíritu los sufrimientos que padeces y las correcciones con que te aflige la disciplina celestial; no murmures ni te lamentes, no te consumas en la tristeza o la pusilanimidad. Qué resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la alegría, en tu boca la acción de gracias.

Alabanza merece la dispensación divina, que aflige temporalmente a los suyos para librarlos del castigo eterno, que derriba para exaltar, corta para curar y deprime para elevar.

Robustece tu espíritu con éstos y otros testimonios de la Escritura y, tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá.

Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, ser capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresar en la posesión de los bienes que contempla en su interior.

22 de febrero. LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO

De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3: PL 54, 149-151)

La Iglesia de Cristo se levanta sobre la firmeza de la fe de Pedro

De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y de todos los Padres de la Iglesia; y, aunque en el pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por Cristo. La bondad divina ha concedido a este hombre una excelsa y admirable participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.

El Señor pregunta a sus apóstoles que es lo que los hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana.

Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el primero en confesar al Señor aquel que es primero en la dignidad apostólica. A las palabras Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre quien te lo ha revelado»; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo único.

Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro: yo, que soy la piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo.»

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. «Sobre esta fortaleza -quiere decir- construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro.»

El poder del infierno no podrá con esta profesión de fe ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras son palabras de vida. Y, del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.

Por esto dice al bienaventurado Pedro: Te daré las Llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

La prerrogativa de este poder se comunica también a los otros apóstoles y se transmite a todos los obispos da la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno lo que se ordena a todos; de una forma especial se otorga esto Pedro, porque la figura de Pedro se pone al frente de dos los pastores de la Iglesia.

23 de febrero. SAN POLICARPO, OBISPO Y MÁRTIR

De la carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de san Policarpo (Caps. 13, 2 — 15, 3: Funk 1, 297-299)

Como un sacrificio enjundioso y agradable

Preparada la hoguera, Policarpo se quitó todos sus vestidos, se desató el ceñidor e intentaba también descalzarse, cosa que antes no acostumbraba a hacer, ya que todos los fieles competían entre sí por ser los primeros en tocar su cuerpo; pues, debido a sus buenas costumbres, aun antes de alcanzar la palma del martirio, estaba adornado con todas las virtudes.

Policarpo se encontraba en el lugar del tormento rodeado de todos los instrumentos necesarios para quemar a un reo. Pero, cuando le quisieron sujetar con los clavos, les dijo: «Dejadme así, pues quien me da fuerza para soportar el fuego me concederá también permanecer inmóvil en medio de la hoguera sin la sujeción de los clavos.» Por tanto, no le sujetaron con los clavos, sino que lo ataron.

Ligadas las manos a la espalda como si fuera una víctima insigne seleccionada de entre el numeroso rebaño para el sacrificio, como ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:

«Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por quien te hemos conocido; Dios de los ángeles, de los arcángeles, de toda criatura y de todos los justos que viven en tu presencia: te bendigo, porque en este día y en esta hora me has concedido ser contado entre el número de tus mártires, participar del cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado entre el número de tus santos como un sacrificio enjundioso y agradable, tal como lo dispusiste de antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh Dios veraz e ignorante de la mentira!

Por esto te alabo, te bendigo y te glorifico en todas las cosas por medio de tu Hijo amado Jesucristo, eterno y celestial Pontífice. Por él a ti, en unión con él mismo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y en el futuro, por los siglos de los siglos. Amen.»

Una vez que acabó su oración y hubo pronunciado su «Amen», los verdugos encendieron el fuego.

Cuando la hoguera se inflamó, vimos un milagro; nosotros fuimos escogidos para contemplarlo, con el fin de que lo narrásemos a la posteridad. El fuego tomó la forma de una bóveda, como la vela de una nave henchida por el viento, rodeando el cuerpo del mártir que, colocado en medio, no parecía un cuerpo que está abrasándose, sino como un pan que está cociéndose, o como el oro o la plata que resplandecen en la fundición. Finalmente, nos embriagó un olor exquisito, como si se estuviera quemando incienso o algún otro preciado aroma.