Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Hch 1,1-11) "Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo?"
(Ef 1,17-23) "Y todo lo puso bajo sus pies"
(Mc 16,15-20)"Id al mundo entero y proclamad el Evangelio"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
En el estadio Funchal, Madeira (12-V-1991)
--- Ascensión
--- "Id por todo el mundo": el Espíritu Santo
--- Espera activa
--- Ascensión
“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).
Son las palabras que pronunció Cristo la víspera de su pasión y muerte en la cruz cuando, en el Cenáculo, se despedía de los Apóstoles (Hch 1,3). A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. El Salmo nos invita a proclamar: “Sube Dios entre aclamaciones” (Sal 47,6).
Los autores sagrados describen la vuelta de Cristo al Padre. “El Señor -dice San Marcos-(...) fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16,19). En los Hechos de los Apóstoles, el Evangelista San Lucas escribe: “Fue levantado en presencia de ellos (de los discípulos), y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1,9). En el AT la nube era señal de la presencia de Dios (cf. EX 13,21-22; 40,34-35), por lo que Jesucristo, saliendo del mundo visible, es envuelto por esta presencia divina. Termina su presencia visible en la tierra, el Hijo unigénito hecho hombre vive en el seno trinitario con el Padre y el Espíritu Santo.
San Pablo, por su parte, en la Carta a los Efesios, comenta de este modo el misterio de la Ascensión: “¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ef 4,9-10). Así se cumplieron las palabras del Señor: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”.
En la Ascensión, Jesucristo “sube” a fin de completar todas las cosas: el mundo entero, todas las criaturas, y la historia del hombre.
--- ”Id por todo el mundo”: el Espíritu Santo
En esta perspectiva se explica el último mandato que Jesús dio a sus Apóstoles antes de ir al Padre: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Así escribe el evangelista San Marcos, mientras que en los Hechos de los Apóstoles, San Lucas refiere: “Seréis mis testigos -dice el Señor- en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Predicar el Evangelio quiere decir dar testimonio de Cristo: de aquél que “pasó haciendo el bien” (cf. Hch 10,38), de aquél que fue crucificado por los pecados del mundo, de aquél que resucitó y vive para siempre.
La predicación del Evangelio, esto es, dar testimonio de Cristo es deber de todas las personas bautizadas en el Espíritu Santo. Antes de volver al Padre, el Señor Jesús subraya exactamente este hecho, al ordenar a los Apóstoles que esperaban el cumplimiento de la promesa del Padre: “Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días... Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,5.8).
La Iglesia sólo con la fuerza del Espíritu Santo puede dar testimonio de Cristo. Sólo con su fuerza puede predicar el Evangelio a toda criatura.
La Ascensión del Señor está ligada íntimamente a Pentecostés, y la Iglesia dedica los días intermedios entre ambas a la novena al Espíritu Santo, cuyo inicio tuvo lugar en el Cenáculo de Jerusalén.
Jesucristo subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Esta plenitud del mundo creado se realiza en virtud del Espíritu Santo. Esta obra tiene lugar en la historia terrena de los hombres: el Espíritu Santo plasma de manera invisible pero real, lo que el Apóstol San Pablo llama el Cuerpo de Cristo, refiriéndose a él con los siguientes términos: “Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4,4-6).
De este modo la Ascensión del Señor no es solamente una despedida; más bien es el inicio de una nueva presencia y de una nueva acción salvífica: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” (Jn 5,17). Este obrar con la fuerza del Espíritu Santo, del Espíritu Paráclito que descendió en Pentecostés, da la fuerza divina a la vida terrena de la humanidad en la Iglesia visible. Con la fuerza del Espíritu Santo, Cristo glorificado a la derecha del Padre, el Señor de la Iglesia, concede “a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4,12). Estos son los criterios esenciales de la constante vitalidad de la Iglesia.
--- Espera activa
La Pascua es una nueva creación del mundo y del hombre. Todo lo celebramos en la Eucaristía dominical: lo nuevo, lo creativo, y lo que hace descansar, “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo” (Ordinario de la misa).
“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo habéis visto subir al cielo” (Hch 1,11). Con estas palabras termina el relato de la Ascensión del Señor. Antes, Cristo mismo había dicho: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros” (Jn 14,18), afirmación que alguno podría considerar referida sólo a las apariciones en aquellos cuarenta días, después de la resurrección. ¡Pero no! De hecho, cuando ya subía definitivamente al Padre, dijo: “Y he aquí que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 18,20).
Este “yo estoy” tiene la fuerza del nombre de Dios. “Yo estoy” como hijo en el Padre (o, a la diestra del Padre), y “estoy con vosotros” (quiere decir con la Iglesia y con el mundo), en el poder del Espíritu Santo. Gracias a este poder, nuestra permanencia en la fe cristiana tiene carácter de espera de su venida: la segunda definitiva venida de Cristo Salvador.
Pero esta espera no es pasiva: constituye la edificación del Cuerpo de Cristo. La humanidad debe dar este “Cuerpo” definitivo y escatológico a aquél que asumió el cuerpo, haciéndose hombre en el seno de la Virgen María. ¡No permanezcamos, pues, pasivamente a su espera! En todos lados, en el trabajo o durante el tiempo libre, en tu tierra o viajando por otros lugares, cuando acoges a otros o aceptas su hospitalidad, ¡eres heraldo itinerante de Cristo! Debemos llegar “todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios”. Debemos llegar al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13).
