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Los que persiguen a los cristianos, los que matan a los fetos, los que eliminan a los enfermos, los que impiden vivir a los discapacitados, pretenden ahogar ese Fuego del Amor de Dios, ese Fuego de Pentecostés
«Cada cinco minutos un cristiano muere asesinado por su fe». Massimo Introvigne, representante de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa difundió este dato en la Conferencia internacional sobre el diálogo interreligioso entre cristianos, judíos y musulmanes.
Y continuó: «Si no se gritan estas cifras al mundo, si no se pone fin a esta masacre, si no se reconoce que la persecución de los cristianos es la primera emergencia mundial en materia de violencia y discriminación religiosa, el diálogo entre las religiones producirá sólo encuentros muy bonitos pero ningún resultado concreto».
Me atrevo a añadir, que no sólo esos diálogos serán infructuosos, sino cualquier otra conversación que trate de buscar un modo de vivir en paz en este planeta globalizado.
El Consejo Mundial de Iglesias se ha reunido recientemente para concluir un programa de diez años para combatir toda forma de violencia. Benedicto XVI ha pedido a los católicos: «Unámonos en oración por esta noble intención, y renovemos nuestro compromiso de eliminar la violencia en las familias, en la sociedad y en la comunidad internacional».
Los cristianos elevamos esa oración al Creador, y sabemos que nuestra espera no será inútil; no es nunca inútil.
Durante la conversación que ha mantenido Benedicto XVI con los astronautas de la nave espacial Soyuz, les ha preguntado: «En medio de vuestro intenso trabajo e investigación, ¿os habéis detenido para reflexionar sobre los orígenes y sobre el destino del universo y de la humanidad, y para elevar una oración al Creador?».
Un astronauta italiano le contestó: «Cuando tenemos un momento para bajar la mirada a la tierra, la belleza, que es el efecto en tres dimensiones de la hermosura del planeta, nos conquista el corazón, me conquista el corazón. Y entonces, sí rezo: rezo por mí, por nuestras familias, por nuestro futuro».
Pentecostés. La venida del Espíritu Santo, Dios con nosotros. Los cristianos asesinados, los perseguidos con violencia en su libertad, los acosados en su actuación con leyes inicuas que desean tapar la voz de la Iglesia en la enseñanza de la Fe. Los cristianos rezamos, y contemplamos no sólo la “hermosura del planeta”, sino también, y muy especialmente, la “hermosura y bondad” de su Creador.
«La Palabra de Dios no sólo consuela sino que también cambia a los creyentes, individualmente y en comunidad, para avanzar en justicia, reconciliación y la paz entre ellos mismos y la totalidad de la sociedad» (Benedicto XVI).
Pentecostés. El Amor de Dios, el Espíritu Santo, se derrama en nuestros corazones, como llenó el espíritu de los apóstoles y los discípulos, en los primeros tiempos de la Iglesia, y les dio la fortaleza para ser sembradores de paz y de alegría en todo el mundo.
Los que persiguen a los cristianos, los que matan a los fetos, los que eliminan a los enfermos, los que impiden vivir a los discapacitados, pretenden ahogar ese Fuego del Amor de Dios, ese Fuego de Pentecostés.
Tarea inútil, que les lleva a la desesperación, que les lleva a rechazar las oraciones que los cristianos asesinados elevan a Dios Padre para que un día dejen de matar de asesinar, y contemplen también ellos la “hermosura y bondad” del planeta y de su Creador, y lleguen a ser hombres y mujeres de “paz”. ¿Lo desean, verdaderamente?
Ernesto Juliá Díaz
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