La Ascensión del Señor es, a la luz de la liturgia de hoy, la solemnidad de la maduración del Espíritu Santo para “la plenitud de Cristo”. Jesús nos conduce al Padre eterno de nuestras almas (cf. 1 P 2,25).
DP-87 1991
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
El cuerpo de Cristo, glorificado desde el instante de la Resurrección, asciende ahora al cielo y se sienta a la diestra de Dios. “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13). “Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la Casa del Padre (Jn 14,2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino (MR, Prefacio)” (C.E.C., 661).
Antes de marcharse dijo Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Hay que recoger este encargo del Señor con agradecimiento y con sentido de responsabilidad. Es un orgullo santo poder colaborar con Dios en la propagación de la Buena Nueva por lo que supone de confianza en nosotros, rechazando la tentación del emboscamiento que se justifica tras ese y yo, ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás? Hasta qué punto no estaré invadiendo la intimidad de los demás, sus conciencias?
¡No son los demás, son mis familiares y mis buenos amigos! El apostolado no debe hacerse con el estilo del representante de un laboratorio o una editorial, pongamos por caso, que va de casa en casa ofreciendo su producto. Es a través de la amistad y la confianza que ella genera con ocasión de los continuos contactos profesionales y sociales, como influiremos cristianamente en la sociedad de un modo natural, sin rarezas ni impertinentes intromisiones. Sí, pero vivimos en un mundo plural y hay que respetar las creencias de los demás. Ciertamente. Pero una cosa es el respeto a las personas y otra el respeto humano, la vergüenza para abordar ciertos temas. El respeto humano hunde sus raíces en el temor a que la verdad que voy a recordar no va a ser bien acogida, con lo que se ofende a la verdad, y a la buena disposición de los demás. Cuando hay confianza y amor a la libertad y a la verdad, entre amigos, no hay secretos, se habla de todo. En cualquier caso no se trata de imponer nada a nadie, ni de hablar de lo que no se desea. Se trata de hacer partícipe a familiares y amigos de inquietudes y esperanzas que interesan a todos.
Vivir esta preocupación no es fanatismo ni beatería. Fanatismo es obligar por la fuerza a los demás a que adopten nuestros puntos de vista. No es fanatismo, por ejemplo, ser vegetariano y convencer a los demás de las ventajas de las hortalizas sobre las carnes y pescados. Fanatismo sería poner bombas para destruir los mataderos e impedir el transporte de animales para ser sacrificados. Si estamos llamados a amar a los enemigos y a rezar por ellos, nada más opuesto al cristianismo que el fanatismo o cualquier forma de exclusivismo. Fanatismo no; pero irenismo, entreguismo o inhibición tampoco.
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio...”. Para llevar a cabo este mandato del Señor, no siempre cómodo ni fácil, contamos con su ayuda: “Estad seguros de que Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre"
Hch 1,1-11: "Lo vieron levantarse"
Sal 46,2-3.6-7.8-9: "Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas"
Ef 1,17-23: "Lo sentó a su derecha en el cielo"
Mc 16,15-20: "Ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios"
Lo verdaderamente importante para el autor de Hechos no es cuándo pasó algo o cuánto duró, sino qué pasó y con qué finalidad. Ahora importa la misión, la tarea, el testimonio, la evangelización. Y en ese contexto hay que situar el "reproche" de los ángeles: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?"
La presencia de Dios entre su pueblo encontró en la nube un signo y el pueblo veía en ella el de Yavé. San Lucas, en la nube quiere simbolizar por una parte la ocultación de Jesús y por otra la nueva presencia de Cristo en medio de los suyos.
La finalidad del relato de san Marcos es subrayar el anuncio del Resucitado a partir de su triunfo. Su permanente presencia se notará a través de los "signos". Y apoyarán y "acompañarán" tanto a los que predican como a los que oyen.
Una de las mayores dificultades con que se encuentra el que ofrece signos o señales de algo, es que su mensaje no sea entendido o simplemente captado. Nuestra sociedad tiene unas claves, unas categorías, que conectan pronto y bien con determinadas noticias, valores, actitudes, etc. Pero está herméticamente cerrada para otras estimaciones.
— " «Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de vivos y muertos» (Rm 14,9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Él está «por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación» porque el Padre «bajo sus pies sometió todas las cosas» (Ef 1,20-22). Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1,10), su cumplimiento transcendente" (668; cf. 669).
— "Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre (Dn 7,14)" (664; cf. 662-663).
— El mandato misionero:
"La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser «sacramento universal de salvación», por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20) (849-850; cf. 851).
— "El Señor arrastró cautivos cuando subió a los cielos, porque con su poder trocó en incorrupción nuestra corrupción. Repartió sus dones, porque enviando desde arriba al Espíritu Santo, a unos les dio palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros de gracia de los milagros, a otros la de curar, a otros la de interpretar. En cuanto Nuestro Señor subió a los cielos, su Santa Iglesia desafió al mundo y, confortada con su Ascensión, predicó abiertamente lo que creía a ocultas" (San Gregorio Magno, hom. 29 in Ev.).
Subió porque había bajado; bajó para que nosotros subamos; se va para que la Iglesia sea signo de su presencia; nosotros somos Iglesia y presencia.
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